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LA ALEGRÍA (1). Aspectos generales
Por Juan Miguel Batalloso Navas
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas…» 1 Ref.Mario Benedetti
No hace falta estudiar mucho para comprender el significado de la emoción “alegría”. Cualquier persona recuerda vivamente cuales fueron las situaciones que suscitaron su alegría. La satisfacción de un objetivo conseguido; la obtención de un reconocimiento, un título o un empleo; el tiempo en el que estuvimos locamente enamorados; el nacimiento de un hijo; el encuentro amistoso con alguien que no veíamos desde mucho tiempo; la convivencia amistosa en alguna ceremonia de celebración o diversión; la contemplación de una espectáculo o de una escena de la Naturaleza; el gozo experimentado al contemplar una obra de arte; el hacer o producir algo que especialmente nos gusta; la sorpresa e hilaridad de un acontecimiento gracioso y placentero; el recuerdo de aquellas escenas de nuestra niñez o adolescencia que nos proporcionaban sentimientos de gozo y placer, etc.
No obstante, es necesario que distingamos entre lo que significa “estar” alegre y “ser” alegre. Cuando decimos por ejemplo que una persona “es” alegre, estamos dando a entender que su alegría forma parte de su carácter y de su personalidad, en cuanto que dispone de un conjunto de actitudes o de tendencias de pensamiento y acción que le proporcionan a menudo experiencias de alegría, así como un enfoque positivo de los acontecimientos y experiencias en las que participa. Por el contrario, al decir “estar alegre” nos estamos refiriendo a un momento concreto en el que nuestra alegría se expresa como efecto de un acontecimiento que nos resulta placentero, satisfactorio o gozoso, de tal manera que cuando ese acontecimiento se extingue o termina, la alegría desaparece. Ni que decir tiene, que las personas que “son” alegres encuentran más oportunidades de disfrute o de “estar” alegres, que aquellas que únicamente experimentan la alegría en contadas ocasiones.
En el mismo sentido, es necesario distinguir la diferencia entre lo que conocemos como placer, felicidad y alegría, como nos señala el sociólogo y reconocido escritor y divulgador del pensamiento positivo mediante la Filosofía, Frederic Lenoir 2 Ref.LENOIR, Frederic. La alegría. Barcelona: Plataforma Editorial, 2018., p. 10-18.
El placer, como sabemos, es la sensación de gozo que nos produce la satisfacción de un deseo o de una necesidad por lo general ligada a los sentidos. Su característica principal es su inmediatez y escasa duración, al mismo tiempo que su carácter adictivo en el sentido de que cuando se experimenta placer y este se termina, nos produce una insatisfacción y por tanto un nuevo deseo de perseguirlo, repetirlo o experimentarlo. Por el contrario, las experiencias o los estados momentáneos de alegría no tienen ese carácter adictivo en cuanto que comienzan por lo general sorpresivamente y terminan sin que persigamos la necesidad de repetirla. Así pues, las personas hedonistas que consideran que el objetivo principal de su vida es la consecución de placer, acaban por instalarse en una espiral interminable de satisfacciones e insatisfacciones, que finalmente las conducen al displacer y a la tristeza.
La felicidad, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones, aunque se trate de un concepto relativo, ambiguo, subjetivo y muy condicionado por la cultura y las experiencias pasadas, tiene al mismo tiempo semejanzas y diferencias con la alegría. Semejanzas en cuanto que las experiencias de felicidad se presentan siempre asociadas o vinculadas a experiencias de alegría y por tanto puede hablarse de momentos felices e infelices, al igual que hablamos de momentos alegres y tristes. Y diferencias, porque la felicidad como estado de ánimo, actitud duradera y sostenible, está constituida por numerosos elementos y experiencias que no necesariamente tienen que ser alegres o placenteros. Este es el sentido, por ejemplo, que permite integrar las experiencias displacenteras de dolor o sufrimiento, en un marco mucho más amplio de sentido en cuanto que se acepta que la tristeza y el dolor forman parte, al igual que el placer o la alegría de la experiencia humana. Y, en consecuencia, la felicidad acostumbra a asociarse a un estado permanente de tranquilidad, calma y paz interior que acepta la vida tal y como se presenta sabiendo discriminar entre aquellas circunstancias que no podemos modificar porque no dependen de nosotros y aquellas otras que sí podemos cambiar a voluntad.
