
Ayer, martes 7 de enero de este recién estrenado y bisiesto año 2020, volví nuevamente a la Comunidad Cristiana de La Pañoleta (Camas) para agradecer la fortuna que la vida me ha regalado. La fortuna de conocer, aprender y dejarme contagiar de un hombre sencillo, humilde, anónimo y lleno de amor por todos los poros que hace ahora dos años emprendió su último viaje: mi amigo Fernando Camacho Acosta.
Nunca me cansaré de recordarlo y de tener presente sus palabras, sus abrazos, sus sonrisas, sus miradas, sus convicciones, sus sueños, pero sobre todo su testimonio encarnado. Me lo decía Fernando, “Solo el Amor nos salva” y que ese Amor únicamente es posible si efectivamente nos libera de la opresión y apostamos radicalmente por los más pobres y marginados para que salgan de su injusta situación y sean realmente ellos mismos los sujetos y protagonistas de su liberación.
Pero Fernando era un tímido empedernido que en su sencillez nunca daba consejos a nadie porque siempre intentó pasar desapercibido. Era su conducta diaria, su compromiso silencioso con el barrio de La Pañoleta y su inmensa ternura que regalaba incondicionalmente a todas las personas la que realmente enseñaba a todas las personas que se acercaban a él. Fue Fernando el que me explicaba, que además de las opresiones producidas y sostenidas por un sistema capitalista, mercantil y patriarcal que destruye la vida, hay otras opresiones interiores que nos esclavizan. Y es que Fernando no necesitaba de las palabras para hacerme comprender que las más difíciles batallas que todo ser humano, más tarde o más temprano tendrá que librar son siempre con uno mismo. Aquellas que desde el interior de nuestra misteriosa condición humana generan sin cesar y apenas sin darnos cuenta, odio, soberbia, ira, vanidad, envidia, resentimiento e incluso violencia mental, verbal y física, además de otras no menos graves como la insensibilidad, la intolerancia, la falta de comprensión humana, la ausencia de misericordia y magnanimidad, la cobardía, la mediocridad o esa pasividad apática del que tira la toalla porque cree que todo está perdido y no vale la pena comprometerse en algo que vaya más allá de su propio ego.
Ayer fue por tanto para mí y estoy seguro de que para todos los que asistimos al segundo aniversario del fallecimiento de nuestro amigo Fernando, un día extraordinariamente esperanzador porque efectivamente y a pesar de su muerte, Fernando sigue hoy y en este instante más vivo que nunca. En esto tal vez consista lo que los cristianos llaman “Resurrección“, porque pase el tiempo que pase el mensaje encarnado de personas como Fernando siempre traspasa todas las barreras y limitaciones, incluida la muerte y en eso consiste a mi juicio el mensaje de Jesús el hijo del carpintero. Me lo decía Fernando cuando con plena convicción y sentimiento trataba de explicarme que el cristianismo no es una religión, como tampoco una estructura de funcionarios sacerdotales que subidos en sus púlpitos atemorizan, engañan y entretienen a los pobres e ignorantes para que sigan conformes en su pobreza e ignorancia. Me decía que para él, el cristianismo era simplemente una forma de vida con un horizonte plenamente humano, nada más y nada menos.
Pero además ayer fue un día extraordinariamente especial para los que como Fernando y como más de la mitad de los ciudadanos de este país llamado España, por fin hemos visto abrirse, aunque sea inicialmente, las puertas de la esperanza en esos sueños de solidaridad, libertad, justicia y fraternidad que compartimos y que tantos esfuerzos, sacrificios y vidas han costado a generaciones pasadas y presentes. Recuerdo que también Fernando me hablaba de esto cuando le preguntaba acerca de cómo era posible reconciliarse con aquellos que nos insultan, nos agreden, nos vituperan, nos reprimen, nos amenazan o nos desprecian. Yo le decía siempre que no bastaba con rezar o con dejar pasar las agresiones como si nada ocurriese, pero él siempre me contestaba lo mismo diciéndome: “Mira, Juan Miguel, tienes que entender y aceptar, que el que es un irreconciliable, no se va a reconciliar nunca y por tanto, esto no nos debe distraer y hacer perder ni un gramo de energía para nuestro tarea permanente de construir el Reino de Dios aquí y ahora“. Por eso estoy seguro y plenamente convencido de que si Fernando estuviese físicamente aquí con nosotros estaría feliz y celebrando que por fin tenemos un gobierno de izquierdas legítimo y legal que haga justicia y solidaridad con los sectores sociales que menos tienen y más lo necesitan. Y es que Fernando, por si alguien no lo sabe, era además de un cristiano encarnado, un ciudadano que siempre se definió como de izquierda. No en vano y desde sus primeros años en la Parroquia de La Pañoleta fue el único párroco que nos dejaba a los militantes comunistas y de Comisiones Obreras, el propio templo para nuestras reuniones, templo que en aquellos tiempos era a su vez escuela y comedor social. Y no en vano puedo decir también porque lo sé fidedignamente, que Fernando, aunque nunca se enfrascó en competiciones partidistas, siempre votó por opciones políticas de izquierda, siendo además su parroquia el refugio y el estímulo de destacados militantes andalucistas, socialistas y comunistas de Camas que desde sus primeros tiempos se comprometieron con él para mejorar las condiciones materiales y sociales de todo el barrio de La Pañoleta.
