Hace 87 años que estalló la Guerra Civil

Nacionalcatolicismo

HACE 87 AÑOS QUE ESTALLÓ LA GUERRA CIVIL

Por José Melero Pérez

El pasado 18 de julio hizo 87 años que estalló la Guerra Civil española, tras la sublevación encabezada por Franco, acabando con la democracia establecida por la II República desde su triunfo electoral el 14 de abril de 1931. Los militares golpistas se enfrentaron con los militares fieles al Gobierno legítimo de la República. España se dividió en dos. Los militares golpistas atrajeron a los partidos de la derecha conservadora como los falangistas y carlistas, a los terratenientes temerosos de la reforma agraria y a la Iglesia. Fueron apoyados y ayudados por la Italia fascista y por la Alemania nazi. Los militares defensores de la República atrajeron a los partidos de izquierda: comunistas, socialistas y anarquistas. Solo fueron ayudados por la URSS. Sin esa ayuda extranjera el conflicto hubiera durado solo unas semanas. Pero duró tres años de horror y matanzas con un balance de medio millón de muertos.

Los manifiestos de odio y violencia de los golpistas.

Manifiesto del golpista y genocida general Mola:

Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares, a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas (…) No hay aquí otro camino que llevar las cosas hasta el final, hasta el aplastamiento del adversario; ¿Parlamentar? ¡Jamás! Esta guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España; En este trance de la guerra, yo ya he decidido la guerra sin cuartel (…) A los militares que no se han sumado al Movimiento, echarlos y quitarles la paga. A los que han hecho armas contra nosotros, contra el ejército, fusilarlos. Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo (…) El arte de la guerra yo lo definiría así: Es el medio de juntar veinte hombres contra uno y, a ser posible, matarlo por la espalda (…)Hay que sembrar el terror. Hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.

El general Queipo de Llano, conocido como “El carnicero de Sevilla”, estuvo enterrado en la Basílica de la Macarena donde la Iglesia le rendía pleitesía, del mismo modo que ocurrió con Franco cuando estaba enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos. Su arma fue la radio, desde donde profería proclamas de odio y matanzas contra los rojos :

“Por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré matar (…) perseguir a los rojos como a fieras, hasta hacerlos desaparecer a todos (…) Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.

El general Franco se alardeó de que la guerra que había iniciado era una Cruzada contra el mal, dando por bueno lo que fue una atrocidad humanitaria:

“Nuestra guerra no es una guerra civil, una guerra de pronunciamiento, sino una Cruzada de los hombres que creen en Dios, que creen en el alma humana, que creen en el bien, en el ideal, en el sacrificio, que lucha contra los hombres sin fe, sin moral, sin nobleza… Sí, nuestra guerra es una guerra religiosa. Nosotros, todos los que combatimos, cristianos, musulmanes, somos soldados de Dios y no luchamos contra otros hombres, sino contra el ateísmo y el materialismo, contra todo lo que rebaja la dignidad humana, que nosotros queremos elevar, purificar y ennoblecer…”

Posicionamiento de la Iglesia en la Guerra Civil.

Con el inicio de la Guerra Civil la casi totalidad de la jerarquía eclesiástica se puso de parte de los militares rebeldes, en vez de ser un instrumento de reconciliación nacional. La Iglesia se convirtió en el arma moral de los sublevados, dándoles legitimidad a sus crueles actos. Pienso que no existe mayor mal que hacer daño en nombre de Dios, porque la crueldad queda legitimada al desarrollar en los verdugos la convicción de que actúan en defensa de valores sagrados incuestionables. Fue una repetición del grito de guerra de los cruzados en la primera Cruzada (s. XI) : ” ¡Dios lo quiere!”

La Iglesia, como lo hizo en otras situaciones de la historia, traicionó el mensaje de Jesús de “no matarás”, de “amaos los unos a los otros”, de “perdonad a vuestros enemigos”, de “todo lo que hagáis a uno de ellos, me lo hacéis a mí” (tanto si se hace el bien al otro como el mal). Dar por buena y necesaria la sublevación y la guerra fue una alianza con los verdugos . No cabe duda de que la Iglesia sufrió mucho con el anticlericalismo de la II República: quema de iglesias, asesinatos de miembros del clero, profanación de cementerios… La iglesia estaba, con razón, muy indignada, pero fue incapaz de hacer autocrítica y reconocer la parte de culpabilidad que tuvo en el surgimiento y desarrollo del anticlericalismo al estar vinculada con la oligarquía. La Iglesia, al apoyar a los golpistas, manifestó una actitud vengativa contra los izquierdistas, llamados rojos, considerados enemigos de la Iglesia y de Dios, pero también pretendió que esos militares restablecieran el poder moral, el poder económico y los privilegios que le usurpó la II República.

El fin no justifica los medios.

Una idea común unió a la Iglesia con los rebeldes; que el fin justifica los medios. Un fin honroso para la Iglesia fue mantener intocables por parte del Gobierno los privilegios de la Iglesia y garantizar su moral en todo el territorio español frente al laicismo y al liberalismo. Ese fin bien merecía una guerra considerada justa y necesaria, denominada Cruzada, aunque fuera a través de un medio anticristiano y antihumano. Un fin honroso para los sublevados fue eliminar la democracia, que permitió en febrero de 1936 el triunfo de la coalición de izquierdas del Frente Popular, y sustituirla por una dictadura fascista. Ese fin también justificaba una guerra. La Iglesia y el Ejército compartieron que era justo y necesario iniciar una guerra para conquistar los ideales que cada institución defendía, aunque costara centenares de miles de muertos. Nunca un fin, por muy bueno que se considere, puede conseguirse con la violencia. Y eso debería saberlo la Iglesia, por ser conocedora del evangelio, que proclama la no violencia. Pero la Iglesia eligió el camino contrario como hizo en otras épocas, en las que legitimó, santificó y promovió la violencia.