Para Lenoir y también para nosotros la concepción de la felicidad que domina hoy en todas nuestras sociedades occidentales consiste en que
¿Cómo puede entonces definirse la alegría? pues diciendo simplemente que es una experiencia intensa de satisfacción o de reacción a un acontecimiento o a una circunstancia que nos produce gozo o placer. Se trata sin duda de un acontecimiento subjetivo que cada individuo expresa en función de sus experiencias previas, condicionamientos y creencias y por tanto relativo. Es decir, la alegría no es igual para todos los individuos, como tampoco es uniforme en intensidad, dado que hay acontecimientos que nos producen más o menos alegría. Vista así y de la misma manera que resulta contraproducente por no decir estúpido, perseguir el placer o los momentos felices a toda costa, también resulta de todo punto irracional perseguir un estado permanente de alegría, porque además la alegría no solo no se puede buscar, sino que tampoco se puede producir a voluntad. En este sentido creemos, que la alegría, al igual que los momentos felices asociados a ella se presentan por lo general de forma azarosa y sorprendente y no necesariamente la misma causa que nos produjo alegría alguna vez, nos la va a producir siempre.
En cualquier caso y de lo que no cabe ninguna duda es que todos los estudiosos de las emociones e incluso todos los autores y escuelas más diversas de Filosofía, así como todas las tradiciones espirituales y también todas las producciones artísticas, ya sean visuales, musicales o literarias coinciden en afirmar que la alegría es una emoción básica o primaria presente en todos los seres humanos y de fundamental importancia para nuestra vida y nuestro desarrollo personal. Baste recordar aquí aquellos versos del poeta y cantautor Vincius de Moraes en su inmortal canción “Samba da benção“
Alegria é a melhor coisa que existe
É assim como a luz no coração (…)
A vida não é de brincadeira, amigo
A vida é arte do encontro…»
El Diccionario de Real Academia Española de la Lengua, define la alegría como «el sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores». No obstante, para que la alegría sea realmente un sentimiento, es decir, algo consciente, perdurable o al menos sostenible y frecuente, es necesario que la alegría la experimentemos como emoción. Una emoción que, como todas, se constituye y se expresa mediante la integración de las tres dimensiones o niveles de toda emoción: neurofisiológico, conductual y cognitivo, dimensiones que se manifiestan a partir de un acontecimiento, una valoración y una respuesta conductual.
Sabemos también que a nivel neurofisiológico la alegría se manifiesta o se expresa mediante la sonrisa. Una expresión facial que refleja gozo, satisfacción, júbilo, ánimo positivo y que tiene un gran poder contagioso y favorecedor de la interacción social y la empatía. Igualmente, la alegría se expresa con la risa o sonido que producimos cuando algo nos alegra y nos produce placer o regocijo, sonido hilarante que casi siempre va acompañado movimientos involuntarios de la cara, el tórax y las extremidades y que al igual que la sonrisa tiene también la capacidad de producir alegría en los demás.
La risa se produce por la estimulación de diversas áreas cerebrales, como el córtex prefrontal, el sistema límbico y el tronco encefálico. La risa pues, tiene múltiples beneficios para la salud física y mental, como reducir el estrés, mejorar el sistema inmunológico, liberar endorfinas y fortalecer los vínculos sociales. No en vano, hoy conocemos que la risoterapia, es un conjunto de estrategias y procedimientos complementarios a las terapias psicológicas convencionales que utilizan el humor y la risa para mejorar la salud física, mental y emocional de las personas. Y es que efectivamente, la risa tiene diversos efectos beneficiosos sobre el organismo, desde los fisiológicos mencionados hasta los psicológicos como aumentar la autoestima y nuestra capacidad para relativizar y descentrarnos de los acontecimientos potencialmente dañinos, además de favorecer la comunicación y las relaciones sociales. A su vez, las experiencias de alegría activan y excitan todo nuestro organismo, lo que se refleja, como en todas las emociones, en cambios de la frecuencia cardíaca, la presión arterial, la respiración y la sudoración. Unos cambios que se deben a la activación del sistema nervioso simpático, que prepara al cuerpo para la acción y el movimiento y que dependen de la intensidad de la emoción y el grado de novedad o sorpresa del estímulo o acontecimiento que la provoca.
