Trabajar el Ego (y V)

De una u otra manera, el Ego entendido como la totalidad del “yo” consciente corporal, racional, emocional y trascendente, es el resultado de miles de años de evolución en los que el ser humano ha alcanzado un grado de autonomía y desarrollo que le ha permitido sobrevivir como especie en interdependencia con su medio ambiente natural y social. Por esta razón, el Ego como adherencia o máscara del “yo” cargada de fijaciones egocéntricas, es algo que nos acompaña permanentemente y que no podemos suprimir a voluntad, porque de un modo u otro, este “mono saltarín” siempre camina con nosotros adoptando la más variada gama de disfraces.

           Trabajar el Ego, no es pues negarlo, ni reprimirlo siquiera, sino más bien observarlo con atención y cautela, sabiendo que siempre está ahí, al acecho y a la espera de convertirnos en su servidor y esclavo. Y observarlo de tal modo, que por el simple hecho de su contemplación facilitemos la creación de espacios internos y externos capaces de estimular acciones más conscientes y consideradas con nosotros mismos y con los demás, sin olvidar que son también los demás los que pueden ayudarnos como espejo para ver con mayor nitidez y amplitud nuestra propia conducta.

           Trabajar el Ego es en realidad un ejercicio de autoconocimiento que al mismo tiempo que nos permite reconocerlo y darnos cuenta de su presencia e influjo, nos lleva de forma misteriosa a trascenderlo sin necesidad de represión. Paradójicamente, al reprimirlo y hacerle frente de manera reactiva, lo que hacemos en realidad es alimentarlo y fortalecerlo como adversario que de seguro encontrará nuevas maneras para salir triunfante en nuestra lucha por eliminarlo.

           Trabajar el Ego es por tanto una tarea de observación sin identificación, de  contemplación desapegada y sin juicio que permite conocer el origen y el recorrido de sus diferentes disfraces, conocimiento que paradójicamente provoca su desactivación y su integración en la estructura de nuestra personalidad. Se trata de algo parecido a la historia que nos cuenta Anthony de Mello: «…la historia de un gran maestro zen de quien se decía que había alcanzado la iluminación y un día su discípulo le dijo: Maestro, ¿Qué ha obtenido con la iluminación? –y él le respondió: – Bien, te diré esto: antes de ser iluminado solía estar deprimido… Después de haber sido iluminado seguí estando deprimido.» 1 Ref.MELLO de, Anthony. Conferencia de Anthony de Mello, el 15 de Noviembre de 1986 en la universidad de Fordham, en Nueva York. [En línea] <https://salvablog01.files.wordpress.com/2015/12/redescubrir-la-vida-anthony-de-mello.pdf> [Consulta: 25 julio 2020] Seis meses y medio más tarde, el 1 de junio de 1987, Anthony de Mello fallece a los 55 años. Esta conferencia está publicada en libro por la editorial Gaia que aplicada a nuestro trabajo quiere decir, que el Ego siempre va a estar ahí independientemente de que seamos o no conscientes de él. Nuestra tarea entonces consiste en dejar de prestarle atención; evitar que se convierta en el centro de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones sin necesidad de reprimirlo, sino sencillamente siendo consciente de sus objetivos, del camino a que nos lleva; observarlo en su continua danza para mantenerlo bajo un control a distancia que nos permitirá evitar que el mono corra libre y desaforadamente instalándose en cualquier lugar de nuestra conciencia ocasionando destrozos y sufrimiento.

           Trabajar el Ego en definitiva, es un amplio y permanente proceso de transformación interior-exterior que nos permite superar el egocentrismo y prevenir cualquier forma de egolatría, para lo cual necesariamente hay que desarrollar y aplicar toda un amplio abanico de aprendizajes paralelos que únicamente son posibles por la vía de la práctica y/o de la experiencia. Estos aprendizajes creemos que son entre otros:

  1. Tolerar frustraciones, comprender y aceptar que en la vida no todo son conductas de realización y consecución, entre otras razones porque nos movemos siempre en contextos cambiantes y afectados por variables que no dependen de nuestra voluntad. Las frustraciones, decepciones, fracasos o situaciones de dificultad, aunque en un primer momento nos producen sufrimiento ante el duelo o la pérdida, influyendo negativamente en nuestra autoestima, son algo realmente misterioso y paradójico. Movidos por la necesidad de escapar del sufrimiento producido por la perdida, paradójicamente pueden emerger espacios interiores de autoconfianza como consecuencia de la necesidad de buscar experiencias compensatorias en las que podemos sentir sensaciones de autocompetencia. Y si esta circunstancia se produce, comenzamos a desarrollar nuestro “locus de control control interno2 Ref.El “locus de control” puede ser descrito como un rasgo de nuestra personalidad o de nuestro psiquismo mediante el cual atribuimos la responsabilidad de los acontecimientos vividos o todo aquello que nos sucede, bien a factores de carácter externo o interno. Los factores externos son aquellos que no dependen de nuestros actos, sobre los que no tenemos control y frente a los cuales no podemos hacer nada. Por el contrario, los factores internos son aquellos que dependen de nosotros, de nuestras elecciones, decisiones y acciones y sobre los cuales podemos intervenir para modificar el curso de los acontecimientos. El “locus de control externo” está ligado o se alimenta de concepciones ingenuas, mágicas o escasamente realistas de nuestra existencia y por lo general está asociado a la baja autoestima, el fatalismo, o la creencia en un destino o una realidad que no podemos modificar. Por el contrario, el “locus de control interno” se presenta en personas con una autoestima equilibrada, un fuerte sentido de la responsabilidad personal y la convicción de que la realidad puede ser modificada mediante nuestras decisiones y acciones. Fue introducido en la psicología por Julián B. Rotter en 1966., es decir, la percepción de que somos nosotros los autores de nuestra propia vida y de que son nuestros esfuerzos y responsabilidades las que pueden cambiar el curso de los acontecimientos. Tolerar frustraciones, no es pues resignarse o abandonarse a la indolencia, sino sencillamente aceptar que aunque todo es incierto e inseguro, nuestra actitud y compromiso ante los acontecimientos pueden cambiar las circunstancias, al mismo tiempo que misteriosamente nos cambiamos a nosotros mismos.

