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El objetivo de conmemorar este día, es rendir un homenaje a todas aquellas personas que han sido víctimas de la violación de sus derechos humanos, como son los casos de secuestro, tortura, desaparición y muerte.
Este día también se le rinde un homenaje a Monseñor Oscar Arnulfo Romero asesinado en el año 1980 por denunciar abusos de este tipo, en su país, el Salvador.
Fue asesinado en 1980 mientras daba una misa, lo cual lo convirtió en un mártir y por esta causa, en el año 2015 fue nombrado santo por el Vaticano y gracias a ello se le concedió la beatificación.
Cada año, son miles las personas que en todo el mundo sufren la violación de los derechos y son víctimas de atropello de toda índole. Muchos de ellos son torturados y alejados de sus familiares durante meses e inclusive años.
Aquellos que gozan de menor suerte, desaparecen y son asesinados sin que se pueda hacer nada al respecto, ya que, en muchos casos, estos crímenes quedan impunes y donde los responsables de estos hechos atroces quedan libres y sin ningún tipo de condena. Algo por cierto de lo que en España tenemos sobrada constancia como efecto del genocidio y cruel represión efectuada por el Golpè de 1936 y los 40 años de la dictadura franquista.
En este sentido, el derecho a la verdad implica que tanto las victimas como sus familiares obtengan respuestas, para saber que ocurrió con sus seres queridos y que los responsables paguen por sus delitos.
El propósito de conmemorar este día es reivindicar de alguna forma a las víctimas de violaciones, así como crear conciencia para que hechos de esta naturaleza no se vuelvan a repetir.
Por otro lado, también se busca rendir un homenaje a todas las personas que han dedicado su vida para que los derechos humanos se respeten y se cumplan, pero también a los que han perdido sus vidas por defender esta causa.
Recordar la labor desempeñada por Monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien fue ejemplo de vida para promover los derechos humanos en el Salvador, así como su dedicación al servicio de la humanidad.


Actualidad de Monseñor Romero en el 43º aniversario de su asesinato
El 24 de marzo conmemoramos el cuarenta y tres aniversario del asesinato de monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador, mártir por defender la causa de la justicia y canonizado por el papa Francisco en 2018, tras la pertinaz resistencia de sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Urge recuperar su figura profética y liberadora, su dimensión política subversiva y su teología de la liberación hecha realidad a nivel personal, eclesial y social. .

Hoy se respira un clima de conservadurismo en importantes sectores de la curia romana, de no pocos obispos y sacerdotes católicos, contrarios a las reformas de Francisco. Estamos asistiendo, a su vez, al avance del nuevo fenómeno político y religioso del cristoneofascismo, que consiste en la alianza entre la extrema derecha política, económica y social y organizaciones integristas dentro de la Iglesia católica, como, en España, HazteOír, Germinans germinavit, Asociación de Abogados Cristianos, El Yunke, etc. (cf. Juan José Tamayo, La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye?, Icaria, Barcelona, 2022, 3ª ed.).
Modelo y referente
En este clima es necesario hacer memoria histórica de de la figura de monseñor Romero como modelo y referente de un cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Él sigue siendo faro y antorcha que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de “Otro Mundo Posible”. Ofrezco a continuación el siguiente decálogo que actualiza su vida, su mensaje y su práctica y constituye un desafío para el cristianismo instalado en el sistema.

1. Cristianismo liberador. Romero es el símbolo luminoso de un cristianismo liberador en el horizonte de la teología de la liberación que asumió la opción ética-evangélica por las personas y los colectivos empobrecidos de su país, frente a las tendencias alienantes y neoconservadoras. Puso en práctica, la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia” y ejemplificó con su vida y su muerte martirial el ideal del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.
2. Ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero fomentó a través de sus homilías, cartas pastorales, emisora de la arquidiócesis -tantas veces agredida- y programas radiofónicos, el ejercicio de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Reconocía la existencia de una conciencia crítica que iba formándose en el cristianismo salvadoreño, un cristianismo consciente, no de masas.
Citando la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla de los Ángeles (México) en 1979, defendía la necesidad de “ser forjadores de nuestra propia historia”, no permitiendo que sean otros quienes desde fuera impongan el destino a seguir. La Iglesia tiene que implicarse en dicha ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora” (Homilía 17/1/1979).

3. Pedagogía concientizadora desde la opción por los pobres. Monseñor Romero fue un excelente pedagogo que siguió el método jocista del ver-juzgar-actuar y el de concientización de Paulo Freire: paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica, de la conciencia crítica a la acción transformadora y a la praxis liberadora.
4. Espiritualidad liberadora. Monseñor Romero fue una persona espiritual, un místico, pero sin caer en el espiritualismo alejado de la realidad. Fue una persona profundamente piadosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales. Fue un pastor, pero de los que huelen a oveja, como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos. Vivió la devoción a María, pero no la María sumisa, sino la María de Nazaret del Magnificat que declara destronados de los poderosos y empoderados a los humildes, despoja de sus bienes a los ricos y sacia a los pobres.
5. Monseñor Romero fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por la necesaria articulación entre espiritualidad y opción por los pobres, ejercicio pastoral y actitud profética.

