Libros que marcan (13): EL EDUCADOR COMO REFERENTE EN LA SOCIEDAD LÍQUIDA (3)

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Libros que marcan (13) EL EDUCADOR COMO REFERENTE EN LA SOCIEDAD LÍQUIDA (3)

No confundir a los Intelectuales, los expertos y a los tertulianos en los atrios del saber

Por Leandro Sequeiros San Román

Segunda aportación al debate: César Calderón en Público

El eco de este ensayo de Fernando Vallespín fue recogido por el politólogo César Calderón en el diario Público con el artículo “De cómo los intelectuales se suicidaron saltando al vacío desde su propio Ego”, el 9 de septiembre de 2019.
César Calderón inicia su artículo alabando a Vallespín. “Fernando Vallespín es uno de los tipos más brillantes que conozco, leo casi todo lo que escribe con placer, he asistido a unas cuantas conferencias suyas con aprovechamiento demostrable e incluso he tenido el privilegio de compartir micrófono y debate en alguna radio nocturna”.
Pero desde el inicio explicita sus diferencias: “Pero Vallespín se equivoca. Aprecio personal, política e intelectualmente a Fernando Vallespín y les puedo asegurar que es uno de los más rápidos, divertidos e irónicos conversadores que conozco. Pero Vallespín yerra. Su carrera académica ha sido una de las más prematuras y luminosas que se recuerdan, su paso por diversas instituciones, desde el CIS a la Fundación Ortega-Marañón las ha convertido en lugares mejores, más competentes, más serios y más respetados. Pero Vallespín se confunde”.

¿En qué yerra y se confunde Vallespín?

César Calderón es muy directo: “Se equivoca, yerra y se confunde mi admirado Fernando Vallespín en un soberbiamente escrito artículo publicado en el diario El País el pasado fin de semana en el que bajo el título Cómo los tertulianos suplantaron a los intelectuales, un bello texto en el que carga contra la banalización y liviandad de nuestra sociedad describiendo con solvencia alguno de los males que la aquejan mientras absuelve otorgando indulgencias plenarias urbi et orbe a “los intelectuales” de su menguante influencia en la misma”.
La postura de César Calderón es beligerante: “No voy a ser yo quien etiquete a esos intelectuales de los que habla Vallespín como “cabezas de chorlito”, no hace falta, eso ya lo hizo Dolores Ibárruri refiriéndose de esta forma injusta a Claudín y Semprún en una de las incontables purgas con las que se entretenía el PCE en el franquismo, pero les aseguro que no es por falta de ganas”.
Para Calderón, Vallespín tiene una lectura sesgada de la realidad: “Vivimos, como sabiamente sostiene Vallespín, en una sociedad que se encuentra en plena mutación, hacia no sabemos muy bien dónde. Una sociedad que ha perdido sus anclajes sociales más sólidos y en la que la velocidad absurda con la que se transmite un paquete de datos entre dos smartphones sin necesidad de cable alguno ha sustituido en pocos años todo el orden y la cadencia con la que el conocimiento y la información circulaban por nuestras calles, escuelas, empresas y universidades. Y la velocidad, aunque les parezca un elemento menor, no lo es en absoluto, sino que más bien al contrario y como señalaron Spinoza y posteriormente Deleuze determina el pensamiento y al ser en tanto que ser. El pensamiento, siguiendo de nuevo a Spinoza, produce velocidades y lentitudes, y además es inseparable de la velocidad o la lentitud que produce.

Posturas contrapuestas

Vallespín y Calderón no llegan a entenderse. “Mientras los intelectuales de los que habla Vallespín sigan pensando, como un conductor que circula en contradirección, que es la sociedad la que se equivoca y él quien acierta, deberán resignarse a la irrelevancia”.
Pero César Calderón parece tener una respuesta: “Hay otra solución, una mucho más costosa, trabajosa y cansada: algunos intelectuales como Daniel Innerarity, Slavoj Žižek o Byung-Chul han están consiguiendo creciente influencia social a base de romper con ese insoportable (pero comodísimo) elitismo que practican sus compañeros intelectuales de plantilla con lenguajes nuevos, el uso de canales emergentes o el aprovechamiento de la velocidad (y la lentitud) para generar historias, metáforas e imágenes que sirvan para hacer inteligibles sus ideas. Pero claro, para eso además de trabajo, hace falta talento y nadie dijo que los intelectuales tuvieran que tener de eso”.

