


Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo. Llegaron a una aldea caminando ambos junto al animal y, al pasar por ella, un grupo de chicos se rio de ellos gritando:
—¡Mirad qué par de tontos! Tienen un burro y en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos el viejo podría subirse al burro.
Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha, llegando así a otro pueblo. Al pasar por él, varias personas se indignaron mucho cuando vieron al anciano sobre el burro y el niño caminando a su lado. Dijeron:
—¡Parece mentira! ¡Qué desvergüenza! El viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando.
Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta llegar al próximo pueblo. Cuando las gentes del lugar los vieron, exclamaron escandalizadas:
—¡Esto es una verdadera desfachatez! ¡Es intolerable! El niño subido en el jumento y el anciano caminando a su lado.
Al abandonar la aldea, el niño y el anciano decidieron compartir el burro e iban sentados en su grupa al cruzar la siguiente aldea. Se toparon con un grupo de campesinos que empezaron a vociferar:
—¡Sinvergüenzas! ¿Acaso no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!
El anciano y el niño optaron por cargar el burro sobre sus hombros. De este modo, a duras penas, llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos y comenzaron a desternillarse a carcajadas y a gritar:
—Jamás vimos a gente tan boba. Tienen un burro y en lugar de montarlo, lo llevan a cuestas. ¡Vaya par de necios!
Entonces el anciano y el niño se sentaron bajo un árbol, rindiéndose a la evidencia, y dejaron que el asno se fuera corriendo por su lado. 1 Ref.CALLE, Ramiro (2019). Cien narraciones espirituales para la transformación interior. Luciérnaga. Barcelona.

Nadie puede negar que en alguna ocasión en su vida ha criticado sin fundamento, ha enjuiciado y sentenciado a alguien por suposiciones, infundios, prejuicios o sencillamente por pensar o sentir de otra manera a nosotros. Tenemos altamente desarrollada la tendencia a culpar, juzgar, señalar e incluso decir a los demás lo que deben sentir, decir y hacer. Somos siempre muy olvidadizos, benevolentes y magnánimos con nuestros errores y equivocaciones. Por el contrario, tenemos siempre muy buena memoria de los errores ajenos y aprovechamos cualquier oportunidad para recordar a los demás, lo que dijeron o hicieron en el pasado que no nos gustó.
Al mismo tiempo y para no complicarnos mucho la vida y quedar bien con los demás, tenemos también la tendencia a asentir, seguir y obedecer a aquello que los demás esperan o desean de nosotros.
En los dos casos, es nuestro Ego el que guía nuestro comportamiento y lo fija como el único criterio para discernir o clarificar una situación, un acontecimiento o un conflicto de convivencia.

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