Todos los estudiosos del fenómeno fascista, que es al mismo tiempo histórico, psicológico, sociológico, ideológico, religioso (teocracias), político y desde luego también económico, coinciden en afirmar, que uno de los puntos claves de su fundamentación, como así se ha demostrado históricamente, es sin duda, la exacerbación y la elevación a categoría universal del nacionalismo y por ende del identidismo, el tradicionalismo, la xenofobia y el racismo.
No obstante y de la misma forma que todos los nacionalismos no son iguales, tampoco todos los fascismos son idénticos, ya que cada uno de ellos, además de presentar rasgos peculiarmente característicos de defensa de una supuesta identidad y tradición que se considera la mejor y la única, se manifiestan de distinta manera, según sean capaces de articularse y perdurar en el tiempo concretándose en grupos, organizaciones e instituciones. En este sentido el conocido y prestigioso escritor Umberto Eco (1932-2016), afirma que el fascismo actual, ya no se corresponde con el que conocimos en el siglo XX y hay muchos de los rasgos de aquel, que ya hoy no pueden observarse con la misma nitidez que en el siglo pasado, aunque sí comparten determinadas características que son comunes.
En realidad el fascismo actual, es uno fenómeno difuso y complejo, cuyos rasgos no solo no pueden determinarse con total precisión y nitidez, sino que además al mezclarse unos con otros, y más ahora con los nuevos medios de intoxicación y desinformación masiva de la opinión pública (hay empresas especializadas en enviar bulos, mentiras y falsedades vía WhatsApp, Facebook, Twitter e Instagram), el fascismo se presenta enmascarado y oculto bajo otras formas y nombres.
Mi experiencia personal me dice que el fascismo es un fenómeno transversal en el sentido de que las actitudes fascistas pueden encontrarse en los lugares más sorprendentes e incluso en nuestras propias conductas y reacciones espontáneas. En el fondo, toda ideología o sistema de creencias que echa el cierre con dogmas de fe (religiosa, laica, partidaria…), procurando la imposible pureza absoluta y librándose de cualquier tipo de contaminación o influencia externa, acaba más tarde o más temprano por convertirse en un sistema ideológico totalitario. En este punto, por ejemplo y para mí, fascismo, estalinismo y todos los regímenes políticos en los que se entroniza el culto a la personalidad de un líder que gobierna décadas y décadas en razón de una especie de gracia divina o de una estirpe hereditaria, son en gran o en pequeña parte la misma cosa y ahí está la historia para demostrarlo. En cualquier caso y utilizando las propias palabras de Umberto Eco: «El término “fascismo se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos y siempre podremos reconocerlo como fascista.»[1]
Hoy, a pesar de que se propagan numerosas mixtificaciones y suavizaciones en nombre de la supuesta racionalidad del individualismo capitalista, del mercado y de la también falsa creencia de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, el fascismo se quiera o no, se llama “trumpismo“, “bolsonarismo“, “brexit“, “lepenismo“, “salvinismo“, “neopentecostalismo” o en general “neofascimo” y por supuesto en nuestro país se llama VOX, que como es sabido, no es más que un grupo nacido y formado en las filas del PP y que ahora intenta abrirse paso en el escenario político español aprovechándose, como hacen todos los fascismos, tanto del desencanto e insatisfacción de las clases medias, como de la frustración de ciertas capas populares desesperadas y lumpenproletarizadas. Los mensajes son los mismos y consisten básicamente en un llamado a los supuestos valores de la etnia, la nación, la patria, la bandera, los símbolos tradicionales y desde luego el cierre de fronteras, ya que se considera que todo lo que llega de fuera y es pobre, negro, rumano o magrebí es potencialmente un delincuente, un peligroso enemigo, un adversario o algo que intenta destruir una supuesta identidad nacional.
Así pues, creo con convicción que todo lo que huela a bandera, a reivindicación de identidades culturales como verdades absolutas intocables, a tradiciones igualmente intocables que de ninguna manera pueden cuestionarse o cambiarse, llevará necesariamente el germen o un toque más o menos profundo e intenso de fascismo, aunque no lo podamos percibir con total claridad y nitidez.
Pero vayamos con el asunto de las identidades culturales y nacionales, las cuales llevadas a un extremo y consideradas como verdades únicas y supremas, nos llevan a una enfermedad social llamada “identidismo” que tiene mucho que ver con el comportamiento y las actitudes fascistas. Este término, enfermedad o rasgo de las sociedades modernas y posmodernas ha sido propuesto, analizado y estudiado por el filósofo francés Pascal Bruckner en un extraordinario y vigente libro titulado “La tentación de la inocencia” que recomiendo especialmente para conocer como ha ido evolucionando el fascismo actual.
Por “identidismo” Pascal Bruckner entiende la sobrevaloración de lo propio frente a lo ajeno. Es como un sentimiento de exclusividad de que lo único verdaderamente importante es aquello que nos caracteriza como diferentes frente a los demás. Posee por tanto una doble función: la de hacernos sentir diferentes, originales y únicos, pero al mismo tiempo importantes, superiores o mejores a todo lo que es ajeno a nosotros o no pertenece a nuestro grupo o a nuestra cultura social de referencia y pertenencia. Pero con la particularidad de que esta sobrevaloración de las características propias, ya sean individuales o grupales, no son el resultado de una trayectoria de trabajo y esfuerzo personal o colectivo que ha ido dando sus frutos a lo largo del tiempo, sino que se la considera como algo natural, que forma parte de las esencias innatas e inmutables individuales o grupales, esencias que nos han sido dadas o que hemos heredado graciosa o divinamente porque nosotros y nuestro grupo somos “los elegidos” o los tocados con “la gracia de Dios“. Por eso, el identidismo es en realidad un narcisismo grupal o colectivo. Así por ejemplo, cuando algún líder político proclama a los cuatro vientos que lleva en su ADN sangre española, andaluza, catalana, vasca, o de cualquier otro lugar, o incluso de ganador en cualquier contienda, lo que en realidad está produciendo es identidismo y por ende sectarismo y dogmatismo que son dos de los nutrientes básicos de las actitudes sectarias y fascistas. Y claro, esto al final, es lo que vendrá a constituir el meollo de lo que nos define en oposición a los demás y en posición de superioridad frente a ellos. Es, por decirlo en otras palabras, además de una colosal mentira estereotipada, la exaltación del más vulgar de los chauvinismos y de los patrioterismos y en el fondo, el desprecio más absoluto por el más básico de todos los derechos: el de la igualdad en dignidad de todos y cada uno de los individuos que constituimos la especie humana, tal y como establece el Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Y para ir terminando, cuando los adeptos a estos jóvenes cachorros de la “Triple-A“, vengan a decirnos que quieren “reconquistar” Camas y devolverla a sus tradiciones más gloriosas, habrá que responderles con nuestra negativa más honesta y verdadera: que Camas es una unidad repleta de diversidad y también de divergencias y convergencias, por lo que podemos perfectamente convivir sin necesidad de volver al pasado rancio del ayer. En consecuencia: NO A CUALQUIER FORMA DE FASCISMO-Especialmente en Camas-, así que, y siempre en mi deber a expresarme con respeto a todas las personas sin excepción, me permito dirigirme de nuevo a ti que lees esto para que hagas todo lo posible porque los partidos de la “Triple-A” obtengan una derrota electoral significativa en nuestra ciudad. No te quedes en casa por favor y no permitas que nos vendan mentiras, crispación y fractura social. Camas no se lo merece.

[1] Eco, Umberto. Contra el fascismo (Spanish Edition) (Posición en Kindle 179-180). Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.