¿Y dónde están los intelectuales cristianos?

Al inicio de este artículo aludíamos al reciente ensayo de Miguel Ángel Quintana Paz titulado: “¿Dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?” (The Objective, 20 noviembre 2020) se abre el debate sobre el papel de los intelectuales en nuestra sociedad, y el papel de los intelectuales cristianos en el debate cultural.
Quintana intenta dar una respuesta a un artículo del joven filósofo Diego S. Garrocho publicó en el diario El Mundo una opinión provocadora. Su título, ¿Dónde están los cristianos?, formulaba sin concesiones una preocupación: que en nuestros debates públicos, nuestras redes sociales, nuestras tertulias políticas y discusiones intelectuales, apenas cabe oír voces cristianas que muestren, verbigracia, «el vigor filosófico del Evangelio de Juan, el mérito sapiencial del Eclesiastés o la revolución moral de las epístolas de San Pablo».
Por tanto, si hay crisis de credibilidad de los intelectuales que están siendo sustituidos por tertulianos, ¿dónde están los intelectuales cristianos? ¿Dónde se aloja el potencial intelectual de los creyentes que postulan un determinado paradigma del mundo coherente con los valores del evangelio? «Hagan la lista», sugería Garrocho: «Está la izquierda cultural, el marxismo talmúdico, la socialdemocracia, el populismo de izquierdas, el de derechas, el liberalismo erudito, el de audiolibro, los ecologistas, la izquierda de derechas, la Queer Theory, los conservadores estetizantes, la tardoadolescencia revolucionaria, el extremo centro, los del carné de un partido, los del otro carné… Y está, por supuesto, el catolicismo excesivo y de bandería. Están todos, absolutamente todos en un ejercicio de afinación sinfónica, todos menos la intelectualidad cristiana».
Para Quintana, esta carencia, a juicio de nuestro pensador, él mismo cristiano (y, por tanto, el texto no deja de emanar cierto aire autocrítico), es grave. No siempre fue así: Garrocho recuerda debates recientes en que sí que supieron penetrar autores como el papa Benedicto XVI, o los filósofos Gianni Vattimo y Rémi Brague (todos ellos vivos, aunque ancianos; yo añadiría al recientemente fallecido René Girard). Su artículo concluye, pues, de forma tan punzante como bella: «Nadie ensaya a decir ya, ni tan siquiera como ejercicio intelectual, que a lo mejor es cierto que hay una dignidad singular en los que pierden, los que sufren y los que lloran, porque de ellos será lo que los cristianos reconocen desde hace siglos como el Reino. Así sea como hipótesis merecería la pena decirlo en alto alguna vez. Por pura probabilidad. No vaya a ser cierto».
Garrocho lanza, pues, un llamamiento a hablar más en cristiano. Y uno podría esperar que tal llamamiento chocase sobre todo con quienes se alegran de que el cristianismo quede fuera (o «fuerísima», según moderno superlativo) de nuestras batallas culturales: laicistas, podemia, modernez malasañera, cientificistas… Sin embargo, resulta revelador del estado de nuestra opinión pública que las principales críticas que tal texto ha recibido hayan procedido… de los propios cristianos.
Prosigue Quintana: “Pero no solo Garrocho (a quien tuve la fortuna de conocer hace años en un congreso dedicado a Paul Ricoeur), sino cualquier persona culta conoce bien estos nombres. Lo que denuncia su artículo, pues, no es que no existan.
Volvamos al título: lo que se pregunta es más preciso, ¿dónde están? Pues, desde luego, no son nombres que resuenen en nuestros diálogos públicos.Ante esta evidencia, los críticos con el artículo que estamos comentando contraatacan: “Oh, cierto, pero ¡no es culpa nuestra, cristianos, si no estamos presentes en el mainstream! ¡Es culpa de quienes controlan este! Si nos excluyen, nos silencian, o si simplemente no se nos escucha, ¿qué responsabilidad nos puede caber?”.
Y prosigue: “Esta queja parece plausible hasta que uno recapacita sobre ella. Que es a lo que me gustaría invitar al amable lector aquí. Porque cabría ver ese lamento como razonable si procediera de algún grupo marginal, pongamos a los mormones o a los adventistas del Séptimo Día. O a los jugadores de bádminton. Todos ellos dependen, por sus escasos recursos, de la voz que les concedan los demás. Pero ¿de verdad pueden miembros de la Iglesia católica quejarse de que «otros» les acallan? ¿No tiene tal iglesia hoy en España una red de colegios, de universidades, una cadena de radio, una de televisión, editoriales, asociaciones, organizaciones, institutos, congregaciones, edificios, museos… suficientes como para no depender de si «otros» te otorguen o no la palabra? ¿De veras se están empleando estos enormes recursos del modo óptimo que permitiría ir bien pertrechados a la guerra intelectual?”
Y concluye el ensayo de Quintana: “Mi impresión es la contraria. Todos esos talentos se están dilapidando de forma difícilmente perdonable (recordemos la parábola de los ídem). Y parte del problema es que ese desperdicio se ha convertido ya en una inercia que pasa desapercibida a los propios dilapidadores. De ahí que estos reaccionen del modo tan airado en que lo han hecho con el artículo del profesor Garrocho”.

