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Crítica de la Psicología Positiva (1)
Por Juan Miguel Batalloso Navas
Es obvio que ningún ser humano desea sufrir y que todas las personas sin excepción aspiramos a gozar de salud, bienestar psíquico, seguridad, satisfacción de necesidades básicas, alegría, cariño, confort, etc. Todos los humanos de uno u otro modo deseamos ser felices, si bien el concepto o la idea que cada humano tiene de felicidad depende de las diferentes culturas. No obstante, para que esas culturas sean capaces de configurar nuestras emociones o nuestras formas de sentir y percibir la realidad, tienen necesariamente que gozar de la aceptación de grandes mayorías de individuos, es decir, tienen que ser culturas dominantes normalizadas y legitimadas por determinados consensos sociales. Unos consensos que actualmente se configuran a través de la influencia y el poder seductor, intoxicador y manipulador de lo que conocemos como “industria de la conciencia”.
LA INDUSTRIA DE LA CONCIENCIA
Esta “industria” está constituida por el conjunto de grandes empresas, medios de producción y recursos tecnológicos que se encargan de la comunicación y de la información (prensa, radio, TV y redes digitales). A ellas hay que sumar la “industria del ocio” de los grandes espectáculos de masas, así como la “industria cultural” de grandes editoriales y productoras audiovisuales y también, la “industria escolar” constituida por todas las entidades formativas y educativas. Todas ellas son las que se encargan de configurar, orientar, sugerir e incluso imponer por diversos procedimientos y estrategias, los modos de pensar, sentir, comunicarse y vivir de las grandes mayorías de nuestro Planeta o de un determinado país.
En general, la industria de la conciencia sirve para configurar, cohesionar, normalizar o naturalizar una determinada visión o concepción del mundo, una especie de pensamiento único o de conciencia única y universal por la que se legitima o se considera como normal el orden social, económico y político establecido. Se trata de una industria que, bajo la apariencia de diversidad, creatividad y mediante los más sutiles procedimientos propagandísticos y de seducción nos hace creer, que somos libres y dueños de nuestras opiniones, creencias y convicciones, cuando realmente estamos siendo conducidos y orientados por poderes impersonales que escapan a nuestro control y anulan o disminuyen nuestra capacidad de discernimiento, de crítica, autocrítica e imaginación 1 Ref.FROMM, Erich. Sobre la desobediencia y otros ensayos. Barcelona: Paidós, 1984. Y así, su misión consiste en obstaculizar e impedir que los ciudadanos podamos pensar con nuestra propia cabeza de forma solidaria y responsable. Obviamente el resultado de los manejos y la intervención de la “industria de la conciencia“, acostumbra a concretarse en la oposición a cualquier forma de proyecto personal, social o institucional de carácter democrático y liberador; al fomento del individualismo en todas sus dimensiones y la oposición o el desinterés por la construcción de unas relaciones sociales basadas en la colaboración, la cooperación, la individual y la colectiva en el más amplio desarrollo de los Derechos Humanos Universales.
Hoy, conforme indican numerosos estudios sociológicos (Cabanas, Illouz, 2019; Ehrenreich, 2011) y también filosóficos (Bruckner, 1996, 2001, 2003; Lipovetsky, 1986, 2000, 2007; Finkielkraut, 1998) en paralelo a la globalización neoliberal se ha instalado la creencia de que necesariamente debemos y tenemos que ser felices conforme a los criterios que establece la llamada “Ciencia de la felicidad” 2 Ref.SELIGMAN, Martin. La auténtica felicidad. Barcelona: Penguin Random House, 2003; LYUBOMIRSKY, Sonja. La ciencia de la felicidad: un método probado para conseguir el bienestar. Madrid: Urano, 2008.. No obstante, algo esencial que no debemos perder de vista es el hecho de que todas las elaboraciones de la llamada “Ciencia de la Felicidad” están realizadas en y desde un contexto socioeconómico y sociocultural de riqueza y alto desarrollo económico como es el de la sociedad de Estados Unidos. Por tanto, la idea que se tiene de felicidad, por mucho que se esfuercen los teóricos e investigadores de este paradigma psicológico en objetivarla y hacerla científica, es en realidad una ilusión como nos dice Carl Cederström:
CAPITALISMO EMOCIONAL
