Libros que marcan (1): LA RUEDA DE LA VIDA

Cada vez que un amigo o amiga emprende el viaje sin retorno de la muerte, me invade un profundo sentimiento de pérdida y desconsuelo ^{1 Ref.}Si deseas conocer a algunos de mis amigos desaparecidos, puedes hacerlo AQUÍ. Me asaltan numerosas preguntas, algunas sobre la cercanía de mi propio final, otras sobre el valor y el significado de lo vivido. A menudo lucho por no desesperarme, y a veces lo logro, otras no. Aunque repita para mí el pensamiento de Epicuro de que la muerte no es nada para nosotros, pues cuando ella está, nosotros no estamos, y viceversa, la verdad es que temo morir. En ocasiones, enfrento la tristeza y el desconsuelo de la pérdida de diversas formas. Una es recordando los momentos vividos con la persona fallecida, agradeciendo a la vida la oportunidad de haberla conocido y compartido con ella sentimientos y experiencias inolvidables, lo cual me confirma una vez más en la idea de Vinicius de Moraes de que “la vida es el arte del encuentro“. Recordar es para mí una manera de mantener viva su presencia. Otras veces, encuentro consuelo simplemente observando los rayos del sol al atardecer entre los árboles durante un paseo, viendo los gorriones en mi balcón o las nubes cruzando el vasto cielo azul. En esos instantes, a pesar del dolor por la pérdida, me doy cuenta de lo afortunado que soy por seguir vivo, y un profundo sentimiento de gratitud va mitigando mi tristeza y dándole nuevos significados a los momentos compartidos.

La muerte como realidad biológica y personal ha sido estudiada históricamente desde numerosas perspectivas: filosóficas, religiosas, antropológicas, sociológicas, médicas, psicológicas, demográficas e incluso económicas y políticas. Se cree, que la emergencia de la conciencia del “yo existo y estoy vivo” se produjo en la más remota antigüedad cuando los primeros habitantes de nuestro planeta observaron cómo se morían los animales y sus propios congéneres. Disponemos pues, de una abundantísima literatura sobre la muerte e incluso de cómo afrontarla y aceptarla de forma positiva y natural.

Pues bien, de entre las numerosas perspectivas y enfoques en el estudio de la muerte, destacan a mi juicio las aportaciones de la prestigiosa psiquiatra Elisabeth Kübler Ross (1926-2004), especialista internacionalmente reconocida en el tratamiento de los enfermos terminales y los moribundos que propuso la existencia de cinco etapas o fases en el afrontamiento psicológico del morir o el de una pérdida significativa ^{2 Ref.}KÜBLER-ROSS, Elisabeth. Sobre la muerte y los moribundos. Grijalbo. Madrid. 1993 Estas etapas para Kübler-Ross son:

1. Negación: “Esto no me puede estar pasando”.
2. Ira: “¿Cómo puede sucederme esto a mí?”.
3. Negociación: “¿Qué hubiera sucedido si…?”.
4. Depresión: “Le extraño, ¿por qué seguir?”.
5. Aceptación: “Todo va a estar bien, voy a seguir adelante”

Así pues, otra de las maneras que tengo de afrontar el hecho evidente de la muerte es mediante la lectura de obras que me ayudan a comprenderla y aceptarla incluso como algo bueno y necesario. Claro que, en este punto, da exactamente igual comprender o no comprender la muerte, porque quieras o no quieras, la comprendas o no, más temprano o mejor más tarde, moriremos. En cualquier caso, lo cierto es, que este tipo de lecturas me reconfortan y me ayudan a vivir cada día como si fuese el último y siempre dando gracias en todo momento y en todo lugar.

El libro “La rueda de la vida” de Elizabeth Kübler-Ross, lo descubrí hace ya más de veinte años. tiempo en el que comencé a estudiar el fenómeno de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), encontrándome también, años más tarde, con el libro del médico sevillano Enrique Vila López, “Yo vi la luz” ^{3 Ref.}VILA, Enrique. Yo vi la luz. Absalon: Cádiz, 2009 el cual me ayudó a comprender la ECM que yo mismo experimenté hace ahora 23 años ^{4 Ref.}Si deseas conocer mi ECM, te recomiendo que leas el texto “Aprendiendo de la adversidad” en el que relato todo lo me sucedió y los aprendizajes que creo que obtuve a partir de esa Experiencia.

En este libro, Elizabeth Kübler-Ross nos cuenta su vida. Se trata pues de un libro autobiográfico en el que nos relata innumerables experiencias de las que obtuvo abundantes aprendizajes. En este punto debo decir que las “Historias de vida” ya sean de personajes de reconocida trayectoria humanitaria, filosófica, científica o literaria, o también de personajes anónimos con los que convivimos diariamente, son un extraordinario medio para conocer y comprender la condición humana. Es pues muy lamentable, que las biografías, autobiografías e historias de vida no formen parte del estudio y las actividades en las escuelas, cuando precisamente se acostumbra a declarar que las escuelas deben proporcionar los medios para aprender a vivir.

La vida de Elizbeth Kübler Ross estuvo extraordinariamente llena de experiencias, unas muy amargas y otras muy saludables y enriquecedoras. Vale la pena pues, conocerla porque cualquier persona con un mínimo de sensibilidad comprenderá la extraordinaria valía que tuvo esta mujer. Nuestra autora viene a decirnos básicamente que hemos venido aquí para aprender y que los verdaderos y más auténticos aprendizajes los realizamos a partir de las experiencias dolorosas y frustrantes. En consecuencia, permanecemos aquí para aprender lecciones y nos vamos cuando ya las hemos aprendido todas.

Su libro está estructurado en cuatro capítulos, que se corresponden según ella, con las cuatro etapas de la vida de cualquier persona:

1. “EL RATÓN” (infancia) “Al ratón le gusta meterse por todas partes, es animado y juguetón, y va siempre por delante de los demás“.
2. “EL OSO” (edad madura, primeros años) “El oso es muy comodón y le encanta, hibernar. Al recordar su mocedad, se ríe de las correrías del ratón.”
3. “EL BÚFAO” (edad madura, últimos años). “Al búfalo le gusta recorrer las praderas. Confortablemente instalado, repasa su vida y anhela desprenderse de su pesada carga para convertirse en águila“.
4. “EL ÁGUILA” (años finales). “Al águila le entusiasma sobrevolar el mundo desde las alturas, no a fin de contemplar con desprecio a la gente, sino para animarla a que mire hacia lo alto.“

Así y a lo largo de estos cuatro capítulos, nuestra autora va deslizando todo un conjunto de aprendizajes de vida, que, desde mi punto de vista, vale la pena considerarlos, dado que la base y el fundamento de todo buen morir, reside sin duda alguna en el buen vivir lleno de sentido y de amor incondicional.

Por último, he decir también, que nuestra autora ha realizado de todas sus experiencias una especie de metabolización espiritual adentrándose en terrenos en los que resulta muy difícil, al menos para mí, otorgarle credibilidad. Este es el caso de cuando habla de las experiencias después de la muerte. Sin embargo, su mérito reside en la actitud de humildad y de apertura que adopta, porque en realidad lo único que ella hace es recopilar experiencias de otras personas que ella misma transcribió. En cualquier caso, e independientemente de que se puedan o no creer en sus afirmaciones sobre lo que sucede después de la muerte, lo realmente valioso para mí es su insistencia en que los verdaderos aprendizajes son los que obtenemos a partir de las experiencias dolorosas y de sufrimiento y que la auténtica sanación humana consiste en la comprensión y en la práctica del amor incondicional.

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