Efectivamente pasa el tiempo, pasan los años y las personas irremisiblemente cumplimos con nuestro destino mortal, pero los que hemos tenido la suerte de estar cerca de esos “artistas, héroes y santos que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos de lo Absoluto” como dice Ernesto Sabato, liberándonos así del miedo, la pasividad, la mediocridad y enseñándonos humildemente con sus vidas que realmente vale la pena apostar radicalmente por los Derechos Humanos Universales, hemos aprendido que aunque perdamos muchas batallas nunca jamás nos sentiremos derrotados, nunca jamás podrán arrebatarnos nuestros sueños de libertad, justicia, fraternidad, solidaridad y Amor. Y en esto consiste a mi juicio la fe. Una fe que no es patrimonio de ninguna religión ni de ninguna creencia o ideología y mucho menos de ninguna iglesia ya sea laica o religiosa. Una fe que independientemente de que se sea creyente, ateo o agnóstico, es como un fuego interior inextinguible que se convierte sin que nos demos cuenta en la fuente primordial, no solo de una esperanza que está muchísimo más allá, tanto de las derrotas, decepciones y fracasos como de los éxitos y momentos de satisfacción que nos da la vida. Una fe en suma que si la tenemos es gracias a que personas como Fernando la han transformado en vida y en compromiso diario con los últimos de los últimos, que por cierto y lo digo a boca llena, es el lugar exacto en que se colocó Jesús el hijo del carpintero y por eso fue crucificado por los poderes religiosos y políticos de su tiempo.
Es tiempo pues de memoria y por tanto de agradecimiento sincero y profundo. Y en este instante vienen a mí para animarme y empujarme a que siga y siga sin parar, amigos y camaradas a los que siempre recordaré y agradeceré todo lo que me regalaron en forma de aprendizajes humanos, de cariño, de ternura, de humor pero sobre todo de esperanza. ¿Cómo no recordar a personas humildes y anónimas como Carlos Cano, José Fernández Solís “El Rubio”, a Antonio Suárez o a Francisco Méndez recientemente fallecido, amigos y camaradas que al igual que Fernando apostaron radicalmente dando lo mejor de sí mismos por extender y profundizar los Derechos Humanos? Y es que en este instante, aunque ya no están, siguen ESTANDO y por tanto SON y serán para mí eternos, porque solamente con personas como ellas mi fe, no solo crece y se expande, sino que se afirma como la única raíz siempre viva que da sentido liberador a todo lo que pienso, lo que siento, lo que digo y lo que hago.
Y como no voy a traer en este instante a mi amigo y camarada Lorenzo Rastrero Bermejo, que cada vez que me hablaba del Evangelio y de las Bienaventuranzas se ponía a llorar para mostrarme que el Reino de Dios se construye aquí y ahora en este mismo instante y que ese Reino posible y real solamente podremos gozarlo si nos aplicamos las cuatro grandes leyes que él mismo explicó un día en la parroquia de Sta María de Gracia en 1985: “Es verdad lo que se hace. Por sus hechos los conoceréis. Obras son amores y no buenas razones. La verdad es histórica, concreta y de clase“. Unas leyes por cierto, que él mismo enseñaba con su conducta diaria de extraordinaria generosidad afirmando con profunda convicción que para que la semilla de fruto tiene primero que morir y que ese proceso es imposible ponerlo en marcha sin fe, sin caridad y sin esperanza. Él mismo lo cantó una y mil veces con su guitarra contagiándonos de una Esperanza que está muchísimo más allá del que solo espera, una Esperanza activa, indestructible y eterna que a los que pensamos y sentimos como él nos lleva a afirmar con solemnidad y convicción que .
Que no.
Que la llama no se apaga,
que la esperanza no muere,
que la vida se levanta
como un chorro de luz.
La esperanza…
¡siempre la esperanza!
La esperanza entre las sombras,
la esperanza en la mañana,
la esperanza en el silencio.
La esperanza…
¡siempre la esperanza!
¿Quién dijo que los pájaros se mueren?
Que no.
Que se marchan a otras tierras
a estrenar nuevas canciones,
al despertar el alba.
Que no.
Que me niego a quemar las flores,
que me niego a cerrar mi casa,
que me niego a matar los sueños,
que me niego a enterrar el alma.
Si queréis,
os lo entregaré todo;
pero, al menos, “dejadme la esperanza”.
Magnífico escrito, lleno de ternura y cariño con nuestro inolvidable Fernando.
Gracias Juan Miguel por tus reflexiones y recuerdos de algunos amigos comunes. Un abrazo.
¿Como olvidar a Fernando? Si apenas me rozo con sus alas y cambio mi forma de ver muchas cosas.Lo echare de menos, como a los otros camaradas que nombras. Un cálido abrazo hermano, padre, amigo Batalloso