EL UNIVERSO AFECTIVO (31). Crítica de la Psicología Positiva

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EL UNIVERSO AFECTIVO (31).
Crítica de la Psicología Positiva (1)

Por Juan Miguel Batalloso Navas

Es obvio que ningún ser humano desea sufrir y que todas las personas sin excepción aspiramos a gozar de salud, bienestar psíquico, seguridad, satisfacción de necesidades básicas, alegría, cariño, confort, etc. Todos los humanos de uno u otro modo deseamos ser felices, si bien el concepto o la idea que cada humano tiene de felicidad depende de las diferentes culturas. No obstante, para que esas culturas sean capaces de configurar nuestras emociones o nuestras formas de sentir y percibir la realidad, tienen necesariamente que gozar de la aceptación de grandes mayorías de individuos, es decir, tienen que ser culturas dominantes normalizadas y legitimadas por determinados consensos sociales. Unos consensos que actualmente se configuran a través de la influencia y el poder seductor, intoxicador y manipulador de lo que conocemos como “industria de la conciencia”.

LA INDUSTRIA DE LA CONCIENCIA

         Esta “industria” está constituida por el conjunto de grandes empresas, medios de producción y recursos tecnológicos que se encargan de la comunicación y de la información (prensa, radio, TV y redes digitales). A ellas hay que sumar la “industria del ocio” de los grandes espectáculos de masas, así como la “industria cultural” de grandes editoriales y productoras audiovisuales y también, la “industria escolar” constituida por todas las entidades formativas y educativas. Todas ellas son las que se encargan de configurar, orientar, sugerir e incluso imponer por diversos procedimientos y estrategias, los modos de pensar, sentir, comunicarse y vivir de las grandes mayorías de nuestro Planeta o de un determinado país.

         En general, la industria de la conciencia sirve para configurar, cohesionar, normalizar o naturalizar una determinada visión o concepción del mundo, una especie de pensamiento único o de conciencia única y universal por la que se legitima o se considera como normal el orden social, económico y político establecido. Se trata de una industria que, bajo la apariencia de diversidad, creatividad y mediante los más sutiles procedimientos propagandísticos y de seducción nos hace creer, que somos libres y dueños de nuestras opiniones, creencias y convicciones, cuando realmente estamos siendo conducidos y orientados por poderes impersonales que escapan a nuestro control y anulan o disminuyen nuestra capacidad de discernimiento, de crítica, autocrítica e imaginación 1 Ref.FROMM, Erich. Sobre la desobediencia y otros ensayos. Barcelona: Paidós, 1984. Y así, su misión consiste en obstaculizar e impedir que los ciudadanos podamos pensar con nuestra propia cabeza de forma solidaria y responsable. Obviamente el resultado de los manejos y la intervención de la “industria de la conciencia“, acostumbra a concretarse en la oposición a cualquier forma de proyecto personal, social o institucional de carácter democrático y liberador; al fomento del individualismo en todas sus dimensiones y la oposición o el desinterés por la construcción de unas relaciones sociales basadas en la colaboración, la cooperación, la individual y la colectiva en el más amplio desarrollo de los Derechos Humanos Universales.

Hoy, conforme indican numerosos estudios sociológicos (Cabanas, Illouz, 2019; Ehrenreich, 2011) y también filosóficos (Bruckner, 1996, 2001, 2003; Lipovetsky, 1986, 2000, 2007; Finkielkraut, 1998) en paralelo a la globalización neoliberal se ha instalado la creencia de que necesariamente debemos y tenemos que ser felices conforme a los criterios que establece la llamada “Ciencia de la felicidad2 Ref.SELIGMAN, Martin. La auténtica felicidad. Barcelona: Penguin Random House, 2003; LYUBOMIRSKY, Sonja. La ciencia de la felicidad: un método probado para conseguir el bienestar. Madrid: Urano, 2008..  No obstante, algo esencial que no debemos perder de vista es el hecho de que todas las elaboraciones de la llamada “Ciencia de la Felicidad” están realizadas en y desde un contexto socioeconómico y sociocultural de riqueza y alto desarrollo económico como es el de la sociedad de Estados Unidos. Por tanto, la idea que se tiene de felicidad, por mucho que se esfuercen los teóricos e investigadores de este paradigma psicológico en objetivarla y hacerla científica, es en realidad una ilusión como nos dice Carl Cederström:

