Cómo nace, vive y muere el sujeto (1)

ANTONIO DURÁN SÁNCHEZ es Licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, recibiendo enseñanzas de Giulio Girardi, promotor e impulsor del Movimiento Cristianos por el Socialismo. Terminados sus estudios y a su vuelta a España, accedió a una plaza de profesor de Filosofía en los antiguos Centros de Bachillerato (BUP), pasando posteriormente a Centros de Secundaria obteniendo la condición de Catedrático en su especialidad. Junto a otros compañeros salesianos, llegó a la ciudad de Camas en 1974 en la que se estableció y residió durante varios años contribuyendo a fundar la Comunidad Salesiana de Buen Aire. En años posteriores fundó junto a otros compañeros y amigos la Asociación Cultural FOCODE., de la que es presidente. Es autor de diversos libros y de numerosas publicaciones en Revistas filosóficas. Ha impartido numerosas conferencias, tanto aquí en España como en Perú y Bolivia. Personalmente tengo el privilegio de mantener con Antonio una amistad profunda y de largo alcance ,por lo que tenerlo como “Autor invitado” en Krisis es un motivo de gran satisfacción y agradecimiento

La noción

Una primera característica del hombre es su capacidad de inhibir y desinhibir las pulsiones y representaciones y darles una orientación preseleccionada.
        A diferencia del animal que vive en su medio como una cosa entre cosas, el hombre es capaz de tomar distancia de los otros hombres y las cosas y relacionarse con ellos tras barruntar de una manera más o menos clara todas las implicaciones que tiene con su entorno, esto es, tomando conciencia de sí y de sus relaciones esenciales con los hombres y las cosas que le rodean.

        Enfrentarse al mundo como un sujeto supone: ser capaz de aplazar la gratificación inmediata de los propios actos, tener a la vista un tramo más o menos largo de la propia existencia y actuar seleccionando de antemano el propio comportamiento.

La evolución del concepto

        El mundo interior del sujeto o la subjetividad se ha afrontado en las diversas culturas de forma diferente.

        Ya en los albores de la filosofía griega, a la hora de interpretar el mundo circundante, hay implícita una toma de partido al instaurarse la dicotomía sujeto-objeto.

             Esta distinción, ignorada por el pensamiento primitivo y soslayada por la filosofía oriental, está presente a partir de los griegos en el corazón del pensamiento occidental. Es una distinción que, si no en un principio, sí a la larga, acaba concibiéndose en términos antagónicos: el sujeto toma distancia de la realidad objetiva y se enfrenta a ella como a algo totalmente extraño, de naturaleza distinta. Es la forma de estar frente a la naturaleza propia de la mentalidad científica. Y son los primeros pensadores griegos los que sientan las bases de esta actitud al atribuir a las cosas comportamientos que el hombre conoce pero no controla, al atribuirles una naturaleza propia, ni hostil ni simpática pero extraña al hombre.1 Ref.V. CONFORD, Antes y después de Sócrates. Ed. Ariel, 1980. Pág. 14.  Y GUTHRIE, Los filósofos griegos. FCE.  Pgs. 22 y ss.  Precisiones de interés sobre esta distinción V. en Heidegger, Introducción a la metafísica. Ed. Nova. Pgs. 173 y ss;  y en Lledó, El surco del tiempo. Ed. Crítica. Pág. 213.

        Es el caso de Thales de Mileto que dijo “El agua es el principio de todas las cosas“. Otros dijeron que el fuego o el aire, llegando a aquello de Heráclito: “Malos testimonios son los ojos y las orejas para aquellos hombres que no entienden su lenguaje“.

             En cambio, el mundo oriental de tradición hindú hace un planteamiento distinto. Para el hindú en ese ámbito interior del que hablamos es donde se da el conocimiento auténtico del mundo. Pero este conocimiento no conlleva una dicotomía sujeto–objeto como realidades contrapuestas. En la tradición de los Vedas y después del budismo, si somos capaces de penetrar las apariencias, la tela de Maya, la ilusión, que tejen las pasiones, e identificarnos con lo más hondo de nosotros mismos, el atman, nos encontramos con la armonía de pertenecer a todo y no deseamos más que entrar en el juego de la naturaleza y sus ciclos.

