LA ALEGRÍA (21). Los 8 pilares: agradecimiento y gratitud (6)

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Los ocho pilares de la alegría

LA ALEGRÍA (21)
Los 8 pilares: agradecimiento y gratitud (6)

Por Juan Miguel Batalloso Navas

«…El agradecimiento es el reconocimiento de todo lo que nos sustenta en la red de la vida y de todo aquello que ha hecho posible que disfrutemos de la existencia en el momento presente. Dar las gracias es una respuesta natural a la vida y puede que el único modo de saborearla. Tanto el budismo como el cristianismo, y quizá todas las tradiciones espirituales, reconocen la importancia del agradecimiento. Nos da la oportunidad de cambiar nuestra perspectiva, tal como el Dalai Lama y el arzobispo aconsejaron, con respecto a todo lo que nos ha sido dado y a todo cuanto tenemos. Nos aleja de esa tendencia a centrarnos únicamente en los defectos y carencias, así como de la perspectiva más amplia del beneficio y de la abundancia…» 1 Ref.Dalái Lama et. al.; 2016, p. 200

«…Cuando te sientes agradecido, no tienes miedo, y cuando no tienes miedo, no eres violento. Cuando te sientes agradecido, actúas por un sentido de suficiencia y no por una sensación de escasez, y estás dispuesto a compartir. Si te sientes agradecido, disfrutas de las diferencias entre la gente y eres respetuoso con todos. Un mundo agradecido es un mundo de gente alegre. Las personas agradecidas son personas alegres. Un mundo agradecido es un mundo feliz…» 2 Ref.David Steindl-Rast. Monje benedictino y autor de numerosas reflexiones sobre la gratitud.

«…La gratitud (charis) es esta alegría de la memoria, este amor por el pasado, no el sufrimiento de lo que ya no es, ni la tristeza por lo que no ha sido, sino el recuerdo gozoso de lo que ha sido. Es el tiempo redescubierto. Comprendemos que este tiempo hace indiferente la idea de la muerte, porque lo que vivimos, la muerte misma, que nos llevará, no podría arrebatarnos: son bienes inmortales, dice Epicuro, no porque no morimos, sino porque la muerte no podría anular lo que vivimos, lo que hemos vivido en el pasado…»3 Ref.Adré Comte-Sponville. Pequeño tratado de las grandes virtudes. Madrid: Espasa, 1998.

«La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes» José Martí (1853-1895)

         La gratitud como virtud y el agradecimiento como actitud y expresión concreta de conducta, o también como sentimiento, tal vez sean una de las cualidades más nobles y humildes del ser humano. Agradecer es en realidad un acto de reconocimiento, de bondad y cariño que está mucho más allá que el simple acto de compensar, devolver o intercambiar el bien recibido. Necesariamente la persona agradecida, la que es capaz de experimentar y expresar satisfacción y regocijo por todo lo que recibe o lo que le es dado, es una persona profunda e íntimamente alegre, al mismo tiempo que humilde, bondadosa y generosa. Sin embargo, ser agradecido, cultivar íntimamente la virtud de la gratitud, no es precisamente una cualidad que caracterice a las relaciones humanas contemporáneas, sobre todo cuando estas son más mercantiles que humanas.

En una sociedad en la que todo se ha mercantilizado, en la que todo se compra y se vende sometiéndose al imperio del valor fijado por la oferta y la demanda, gratuidad y gratitud no son precisamente cualidades que estén muy extendidas. De alguna manera hemos interiorizado que todo debe pagarse, que todo es un juego de ganancias y pérdidas, que toda acción humana que nos beneficia lleva implícita una carga hipotecaria que más tarde o más temprano debemos saldar.

         De esta forma todo se vuelve valor de cambio, todo lo que de alguna manera ofrecemos o damos nace implícitamente cargado de una especie de mecanismo de ida y vuelta por el que esperamos se nos restituya el supuesto bien que hemos regalado. El agradecimiento lo hemos convertido en el pago o la retribución a que sometemos nuestra mal entendida generosidad que se presenta siempre condicionada por expectativas de ser considerado bueno, virtuoso y reconocido por encima y a una altura superior del beneficiario. Es como una feria de humillaciones y vanidades, que por un lado rebaja la dignidad y denigra al que recibe, al mismo tiempo que ensalza y eleva la autoestima y la consideración de quien dona. Todo se reduce a negocio, ya sea de personalidades, sentimientos o autoestima, a negocio de cualidades y supuestas virtudes que se utilizan para la retribución de nuestro ego.