«…Se trata de una ilusión de autorrealización según la cual solo hay una manera para ser feliz, es decir, alcanzando todo el potencial como ser humano. Se trata de vivir en un estado de autenticidad, donde se te invita a vivir tu vida en oposición a la vida de otra persona. Es buscar la felicidad en forma de placer, un placer mediante el cual las actividades cotidianas más rudimentarias se convertirían en momentos de potencial regocijo. Y se trata de venderte en el mercado, trabajando duro para desarrollar tu marca y lograr una ventaja competitiva. En resumen, se trata de una ilusión que le permite a uno darse cuenta de su verdadero potencial interior, entendiéndose este como recurso de mercado y como parte del ser humano…» 3 Ref.CEDERSTRÖM, Carl. La ilusión de la felicidad. El temerario camino hacia un nuevo modelo de bienestar. Madrid: Alianza, 2019. p. 4.

CAPITALISMO EMOCIONAL

Se trata pues de un concepto de felicidad basado en la sensación psicológica de sentirse bien mediante la obediencia a las supuestamente inexorables y sagradas leyes del mercado y la subyugación por el consumo incesante de mercancías. Para este concepto de felicidad, lo que verdaderamente importa es que todo funcione bien, sin conflictos ni estridencias en el mundo del trabajo y de la producción. Y en consecuencia lo que debemos hacer es convertir nuestra personalidad y nuestro ser en objetos intercambiables en el mercado, algo que ya hemos convertido en natural gracias la implacable competitividad de curriculums e historias profesionales. Competitividad que como sabemos, es promovida, asegurada y mantenida por el comercio mundial de títulos y acreditaciones proporcionados por las instituciones académicas. Se trata por tanto de:

«…gestionarnos como si fuéramos empresas y vivir siguiendo un espíritu emprendedor. Ningún pecado es más grave que estar en paro, y no hay vicio más despreciado que la pereza; la felicidad solo se aplica a aquellos que trabajan duro, tienen la actitud correcta y luchan por la superación personal. Estos son algunos de los valores morales que parecen influir en la felicidad actual: ser auténtico, disfrutar, ser productivo y, lo más importante, no depender de otras personas para lograr estos objetivos, porque tu destino está, por supuesto, en tus propias manos…» 4 Ref.Cederström, 2019, p. 8.

         En este escenario podemos preguntarnos entonces ¿Cuántas personas de las más de 8.000 millones que habitan la Tierra disponen de posibilidades para llevar una vida auténtica y feliz? ¿Cuántas personas pueden realmente disfrutar, ser productivas y no depender de otras personas para sobrevivir? Es obvio pues, que estas aportaciones de la Psicología Positiva que hemos señalado en artículos anteriores, solamente pueden resultar aceptables y aplicables para aquellas minorías del Planeta que disponen de los recursos suficientes ya sean materiales, culturales y educativos para poder realizarlas. Y, por tanto, todas aquellas grandes mayorías que no disponen de recursos materiales y educativos no pueden objetivamente competir en el mercado y terminan finalmente por formar parte de los sectores sociales excluidos y marginados, sectores que como es bien sabido también existen en el seno de los países llamados desarrollados.

         Por otro lado, esa creencia de que el trabajo es una fuente de autorrealización y gozo es sin duda alguna un mito engendrado por la economía neoliberal para hacernos creer que únicamente trabajando y produciendo podemos ser felices. Da igual el trabajo que se tenga. Las condiciones laborales y salariales no importan, porque, al fin y al cabo, como señalan los teóricos de la felicidad, el dinero y las riquezas no proporcionan una felicidad duradera. Dicho en palabras de Cederström:

«…También hay buenas razones para cuestionar la creencia arraigada de que el trabajo es el camino hacia la autorrealización, especialmente ahora, en un contexto de trabajo precario en el que muchas personas no saben cuándo y dónde aparecerá su próximo sueldo. Intentar que la oficina sea un lugar más feliz no sería en sí mismo problemático si eso implicara atender cuidadosamente las necesidades de los empleados…» 5 Ref.Cederström, 2019, p. 10.