Desde un punto de vista psicológico, también sabemos que las experiencias de alegría mejoran notablemente la disposición y las actitudes de las personas a emprender proyectos, realizar tareas, afrontar con optimismo las dificultades y en definitiva mejoran el estado de ánimo general. A su vez y cognitivamente, la alegría mejora o favorece el pensamiento creativo, la memoria y el aprendizaje, constituyéndose así en un importante factor de motivación, ayudando a tomar decisiones y a eliminar pensamientos irracionales, tóxicos y negativos. Del mismo modo, la alegría es un potente regulador de las emociones negativas, es decir, sirve de “antídoto”, utilizando la terminología budista, para que las emociones destructivas como el miedo, la ira, la rabia, los sentimientos de odio y todas aquellas que nos producen ansiedad, sentimientos de desamparo y de tristeza se disuelvan. Desde esta perspectiva psicológica, no cabe duda pues, que la alegría favorece la comunicación, la cooperación e incluso el altruismo.
A partir de esta breve reflexión, no nos cabe ninguna duda de la importancia y la trascendencia de la alegría para la Educación y el aprendizaje. Una trascendencia que tiene numerosas implicaciones familiares, grupales, escolares, institucionales, docentes, pedagógicas y didácticas. Pensemos por ejemplo en un profesor angustiado, ansioso, deprimido o triste que para escapar de su angustia utiliza de forma sistemática el distanciamiento, el rigorismo y el reglamentismo para relacionarse con sus alumnos, ¿Qué tipo de motivación o de climas de aula podría generar un profesor así? Evidentemente y como así han señalado numerosos autores y en especial Christopher Day, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Nottingham y reconocido investigador sobre la vida, la eficacia y el desarrollo profesional de los docentes, no es posible encontrar profesores resilientes y apasionados por su profesión sin que estos alcancen un alto grado de desarrollo personal y dosis regulares y sostenibles de optimismo y alegría. En este sentido nos dice que el desarrollo, la expresión y el mantenimiento de emociones positivas en el docente tales como la alegría, el interés, la satisfacción y el amor son indispensables no solo para una práctica docente eficiente y eficaz, sino también para su propia satisfacción personal y el desarrollo y mantenimiento de su resiliencia. 4 Ref.DAY, Christopher; GU, Qing. Educadores resilientes, escuelas resilientes. Construir y sostener la calidad educativa en tiempos difíciles. Madrid: Narcea, 2015, p. 21
Así pues, el estudio, la formación y la práctica personal y profesional de emociones positivas como las citadas, deberían formar parte de cualquier programa o proceso de formación inicial y continua del profesorado. Un estudio y formación que además de servir para el propio desarrollo personal y profesional del profesor y su propia salud mental y supervivencia en momentos críticos, necesariamente sería la base formativa para ayudar al desarrollo de competencias emocionales en sus alumnos.
Continuará…
Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Ha sido miembro del Grupo de Investigación ECOTRANSD de la Universidad Católica de Brasilia y pertenece al Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofreció el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS cuya temática general está centrada también en temas educativos y transdisciplinares. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ
Referencia
Así es como debe ser. Hay que defender la alegría como un estandarte, en palabras de Joan M. Serrat.
Muy acertada la distinción entre “estar alegre” ante unos acontecimientos concretos y “ser alegre” como ser una persona optimista ante los avatares de la vida, practicando el pensamiento positivo, que prioriza el lado positivo de las personas y de los hechos en vez de centrarse en el lado negativo. El escritor francés Albert Camus dice en una de sus novelas ” que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.
Para mantener un buen estado de alegría creo que debemos aprender de la experiencia lo que nos hace sentir mal y evitarlo. Por el contrario, hay que promover lo que nos hace sentir bien. Es una decisión que solo depende de cada uno de nosotros por ser los que mejores nos conocemos.
Es muy importante sentirse alegre y a gusto con las actividades que estamos desarrollando, también con nuestra pareja, con nuestros hijos y familiares, y con nuestros amigos. Hay que ser asertivos para comunicar a los demás lo que nos sienta bien o lo que nos molesta.