  2. Cuestionar, reflexionar y profundizar sobre los efectos que producen en nuestra conciencia la cultura de la ambición, la acumulación, la ganancia, el éxito, la competitividad, la excelencia y el triunfo. Y esto nos conducirá a desarrollar nuestra capacidad de desapegarnos incluso de nuestras propias creencias, siendo capaces de relativizarlas y contextualizarlas. Se trata como de una especie de abandono de aquellos equipajes que en su momento pudieron resultarnos útiles para nuestro crecimiento personal, liberándonos así de la necesidad de tener razón, de vencer en las discusiones y debates, de ganar a toda costa, de ser el primero, de decir la última palabra, de sentirse ofendido o de haber obtenido el premio y/o el reconocimiento de los demás. Algo por cierto que también nos indica Lao-Tsé cuando afirma que «El hombre de conocimiento, produce pero no posee, produce pero no se apropia. Dirige las cosas, pero sin buscar su dominio. Cuando se han logrado, no las reclama y no reclamándolas no las pierde».

  3. Construir una sana autoestima a partir de la conciencia de que la misma, aunque en los años de la infancia y la adolescencia sea necesario reforzarla con estímulos externos, la maduración personal exige construirla con estímulos internos, que son en definitiva los que nos conducirán a construir fuentes de motivación intrínseca que nos permitan nuestra propia realización personal. Si hacemos depender nuestra autoestima de las expectativas de los demás, de las opiniones ajenas o del supuesto sentido común de una sociedad enferma, no sólo no podremos desarrollarnos como personas, sino sobre todo no podremos utilizarla como dispositivo psíquico que nos inmuniza frente a las frustraciones y fracasos, porque nuestro locus de control no es interno, sino externo.

  4. Mediatizar, aplazar,incluso renunciar a los deseos, como camino al desapego esencial y a la ausencia de miedo. Adquirir la conciencia de que la satisfacción de cualquier deseo lleva implícita la creación de un vacío, de una ausencia, de una pérdida producida por la elección o la satisfacción que nos impulsa siempre a una espiral interminable de conductas de búsqueda y consecución, impidiendo así el sosiego y la serenidad necesaria para vivir despiertos y en paz. No en vano, la sabiduría budista nos enseña que en realidad todo es sufrimiento y que este sufrimiento es siempre causado por el deseo, por el mono saltarín del Ego y que para controlarlo y así eliminar el sufrimiento, es necesario ese “óctuple sendero” integrado de correcta percepción, pensamiento, palabra, acción, medios, esfuerzo, atención y concentración.

  5. El Ego, como mono saltarín, tiene la capacidad de escabullirse, disfrazarse, autojustificarse, autopremiarse haciéndonos creer que somos víctimas o seres disminuidos necesitados de él. El Ego puede adoptar cualquier forma, ya sea la del que quiere satisfacer sus impulsos de inmediato, o la del estudioso que escribe o da conferencias hablando del Ego, o la del profesor que persigue una loca carrera de títulos y publicaciones, o incluso la del meditador y aprendiz espiritual que aspira a ser mejor y más sabio que nadie.Y ante esta versatilidad teatral, tenemos que estar sumamente atentos a cada instante de nuestro presente, en especial a nuestras interacciones con las personas, las cosas, las tareas, los trabajos, porque en cualquier momento, el mono puede saltar sobre nosotros y apartarnos del camino mediante el miedo y las promesas de bienestar caduco, provocando así sufrimiento, dolor y enfermedades psíquicas y físicas.

  6. Practicar el silencio y la soledad con nosotros mismos mediante las diversas técnicas y procedimientos existentes a nuestra disposición, ya sean prácticas psicofísicas, meditación, contemplación, oración, lecturas estimulantes, visualizaciones que generan estados de serenidad, etc. o técnicas de introspección, autoobservación, autoanálisis y autoconocimiento, que pueden también ser compartidas y dialogadas en grupo, lo que sin duda representaría una importante fuente de conocimiento personal. En este sentido, por ejemplo, el Eneagrama de la Personalidad3 Ref.El Eneagrama de la Personalidad, popularmente conocido como “Eneagrama“es una teoría y una metodología de autoconocimiento y desarrollo personal que propone la existencia de nueve tipos diferentes de personalidad, cada uno con diferentes rasgos que están orientados por una característica o pasión dominante.Aunque sus orígenes son remotos, la formulación actual, divulgación y desarrollo que hoy conocemos ha sido fundamentalmente debida a los trabajos de Claudio Naranjo. como teoría y metodología de autoconocimiento, nos resulta una herramienta de extraordinario valor.
  7. Ir poco a poco comprendiendo que para iniciar el viaje de vuelta, para aceptar la adversidad, la enfermedad, la vejez y la muerte, tenemos que ir desprendiéndonos de todo nuestro equipaje, de todas nuestras mochilas, de todas las adherencias que hemos ido acumulando a lo largo de la vida, para poder así caminar libre y sin miedo hacia la playa de ese mar oceánico en el que se abren las puertas de la eternidad y del universo.

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