Así pues, el mito de que cualquier persona puede ser feliz, auténtica, positiva y ser capaz de gestionar eficazmente sus emociones y acciones transformando así en sentido autorrealizador e independiente su propia vida, no deja de ser a nuestro juicio una gran mentira que tiene a su vez una clara funcionalidad ideológica y política legitimadora y reproductora del desorden social establecido. Como nos dice Cederström:

«…la noción delirante de que todas las personas, independientemente de sus antecedentes y circunstancias, pueden transformar sus vidas a través del poder del pensamiento positivo sigue siendo una fuerte convicción, promovida por políticos influyentes, como Donald Trump. La ilusión de la felicidad que floreció en los Estados Unidos en la década de los sesenta, basada en la noción optimista de que todos pueden materializar su potencial interior, ahora se ha convertido en una doctrina cruel y amenazante, estratégicamente empleada para sostener y normalizar las desigualdades estructurales del capitalismo contemporáneo. …» 6 Ref.Cederström, 2019, p. 11.

A su vez y en el seno de las sociedades altamente competitivas y opulentas en las que triunfa el neoliberalismo más salvaje se ha producido un cambio significativo: el viejo capitalismo de la explotación pura y dura basado en el trabajo en cadena y a destajo que aún perdura, se ha transformado en lo que Cederström denomina “capitalismo emocional”. Un nuevo tipo de capitalismo que busca y encuentra la solución más eficaz para aumentar la productividad, las ganancias y minimizar los conflictos inherentes a la naturaleza de toda relación o contrato laboral. Solución consistente en la difusión y propagación de ideas acerca de la felicidad, la autorrealización, el control de la propia vida y el disfrute de sus empleados. Un disfrute, por cierto, que no es real, sino meramente ilusorio, sobre todo cuando evidenciamos la movilidad y la precariedad de los empleos. En este sentido Cederström nos recuerda que esta transformación se inicia a partir de las políticas desarrolladas por Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en EE.UU.:

«…En 1981, después de que 13.000 controladores aéreos se declararan en huelga para exigir mejores condiciones laborales, Reagan respondió con la fuerza, despidiendo a casi todos. Durante su cargo, Reagan también intentó reducir el salario mínimo para los jóvenes y fomentó la contratación temporal por parte de las agencias federales. Políticos de todo tipo siguieron su ejemplo, legitimando sus iniciativas bajo el eufemismo de “flexibilidad laboral del mercado”. Pronto, millones de personas se verían arrojadas al precariado, de forma que en lugar de mantener trabajos a largo plazo, estables, con horarios fijos, pasaron a tener que depender de trabajos ocasionales, contratos a corto plazo, horarios fluctuantes, salarios impredecibles y poca perspectiva de carrera. Lo que la flexibilidad laboral del mercado realmente implica, argumenta Guy Standing en su libro “El precariado”, es que “los riesgos y la inseguridad se transfieren a los trabajadores y a sus familias”, culminando en la creación de un “precariado global” que afecta a millones de personas en todo el mundo, personas que no poseen ancla de estabilidad alguna…» 7 Ref.Cederström, 2019, p. 79.
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En esta situación que procede de la década de los 80 del pasado siglo en la que el desempleo y la precariedad derivada de la denominada “flexibilidad laboral” tan defendida como necesidad para asegurar altos niveles de competitividad por todo tipo de empresas, surge el “capitalismo emocional” y comienzan a extenderse todo tipo de recursos formativos en las empresas con el fin de convencer a los empleados de la necesidad de ser felices. No en vano, el éxito y la divulgación de las publicaciones e investigaciones de Martin Seligman y Mihály Csíkszentmihályi ha sido debido a las espléndidas financiaciones recibidas por diversas corporaciones y fundaciones. Algo, por cierto, que nos resulta enormemente chocante y muy cuestionable en el sentido de que no se puede o no se debe predicar la felicidad, la autenticidad o las virtudes con el fin no manifestado de lucrarse y ayudar a que las corporaciones empresariales aumenten sus ganancias o que incluso el ejército aumente su capacidad destructora y necrofílica.

Continuará

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Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Ha sido miembro del Grupo de Investigación ECOTRANSD de la Universidad Católica de Brasilia y pertenece al Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofreció el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS cuya temática general está centrada también en temas educativos y transdisciplinares. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ

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