         A su vez, todo lo que nos regalan se transforma en deuda, no en alegría por lo recibido, sino en incordio motivado por la necesidad de mostrar agradecimiento de la forma más espléndida y superior. De esta forma, la supuesta gratitud, termina por convertirse en un acto de soberbia y vanidad. Cuando al recibir una alabanza, un regalo, un presente, una invitación o simplemente un gesto amable, e intentamos por todos los medios devolver ansiosamente lo recibido procurando mostrarnos superiores en la restitución, no es agradecimiento lo que expresamos sino una burda soberbia que alimenta un ego que desea dominar por encima de todo.

         Si todo es compraventa, si todo es mercancía, acabamos por perder el valor de lo gratuito, lo incondicional y lo amoroso. Si extraemos del dar o la donación, el valor de la gratuidad y la incondicionalidad perdemos al mismo tiempo la felicidad intrínseca que procede del original, espontáneo y creador acto de donación, acto que abre siempre caminos insospechados y desconocidos de afecto, cariño y amor que por su propia naturaleza son caminos libres, abiertos, no retributivos además de que no pueden reducirse ni recorrerse, ni en una sola dirección, ni en un único sentido.

         Si todo es mercado, todo termina entonces por presentársenos como un gran teatro de máscaras, en el que no solamente desconocemos quién es quién, sino que además vivimos y convivimos a base de cotizaciones de bolsa, es decir, continuamente desequilibrados y desorientados por fuerzas que escapan a nuestro control.

         Si la acción de recibir siempre está mediada por el valor comercial, por el acto del intercambio, nada se recibe ya con sorpresa, con bendición y con alegría. De este modo, nuestra capacidad de engullir y consumir termina por hacerse insaciable no existiendo ya nada que nos pueda sorprender dado que supuestamente creemos que todo tiene un precio.

         Pues no, no todo tiene un precio y precisamente las cosas y acciones que no tienen precio y no pueden reducirse a mercancía, son las infinitamente valiosas y de las que recibimos los mayores bienes para nuestra salud, nuestra felicidad y nuestra vida. A pesar de que las relaciones mercantiles han penetrado y atravesado el corazón mismo de la convivencia social, siempre existen infinitas posibilidades de re-conocimiento y re-creación de aquellos valores esenciales de la condición humana que no pueden ser sometidos a cotización. Amor, ternura, comprensión, cariño, compasión, reconocimiento, compañía, solidaridad, alegría, paz interior, perdón y un sinfín de cualidades que nacen y crecen en el corazón humano, no pueden comprarse ni venderse. Por ello, para adquirir esta conciencia necesariamente tenemos que recorrer el camino del agradecimiento, único camino para comprender el regalo de la vida, la naturaleza, el universo y el amor incondicional que hemos recibido en toda nuestra vida que siempre es alumbrado, iniciado y mantenido por nuestras madres.

         De cualquier manera, tomar conciencia de que somos portadores, realizadores y gozadores del gran milagro de la vida tal vez sea el primer paso para comprender que hasta la brisa más sutil de aire puede convertirse en el más valioso de los regalos. De este modo, aprender a agradecer incondicionalmente todo lo que tenemos a nuestra disposición, incluyendo también el difícil trago de la enfermedad, las frustraciones, del dolor o del sufrimiento, se convierte en un camino transcendente para reconocernos como los seres más privilegiados y milagrosos del universo.

         Hoy tanto, la psiquiatría como la psicología han descubierto y especialmente la neuropsicología y la psicoinmunología que aquella cita de Juvenal de finales del Siglo I de “Mens sana in corpore sano”  es más cierta que nunca. Y es que el equilibrio de la salud, que es más bien un proceso y no un producto, no es algo que funcione a partir de la dualidad mente-cuerpo, sino por el contrario, a partir de las complejas relaciones ecosistémicas y de interdependencia de cada individuo consigo mismo y con su medio ambiente.

         Pensamientos y sentimientos positivos; identificación, superación y/o transformación de emociones negativas; adecuado control de impulsos; conciencia de los propios sentimientos; diferenciación entre lo activo y lo reactivo, etc… son procesos psicológicos que ayudan y estimulan la salud integral. Procesos entre los que se encuentra sin duda la actitud y la conducta de agradecimiento por lo que somos, lo que hacemos e incondicionalmente recibimos.

         Hacer simplemente una parada para visualizar todas aquellas cosas de las que disponemos, todo aquello que hemos recibido totalmente gratis o mejor aún, pensar y sentir muy cerca de nosotros aquellas personas que nos han dado tanto o que nos han amado incondicionalmente, es un excelente ejercicio para sentirnos contentos, alegres, serenos y en camino de conseguir una estable y profunda paz interior.

