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Por Juan Miguel Batalloso Navas
Ayer, 17 de agosto de 2021, me comuniqué con la hermana de un gran amigo mío de toda la vida que por desgracia está ingresado en el hospital desde hace varios días porque ha contraído el Covid-19. Se trata por tanto de una dolorosa situación que tiene preocupados a todos sus familiares y amigos. Según me cuenta, está vacunado con las dos dosis, pero aun así “el bicho” lo ha pillado y se lo está pasando muy mal, aunque afortunadamente se está recuperando poco a poco.
En mi mensaje de afecto y de ánimo, como habitualmente hago cuando comunico por WhatsApp, me despedía diciendo lo que siempre digo:“Adelante siempre”; “Sé feliz ahora y siempre”; “La toalla ni pa Dios” u otras expresiones parecidas. Con ellas obviamente no solo pretendo enviar un mensaje positivo y de cariño, sino que también expreso de algún modo, una convicción profunda en el sentido que tan magistralmente nos regaló el para mí siempre recordado hermano, camarada, amigo y Maestro Lorenzo Rastrero Bermejo, que por desgracia nos dejó el pasado 28 de febrero de 2013.
Lorenzo para mí fue y sigue siendo el paradigma de la esperanza, pero no una esperanza de esas del que espera sentado a que pase el temporal o confía ingenuamente en que todo será mejor sin hacer nada para conseguirlo, sino aquella que se va directa a la tormenta exterior o interior para señalar y mostrar con hechos que las cosas pueden ser de otra manera a pesar de todos los pesares. Nos lo cantaba él mismo en una maravillosa y potente canción-poema que compuso y presentó en 1969 en el III Festival de la Canción Blanca que por aquellos años organizaban los colegios salesianos. Su título: UN CANTO DE ESPERANZA, cuya letra dejo aquí acompañada de la guitarra y la voz del inolvidable Lorenzo.
No es la vida noche oscura,
no es un canto de tristeza,
no es la sombra de la nada
mi existencia.
No es un antro sin salida
ni una torre sin campanas,
ni una lumbre que se enciende
y no calienta.
No es un verso sin sentido
ni una fuente que no mana,
ni una casa sin balcones
ni ventanas.
No es un libro sin preguntas
ni una tierra sin fronteras,
ni una serie de locuras
y querellas.
ES UN CANTO DE ESPERANZA
DEL QUE ARRUMBA
A LAS ESTRELLAS
ES UN CANTO DE ESPERANZA
Y DE GRANDEZA.
No es un río sin destino
que recorre tierras secas
despeñando su esperanza
entre las rocas.
No es la llave que se pierde
sin la luz para encontrarla.
no es la risa que se seca
en las entrañas.
No es un pozo de amargura
ni una cárcel sin salida,
ni una noche de tristezas
y venganzas.
No es un foco que no enciende
ni unos pies que no caminan,
ni es el pecho que se quiebra
y no respira.
ES UN CANTO DE ESPERANZA
DEL QUE ARRUMBA
A LAS ESTRELLAS
ES UN CANTO DE ESPERANZA
Y DE GRANDEZA.
Pues bien, en respuesta a esa comunicación de ayer con la hermana de mi amigo, ella me decía: “Gracias siempre por tus palabras, pero yo no puedo ser feliz si lo que me rodea no lo es“. Así y como efecto imprevisto de esas palabras, me he puesto a elucubrar brevemente sobre la felicidad y la esperanza y lo que significan para mí.
En este asunto, lo primero que me viene a la mente es la frase de mi gran amigo y Maestro Antonio Durán, que un día, hace ya más de veinte años, en una tertulia declaró enfáticamente que “Buscar o pretender la felicidad es una estupidez e intentar conseguirla es de estúpidos”. Lógicamente, aquella frase produjo en todos los asistentes una gran carcajada, sobre todo cuando sabemos que todo humano lo que desea es estar bien, sentirse bien, no tener grandes problemas y sobre todo tener satisfechas todas sus necesidades físicas, sociales, mentales y emocionales.
Sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que mi amigo y Maestro Antonio llevaba toda la razón. Muchas veces se lo recuerdo para decirle que él, como yo y todos los humanos, tenemos siempre relativas dosis de estupidez porque creemos que la felicidad consiste sencillamente en satisfacer deseos. Y no va por ahí la cosa, no.
La felicidad es sin duda alguna un invento humano que se asocia a estados físicos y emocionales de bienestar, placer, alegría, optimismo, pero en mi opinión la felicidad auténtica es muchísimo más que eso y desde luego nadie tiene la receta. Es a cada ser humano en singular al que le corresponde la tarea de encontrar la felicidad auténtica y si no la encuentra, pues no pasa absolutamente nada porque ser o sentirse feliz no es ninguna obligación.
