La palabra y el concepto de “crisis” ha adquirido tal propagación, que hablar de ella es un tema recurrente de conversación en nuestra vida cotidiana. Ahora mismo se me ha ocurrido buscar en Google, dicha palabra y el resultado ha sido de 628 millones de entradas en un poco más de medio segundo. Por tanto, cualquier ciudadano de este planeta, sabe perfectamente lo que es una “crisis” y experimenta de manera directa o indirecta, consciente o inconsciente sus efectos, de tal forma que cualquiera que sea la dimensión o la forma que adopte una crisis, es algo que se acepta como natural y normal. No en vano, la propia vida en el planeta y la de todos sus seres vivos, es producto de una crisis y la superación siempre incompleta de la misma, dado que todo lo nuevo procede de lo viejo y la superación de toda crisis es siempre el punto de partida de la gestación de otra nueva. Dicho de otra manera: cualquier ser humano se enfrenta en su vida a numerosos problemas y dificultades que va resolviendo poco a poco, pero cuando cree que ha resuelto un problema aparecen otros de forma imprevista a los que tenemos nuevamente que prestar atención. Por esto me inclino a pensar que siempre vamos a estar en crisis, entre otras razones, porque los humanos somos seres complejos de naturaleza crítica que, tanto a nivel individual como a nivel social, coexistimos, como dice Edgar Morin en la interdependencia de orden y desorden, ya que no hay nada absoluto y definitivo.
Sin embargo, lo que más me preocupa de este asunto es el hecho de la naturalidad con que aceptamos la crisis civilizatoria del desorden social establecido en el que estamos inmersos, como si este desorden formase parte de un supuesto e inexorable destino y nada pudiésemos hacer por remediarlo. De hecho, si observamos, aunque sea superficialmente, lo que sucede en el mundo, todo nos remite a lo que me gusta llamar “crisis del estar” y “crisis del ser”, siendo ambas interdependientes o subordinadas la una a la otra.
Está clarísimo y eso es lo que aseveran todos los informes de las más diversas instituciones, que las condiciones de existencia material de los 7.530 millones de habitantes de nuestro Planeta, son terrible y criminalmente desiguales, dado que, si el mundo tuviese 100 personas, solamente 9 poseería el 85,6 % de la riqueza, quedando para las 91 personas restantes solamente el 14,4 % de la misma. Y esta situación, es la que está en la base de todas las crisis y la que origina, guerras, muertes, hambrunas, enfermedades, daños y discriminaciones de todo tipo. Pero paradójicamente, en aquellos países enriquecidos aunque se reproducen también a nivel nacional las mismas desigualdades en la distribución de la riqueza, los sectores sociales más acomodados sufren, se lamentan y se quejan de los efectos de ese “vacío existencial” del que nos hablaba Víctor Frankl hace más de medio siglo, es decir, sufren de innumerables dolencias psíquicas cuyo denominador común reside en la incapacidad de encontrar un sentido a sus vidas que le proporcione, alegría auténtica y felicidad sin sucedáneos.
Esta es la razón por la que mantengo que la “crisis del ser” no podemos afrontarla si al mismo tiempo no afrontamos, mejoramos o encontramos vías de solución a la “crisis del estar”. Y a su vez, la “crisis del estar” no podemos superarla, si al mismo tiempo no intervenimos también en la “crisis del ser”. Por eso mantengo el postulado de Morin, cuando afirma que todas las crisis están vinculadas y son interdependientes pero al mismo tiempo ligadas a la crisis del conocimiento humano. De aquí que no pueda abordarse ninguna crisis sin una “Reforma del pensamiento” en todas las dimensiones de nuestras existencia y de nuestras relaciones sociales.
Esto dicho más sencillamente significa en mi opinión, que, si no crecemos, nos desarrollamos y maduramos interiormente como personas, dando a nuestras vidas una orientación más sensible, compasiva, cooperativa, creativa y solidaria, jamás podremos tener el valor, el coraje y la energía necesarios para luchar abiertamente contra aquellos grupos, organizaciones e instituciones responsables de la desigualdad y de todo tipo de injusticias. Hace falta pues, una revolución interior y una revolución exterior, siendo ambas inseparables de una “revolución ética” como decía el Ingeniero mejicano Carlos Núñez. Y esto significa, que no podemos refugiarnos en nuestro mundo interior a base de rezos, meditaciones, jaculatorias y prácticas de culto creyendo que con esto ya está arreglado todo porque me siento feliz, diferente y superior a los que se dedican a buscarse las habichuelas todos los días de su vida. Pero tampoco podemos solucionarlo, recurriendo exclusivamente a medidas, reformas y tratamientos paliativos ya sean económicos o políticos que nunca ahondan en las raíces de las injusticias sociales y porque además, si el precio que hay pagar para mejorar nuestras condiciones de vida, es el precio del individualismo, del nacionalismo, de la corrupción o del seguimiento a patrioteros y salvadores, nada habremos conseguido porque habremos renunciado sin darnos cuenta a la Ética.
Batalloso como siempre totalmente de acuerdo