        Así lo expresa Tagore: “Soy como un jirón de una nube de otoño, que vaga inútilmente por el cielo. ¡Sol mío glorioso eternamente; aún tu rayo no me ha evaporado, aún no me ha hecho uno con tu luz! Y paso mis meses y mis años alejado de ti.” (Gitanjali, 80). Salvador Paniker también habla de la necesidad de desprendernos del yo cuando ya no nos es necesario.

             A lo largo de la Edad Media, si bien teóricamente se ha reconocido la subjetividad e individualidad del hombre, en la práctica el hombre se encuentra como perdido en los estamentos, en los gremios o en las iglesias.

  • Por obra del renacimiento y el humanismo la afirmación del hombre como sujeto pasa a primer plano, lo que conlleva todo un movimiento de emancipación de las anteriores tutelas y la afirmación de su autonomía en los diversos terrenos.
  • El valor del sujeto y su individualidad frente a todos los estamentos que pretenden suplantarlo, reivindicado por el Renacimiento, adquiere en la Modernidad su más alta consideración.

             Primero fue Descartes con su “cogito” (pienso luego existo) quien sentó un modelo de pensar basado en el sujeto y sus capacidades: no hay más criterio de verdad que lo que el sujeto percibe clara y distintamente. Y lo que el sujeto tiene claro de sí es que es “una cosa que piensa”.

             Luego Kant con su “giro copernicano“. Deja sentada de forma definitiva la importancia del sujeto en la elaboración del conocimiento:

  • Como Copérnico consideró que el mundo no da vueltas sino el hombre.      
  • Así Kant considera que el mundo no impone sus formas al conocimiento, sino el hombre.  Conocer es organizar las cosas. No conocemos a priori de las cosas más que lo que ponemos en ellas.   La razón no conoce más que lo que ella produce; así Torricelli, Bacon, llevan el experimento pensado previamente a la verificación. Así Galileo y su maestro ante una puesta de sol están viendo dos cosas distintas.

        Tanto Descartes como Kant mutilan al sujeto al reducirlo a pensamiento o espíritu. Kant parece insinuar dos tipos de sujetos: el de las representaciones y el de las decisiones que se manifiesta cuando salimos de las representaciones para actuar o crear. Este segundo será el que desarrollen los románticos.

             El sujeto de los románticos2 Ref.Ver TRIAS, Eugenio. La edad del espíritu. Ed. Destino, 1994; J. L. Villacañas, La quiebra de la razón ilustrada. Ed. Cincel; y C. Moya, Hölderlin y Novalis. Rev. Claves 53 (1995). no es la cosa pensante que descubre Descartes, ni el sujeto universal de los ilustrados llámese la Razón o la Humanidad sino algo tan concreto como el artista, el genio o el pueblo.  El artista por medio de la razón descubre la progresiva organización de todos los seres como una sinfonía que van componiendo en su evolución y por medio del sentimiento crea los símbolos de arte que unen lo material con el pensamiento, lo natural con lo espiritual, lo finito y lo infinito. El sujeto artista es un microcosmos que refleja en su interior el espíritu que duerme en el fondo de la naturaleza y que plasma en símbolos esa zona oscura que los demás no saben percibir, descifra las claves del espíritu que anima la naturaleza (las notas dormidas en las cuerdas del arpa que decía Becquer)

        El genio o el artista genial es un sujeto que actúa espontáneamente como la propia naturaleza (Mi ley la fuerza y el viento, Espronceda), es el mediador del proceso por el que se va manifestando el espíritu que duerme en el fondo de la naturaleza (el genio duerme en el fondo del alma). Es el testigo del espíritu espontáneo del pueblo en busca de su libertad. En él se armonizan libertad y naturaleza, lo inconsciente y la conciencia.

        El pueblo o colectividad constituye el sujeto amplio en que actúa el espíritu. Este espíritu se manifiesta como razón histórica que va tomando cuerpo en las leyes e instituciones de los pueblos. El sujeto individual sólo encuentra sentido en la medida que se identifica con el pueblo, su ámbito natural. Poesía y filosofía no son más que nostalgia de esa patria original. Aceleramos su proximidad transformando lo real en símbolos, al sujeto individual en sujeto que vibra al unísono con lo colectivo. Es el planteamiento optimista de Hegel.

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