Se trata pues de un concepto de felicidad basado en la sensación psicológica de sentirse bien mediante la obediencia a las supuestamente inexorables y sagradas leyes del mercado y la subyugación por el consumo incesante de mercancías. Para este concepto de felicidad, lo que verdaderamente importa es que todo funcione bien, sin conflictos ni estridencias en el mundo del trabajo y de la producción. Y en consecuencia lo que debemos hacer es convertir nuestra personalidad y nuestro ser en objetos intercambiables en el mercado, algo que ya hemos convertido en natural gracias la implacable competitividad de curriculums e historias profesionales. Competitividad que como sabemos, es promovida, asegurada y mantenida por el comercio mundial de títulos y acreditaciones proporcionados por las instituciones académicas. Se trata por tanto de:
En este escenario podemos preguntarnos entonces ¿Cuántas personas de las más de 8.000 millones que habitan la Tierra disponen de posibilidades para llevar una vida auténtica y feliz? ¿Cuántas personas pueden realmente disfrutar, ser productivas y no depender de otras personas para sobrevivir? Es obvio pues, que estas aportaciones de la Psicología Positiva que hemos señalado en artículos anteriores, solamente pueden resultar aceptables y aplicables para aquellas minorías del Planeta que disponen de los recursos suficientes ya sean materiales, culturales y educativos para poder realizarlas. Y, por tanto, todas aquellas grandes mayorías que no disponen de recursos materiales y educativos no pueden objetivamente competir en el mercado y terminan finalmente por formar parte de los sectores sociales excluidos y marginados, sectores que como es bien sabido también existen en el seno de los países llamados desarrollados.
Por otro lado, esa creencia de que el trabajo es una fuente de autorrealización y gozo es sin duda alguna un mito engendrado por la economía neoliberal para hacernos creer que únicamente trabajando y produciendo podemos ser felices. Da igual el trabajo que se tenga. Las condiciones laborales y salariales no importan, porque, al fin y al cabo, como señalan los teóricos de la felicidad, el dinero y las riquezas no proporcionan una felicidad duradera. Dicho en palabras de Cederström:
Así pues, el mito de que cualquier persona puede ser feliz, auténtica, positiva y ser capaz de gestionar eficazmente sus emociones y acciones transformando así en sentido autorrealizador e independiente su propia vida, no deja de ser a nuestro juicio una gran mentira que tiene a su vez una clara funcionalidad ideológica y política legitimadora y reproductora del desorden social establecido. Como nos dice Cederström:
A su vez y en el seno de las sociedades altamente competitivas y opulentas en las que triunfa el neoliberalismo más salvaje se ha producido un cambio significativo: el viejo capitalismo de la explotación pura y dura basado en el trabajo en cadena y a destajo que aún perdura, se ha transformado en lo que Cederström denomina “capitalismo emocional”. Un nuevo tipo de capitalismo que busca y encuentra la solución más eficaz para aumentar la productividad, las ganancias y minimizar los conflictos inherentes a la naturaleza de toda relación o contrato laboral. Solución consistente en la difusión y propagación de ideas acerca de la felicidad, la autorrealización, el control de la propia vida y el disfrute de sus empleados. Un disfrute, por cierto, que no es real, sino meramente ilusorio, sobre todo cuando evidenciamos la movilidad y la precariedad de los empleos. En este sentido Cederström nos recuerda que esta transformación se inicia a partir de las políticas desarrolladas por Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en EE.UU.:
En esta situación que procede de la década de los 80 del pasado siglo en la que el desempleo y la precariedad derivada de la denominada “flexibilidad laboral” tan defendida como necesidad para asegurar altos niveles de competitividad por todo tipo de empresas, surge el “capitalismo emocional” y comienzan a extenderse todo tipo de recursos formativos en las empresas con el fin de convencer a los empleados de la necesidad de ser felices. No en vano, el éxito y la divulgación de las publicaciones e investigaciones de Martin Seligman y Mihály Csíkszentmihályi ha sido debido a las espléndidas financiaciones recibidas por diversas corporaciones y fundaciones. Algo, por cierto, que nos resulta enormemente chocante y muy cuestionable en el sentido de que no se puede o no se debe predicar la felicidad, la autenticidad o las virtudes con el fin no manifestado de lucrarse y ayudar a que las corporaciones empresariales aumenten sus ganancias o que incluso el ejército aumente su capacidad destructora y necrofílica.
Continuará…


Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Ha sido miembro del Grupo de Investigación ECOTRANSD de la Universidad Católica de Brasilia y pertenece al Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofreció el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS cuya temática general está centrada también en temas educativos y transdisciplinares. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ
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