DOCUMENTO 1

“En la pastoral Enrique Plá y Deniel presentaba la guerra como “una cruzada por la religión, la patria y la civilización”, dando una nueva legitimidad a la causa de los sublevados: la religiosa. Así el “Generalísmo”, no era sólo el “jefe y salvador de la Patria”, sino también el “Caudillo” de una nueva “Cruzada” en defensa de la fe católica y del orden social anterior a la proclamación de la Segunda República Española. De esta forma “Franco contó con el apoyo y bendición de la Iglesia católica. Obispos, sacerdotes y religiosos comenzaron a tratar a Franco como un enviado de Dios para poner orden en la ciudad terrenal y Franco acabó creyendo que, efectivamente, tenía una relación especial con la divina providencia”. El cardenal primado de Toledo Isidro Gomá le envió a Franco un telegrama de felicitación por su nombramiento como “Jefe del Gobierno del Estado Español” y el “Generalísimo” en su contestación, después de decirle que “no podía recibir mejor auxilio que la bendición de Vuestra Eminencia”, le pedía que rogara a Dios en sus oraciones para que “me ilumine y dé fuerzas bastantes para la ímproba tarea de crear una nueva España de cuyo feliz término es ya garantía la bondadosa colaboración que tan patrióticamente ofrece Vuestra Eminencia cuyo anillo pastoral beso”.17 El obispo Plá y Deniel le cedió a Franco su palacio episcopal en Salamanca para que lo utilizara como su Cuartel General” (Wikipedia)

DOCUMENTO 2

Extracto de la Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España.

Los obispos exponen en esta carta, redactada un año después del inicio de la guerra, que durante la República hubo continuos atropellos en el orden religioso y social. Defienden el recurso a la fuerza como único medio para sostener el orden y la paz. Prueba de ello es que el movimiento golpista está garantizando el orden en el territorio dominado y florece la vida cristiana, mientras en la

España marxista se vive sin Dios. Así, pues, los obispos vieron con buenos ojos que la Cruzada franquista eliminara a los que viven sin Dios para que el cristianismo floreciera. La Iglesia y los golpistas, pues, aplicaron el principio de que un fin considerado valioso justifica los medios, en este caso una guerra con la implicación de fascistas y nazis. Fue un gravísimo error.

“Al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho, más que nadie, porque ella es siempre un mal gravísimo. Desde sus comienzos hemos tenido las manos levantadas al cielo para que cese.

La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó, pero quien la acuse de haber provocado esta guerra, o de haber conspirado para ella, y aun de no haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad.

Esta es la posición del Episcopado español, de la Iglesia española, frente al hecho de la guerra actual. Se la vejó y persiguió antes de que estallara; ha sido víctima principal de la furia de una de las partes contendientes.

La Constitución y las leyes laicas que desarrollaron su espíritu fueron un ataque violento y continuado a la conciencia nacional. Anulando los derechos de Dios y vejada la Iglesia, quedaba nuestra sociedad enervada, en el orden legal, en lo que tiene de más sustantivo la vida social, que es la religión.

Es cosa documentalmente probada que en el minucioso proyecto de la revolución marxista que se gestaba, y que habría estallado en todo el país, si en gran parte de él no lo hubiese impedido el movimiento cívico-militar, estaba ordenado el exterminio del clero católico, como el de los derechistas calificados, como la sovietización de las industrias y la implantación del comunismo.

Quede, pues, asentado, como primera afirmación de este Escrito, que un quinquenio de continuos atropellos de los súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo español; que estaba en la conciencia nacional que, agotados ya los medios legales, no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz.

Y porque Dios es el más profundo cimiento de una sociedad bien ordenada- lo era de la nación española- la revolución comunista, aliada de los ejércitos del Gobierno, fue, sobre todo, antidivina. Se cerraba así el ciclo de la legislación laica de la Constitución de 1931 con la destrucción de cuanto era cosa de Dios.

El alzamiento cívico-militar fue en su origen un movimiento nacional de defensa de los principios fundamentales de toda sociedad civilizada; en su desarrollo, lo ha sido contra la anarquía coaligada con las fuerzas al servicio de un gobierno que no supo o no quiso titular aquellos principios.

Consecuencia de esta afirmación son las conclusiones siguientes:

Primera: Que la Iglesia, a pesar de su espíritu de paz, y de no haber querido la guerra ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha.

De una parte, se suprimía a Dios, cuya obra ha de realizar la Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso, en personas, cosas y derechos, como tal vez no la haya sufrido institución alguna en la historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu, español y cristiano.

Segunda: Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular de un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar a España y evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su religión.

Tercera: Hoy, por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ellas deriva, que el triunfo del movimiento nacional.

Cuarta: Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes fue cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o

totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados son unos 6.000. Pero, sobre todo, la revolución fue “anticristiana”.

Quinta: El movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado. Mientras en la España marxista se vive sin Dios, en las regiones indemnes o reconquistadas se celebra profusamente el culto divino y pululan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana”.

1 de Julio de 1937


JOSÉ MELERO PÉREZ, nació en Madrid el 15 de septiembre de 1941. Está licenciado en Psicología y en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona. Profesor jubilado. Actualmente escribe en su blog OJO CRÍTICO y en la sesión “Entre Todos” de El Periódico.
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