Conclusión

Parece que en nuestra sociedad española renace el debate sobre la función de los intelectuales en la construcción de un pensamiento basado en razones y ciencia que orienten y den sentido a una sociedad que parece estar a la deriva.
Precisamente, en la revista Ethics de 19 de noviembre, con el título de “Diez entrevistas a filósofos para repensar el mundo”, leemos: “En tiempos convulsos y oscuros como los que hoy vivimos, la filosofía es a menudo la grieta por donde se cuela la luz. Por eso, desde nuestro nacimiento hace casi una década, en Ethic hemos buscado en los pensadores el faro para alumbrar el camino hacia un futuro más próspero. En 2005, Naciones Unidas declaró oficialmente el 19 de noviembre el Día Mundial de la Filosofía para, entre otras cosas alentar el análisis, la investigación y los estudios filosóficos sobre los grandes problemas contemporáneos para responder mejor a los desafíos con que se enfrenta hoy en día la humanidad y subrayar la importancia de su enseñanza para las generaciones futuras. Además publicar centenares de fragmentos de las obras de algunos filósofos de referencia como Steven Pinker, Byung-Chul Han o Zygmunt Bauman, también hemos entrevistado a algunas de las voces más relevantes del pensamiento de nuestro país, algunas de las cuales tenemos el honor de que formen parte de nuestro Consejo Editorial. Te dejamos una selección de estas entrevistas a filósofos que pueden inspirarte para entender mejor un momento como este”.

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LEANDRO SEQUEIROS SAN ROMÁN nació en Sevilla en 1942. Es jesuita, sacerdote, doctor en Ciencias Geológicas y Licenciado en Teología. Catedrático de Paleontología (en excedencia desde 1989). Ha sido profesor de Filosofía de la Naturaleza , de Filosofía de la Ciencia y de Antropología filosófica en la Facultad de Teología de Granada. Miembro de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Zaragoza. Asesor de la Cátedra Francisco Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia de Comillas. Presidente de la Asociación Interdisciplinar José Acosta (ASINJA).Es autor además, de numerosos libros y trabajos que se ofrecen gratuitamente en versión digital en BUBOK.
    En la actualidad reside en Granada continuando sus investigaciones y trabajos en torno a la interdisciplinaredad, el diálogo Ciencia y Fe y la transdisciplinariedad en la Universidad Loyola e intentando relanzar y promover la Asociación ASINJA que preside. Un nuevo destino después de haber trabajado solidariamente ofreciendo sus servicios de acompañamiento, cuidado y asesoramiento en la Residencia de personas mayores San Rafael de Dos Hermanas (Sevilla).
    La persona de Leandro Sequeiros es un referente de testimonio evangélico, de excelencia académica, de honestidad y rigor intelectual de primer orden. Vaya desde aquí nuestro agradecimiento más sentido por honrar con sus colaboraciones este humilde sitio de KRISIS.

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