Cuatro almas se iban a encarnar. Entonces Dios se reunió con ellas y les preguntó:
—Amigas, ¿qué deseáis para vuestra próxima vida? Una de las almas se precipitó a decir:
—Lo que quiero, Señor, es mucha riqueza; ser muy rica.
Otra alma aseguró:
—Yo lo que deseo, Señor, es tener mucho poder, tanto como sea posible.
La tercera alma dijo:
—Quiero poder recorrer todo el planeta, conocer a sus gentes y todos sus países hasta llegar al último rincón.
La cuarta alma se quedó pensativa y silente. Dios le preguntó:
—Y tú, ¿qué deseas?
Y el alma dijo:
—Solo deseo una cosa, Señor, solo una: tener una buena mente.

Nuestra mente, la mente de cualquier persona, puede ser fuente de alegría, calma, serenidad y paz interior, o también de tristeza, agitación, ansiedad y sufrimiento. Estamos tan distraídos con multitud de acontecimientos, informaciones, impulsos, recuerdos, proyectos y deseos que a menudo no somos conscientes del extraordinario ruido que acumulamos en nuestro interior. Un ruido que nos impide ver con claridad y nitidez lo que nos sucede y que acaba por hacernos ver las cosas, no como realmente son, sino como nosotros creemos que son. Pero esa manera personal y singular de ver, percibir, sentir y expresar la realidad exterior e interior se ha formado y constituido a base de vivencias, recuerdos, condicionamientos, influencias y expectativas. Muchas veces, no es nuestra mente la que percibe y piensa, sino que son nuestros condicionamientos e influencias los que piensan y perciben por nosotros. Conseguir pues desarrollar una mente clara, transparente, limpia, calmada y con capacidad para analizar y discernir lo que nos sucede es el mejor camino para obtener calma, tranquilidad, serenidad y paz interior. Y en este punto, destinar tiempo y esfuerzo para silenciar nuestra mente es el mejor procedimiento para ir poco a poco mejorando nuestra mente.