6. Democracia participativa. La democracia hoy está enferma, gravemente herida, y, si no sabemos defenderla, es posible que esté herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla.
Estos sistemas de dominación son: el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género (machista), que se salda con decenas de miles de feminicidios en todo el mundo; los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad, que destruye nuestra casa común, la naturaleza; la violencia estructural del sistema, que somete a millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza y de muerte.
Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea. Creo que es aplicable al cristianismo liberador lo que afirma Ellacuría de la relación entre revolución y universidad:
Cierto: entre cristianismo y revolución no hay contradicción.
7. Trabajo por la paz y la justicia a través de la no violencia activa. Ignacio Ellacuría dijo: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir: monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz que estamos llamados a construir todas y todos en El Salvador, en América Latina y en todo el mundo, eso sí, fundada en la justicia.
8. Invitación a la utopía. La utopía sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Calificar a una persona, a un colectivo o a un proyecto de utópico no es precisamente un piropo, sino una descalificación en toda regla, es como llamarlos ingenuos, fantasmagóricos, ilusos, ajenos a la realidad.
La utopía vive un largo destierro. Es excluida de todos los campos del saber y del quehacer humano y natural: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica; de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación espiritual más allá de la historia.
La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio.
Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora el compromiso con la utopía, no como un ideal irrealizable, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.
– Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.
– Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”. Alternativas realizables a través de los movimientos populares, que el apoyó durante su ministerio pastoral mediado políticamente en San Salvador.

La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberado de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo.
9. Actitud antiimperialista. Romero se enfrentó al Imperio estadounidense en una carta dirigida al presidente Jimmy Carter en la que se oponía a la ayuda económica y militar de Estados Unidos al Gobierno y al Ejército de El Salvador porque constituía una injerencia inaceptable en los destinos de su país y agudizaba la injusticia y la represión contra el pueblo. Al final la ayuda llegó y sucedió lo que Romero había anunciado: intervencionismo estadounidense, más represión contra el pueblo y masacres contra poblaciones enteras. En eso derivó la ayuda del Pentágono.
10. ¡Cese la represión! Constantes fueron sus llamadas a la reconciliación, pero no en abstracto, sino acompañadas del reparto equitativo de la tierra, que pertenece a todos los salvadoreños. No justificó la violencia revolucionaria como respuesta a la violencia del sistema, sino que apeló al diálogo y la negociación, y a buscar soluciones racionales. Exigió al Ejército, a la Guardia Nacional, a la Policía y a los soldados que dejaran de matar a sus compatriotas en una llamada entre dramática y desesperada: “En nombre de Dios… y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!’”.

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Juan José Tamayo Acosta es teólogo vinculado a la Teología de la Liberación. Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III, en Madrid, y secretario general de la Asociación de teólogas y teólogos Juan XXIII. Conferencista nacional e internacional y autor de más de 70 libros. Articulista habitual en prestigiosos periódicos nacionales e internacionales, así como reconocidos sitios como Religión Digital.
Entre algunas de sus publicaciones se encuentran: San Romero de América, mártir por la justicia (Editorial Tirant, 2015); Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2020, 2ª ed.); De la iglesia colonial al cristianismo liberador en América Latina (Tirant lo Blanc, 2019); ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías? (Biblioteca Nueva, 2020, 3ª ed.); Hermano islam (Trotta, 2019).Pedro Casaldáliga. Larga caminada con los pobres de la tierra; (Herder, noviembre 2020); ¿La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye? (Icaria, 2020).
Su última obra, editada por Fragmenta en 2021, es la titulada La compasión en un mundo injusto, que puedes adquirir como todas las demás, AQUÍ
Vaya desde aquí nuestro más sincero agradecimiento por honrar con sus colaboraciones este sitio.
Hay que celebrar a Monseñor Romero y a todos los grandes iluminados, agradeciéndoles que desde el principio de los tiempos nos pasaran la antorcha de la luz que ilumina e iluminará la conciencia crística del “yo soy” o conciencia universal del “somos”, hasta conseguir la calma y la transparencia de este mar encrespado y loco de cegueras. ¡Lo conseguiremos!, es nuestro destino.
Monseñor Romero fue un verdadero mártir por defender la paz y la justicia, y por oponerse al imperialismo USA. Juan Pablo II y Benedicto XIII lo desecharon por considerarlo subversivo, por la misma razón por la que fue desechado Jesús por las autoridades romanas , siendo condenado a muerte. Ha sido el papa Francisco quien ha reconocido su valor humano y cristiano , canonizándolo.