         De la misma forma que ningún ser humano puede vivir sin estar enamorado, ya sea de una persona o varias, de un trabajo, una vocación, una causa o de la Naturaleza entera, ningún ser humano puede tampoco llegar a ser plenamente humano si no es agradecido. Tenemos pues que dar gracias, aunque sin llegar a ser esclavos hipotecando nuestra dignidad y autonomía, como nos recuerda Nietzsche. Tenemos que dar gracias a quien sea o a lo que sea, a nosotros mismos, a nuestros padres y seres queridos, al dios o diosa en el que crea cada uno o al universo entero, porque el camino de la gratitud es también el camino del reconocimiento del otro como legítimo de otro y por tanto el camino que nos conduce al amor incondicional.

         Regalar una nota de agradecimiento, ofrecer una mirada de asenti­miento, dibujar una sonrisa en nuestros labios, mirarse fijamente a los ojos, o dar un cálido abrazo o un sencillo beso, son acciones que nos trans­forman porque estamos re-conociendo en el otro semillas divinas o valores que no pueden en ningún caso cotizar en el mercado de la personalidad o de las relaciones humanas. Agradecer no es pues un acto de esclavitud ni de de­pendencia, sino más bien un acto de donación incondicional y reconocimiento de que no somos nada sin el otro que nos mira, nos escucha o nos acoge.

         Así pues, la gratitud como virtud y sentimiento, o el agradecimiento como actitud y expresión de la conducta humana, están estrechamente vinculadas a otras virtudes y actitudes como la humildad, la generosidad incondicional, la empatía y el reconocimiento de los demás como seres dignos y legítimos.

         En definitiva, la gratitud tal y como la define la UNODC (Oficina de las Naciones Unidad contra la Droga y el Delito) es:

«La cualidad de ser agradecido, consiste en apreciar los aspectos (no materialistas) de la vida y la voluntad de reconocer que los demás desempeñan un papel en nuestro bienestar emocional. Es una emoción fuertemente relacionada con la salud mental, la satisfacción vital, el optimismo, la autoestima, las relaciones sociales y la felicidad que perdura a lo largo de la vida. Es una habilidad esencial para lograr el autoconocimiento y la autogestión…»

A partir de esta clarificadora definición de gratitud, no cabe ninguna duda que dicho sentimiento, valor, actitud o virtud tiene una extraordinaria importancia en todas las dimensiones de nuestra vida y nuestro desarrollo personal y social. Por tanto, es indispensable favorecerla, impulsarla y enseñarla desde la Educación. En este sentido, como dice la UNODC, la gratitud es importante en tanto que (UNODC; 2023):

  1. Las personas agradecidas son más felices y están más satisfechas con su vida, sus amistades, su familia, su comunidad y su persona. Experimentan más esperanza, optimismo y autoestima y rinden más en la escuela y el trabajo.
  2. La gratitud está relacionada con una mayor compasión, dando lugar a relaciones más sólidas. También se asocia con un estilo de vida más saludable, un mejor descanso, un sistema inmune fortalecido y menos emociones negativas como la envidia, la depresión, el sentimiento de soledad y el materialismo.
  3. La gratitud contribuye a la esperanza, la resiliencia y el afrontamiento de las crisis. Puede ayudarnos a gestionar emociones como la pérdida y el estrés.
  4. La gratitud puede aumentar los neuroquímicos esenciales. Una mentalidad optimista libera neuroquímicos del bienestar como la dopamina, la oxitocina y la serotonina.

Meditación de agradecimiento

Continuará…

Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Ha sido miembro del Grupo de Investigación ECOTRANSD de la Universidad Católica de Brasilia y pertenece al Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofreció el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS cuya temática general está centrada también en temas educativos y transdisciplinares. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ

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2 thoughts on “LA ALEGRÍA (21). Los 8 pilares: agradecimiento y gratitud (6)

  1. Gracias, muchas gracias a ti por tan hermoso texto y sentida meditación. Otro abrazo agradecido para toda tu familia.

  2. Muchas gracias por este texto tan esclarecedor. La gratitud forma parte del segundo pilar, de los tres que considero imprescindibles para conseguir el bienestar emocional personal, que consiste en querer a los demás. Ser agradecidos con los demás nos hace felices, de la misma manera que recibir agradecimiento. Lo contrario nos hace sentir mal. ¿Quién no se siente mal cuando después de hacer un favor a alguien no recibe un acto o un gesto de agradecimiento? Es del todo cierto que todas las emociones que nos hacen sentir bien o felices se debe a la liberación en la sangre de endorfinas como la dopamina, la oxitocina y la serotonina.
    No en vano, los psiquiatras recetan dopamina para reactivar el ánimo de las personas deprimidas.

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