Ahora está muy de moda la obligación de que por narices tenemos que ser felices a base claro está, de sucedáneos y chucherías de psicoterapias, espiritualidades light y discursos seductores de un ejército de nuevos gurús que te dicen, bajo la falsa humildad de no querer convencer a nadie, que somos seres divinos, eternos e ignorantes. De esto han hablado mucho tanto Pascal Bruckner en su magistral obra “La euforia perpetua“, como Gilles Lipovetsky en su extraordinaria obra “La felicidad paradójica“, obras que me atrevo a recomendar especialmente si queremos comprender mínimamente el sentido de la felicidad en nuestro tiempo. En todo caso, hay tantas felicidades como seres humanos en el Planeta y desde luego ni ha existido, ni existe, ni existirá una fórmula o un camino universal que te conduzca a ella.
Pero ¿por qué buscar la felicidad es una estupidez? En mi opinión creo que es bastante sencillo.
La idea actual de felicidad es un invento de los grandes almacenes y de los shoppings center, o mejor, de eso que llamamos “sociedad de consumo, de tal manera que no hay humano que se escape de la seducción y la manipulación constante, ruidosa y estúpida de la publicidad a todas horas. Publicidad, por cierto, que no es solo de mercancías y objetos, sino por desgracia también de modelos y perfiles humanos. De hecho, todo eso del Facebook y el Twitter es más un espectacular escaparate de vanidades que una fuente de conocimiento, reflexión y sabiduría y así nos va.
Resulta curioso, que las personas más ensalzadas por los medios de comunicación, así como las más admiradas y envidiadas por mucha gente, son aquellas que poseen riqueza y hacen ostentación de ella como un trofeo con el que muestran así su supuesta superioridad ante el resto de los mortales. Este es el caso por ejemplo del futbolista camero Sergio Ramos que se acaba de comprar un reloj de pulsera de nada menos que 118.000 € y que lo traigo aquí a colación por ser nativo de Camas y por si un día se le ocurre hacer una obra social duradera en nuestro pueblo con el importe de algunos de sus relojes o de sus coches. Caso que se repite con otros futbolistas estrella que incluso lo superan en ostentación, así como también con figuras de banqueros, del mundo empresarial o con estrellas del espectáculo que por lo general siempre se quejan de pagar muchos impuestos. También es el caso curiosamente de eso que se llaman ahora “influencers” de Youtube o Instagram e incluso de gurús y predicadores laicos y religiosos que con la boca predican austeridad, abnegación y sacrificio y con su conducta se ponen tibios de caprichos y placeres. Me acuerdo en este instante del famoso Osho, al que le gustaban mucho los relojes caros y los Rolls Royce o para no ir más lejos del Cardenal de la Iglesia Católica Rouco Varela que tiene un piso valorado en 1,2 millones de €, exento de IBI y que ha heredado de un particular.
Así pues y a partir de mi experiencia y de mi particular opinión, la consecuencia es obvia: la felicidad no puede confundirse con el tener o con el bienestar, aunque desde luego hacen falta unos mínimos básicos de condiciones materiales de existencia para poder pensarla, imaginarla o experimentarla. Una conclusión, por cierto, que ya nos dejó magistralmente explicada Erich Fromm en su obra “Tener y Ser“. Así que por mucho que las más diversas empresas comerciales intenten convencernos de ello, siempre van a dejarnos insatisfechos y seguirán inventando nuevas necesidades para que nos comamos el Planeta entero y seamos supuestamente felices.
Pero además creo que la felicidad personal tampoco está en “el creer”. En este punto la felicidad es un invento de las religiones y de todo tipo de ideologías políticas y partidarias. Unas prometen un paraíso supuestamente alcanzable en el más allá para lo cual debemos obedecer determinados preceptos, especialmente los que establecen los patriarcas (nunca las mujeres) que no los ha votado ningún fiel de su religión y otras los más diversos ideólogos, gurús o líderes sociales y políticos que prometen que el mundo será mejor y obtendremos más felicidad si seguimos sus doctrinas o los votamos en las urnas. En consecuencia, al menos para mí, eso de la felicidad, no está ni en el “tener“, ni en el “creer“, como tampoco en el “hacer” neurótico, hiperactivo, productivista e insaciable de ganancias, éxitos, reconocimientos e incapaz de disfrutar sencillamente haciendo las cosas bien por el puro placer de hacerlas.
¿Dónde está entonces la felicidad o dónde me la encuentro? Pues, para empezar, los momentos de felicidad me los encuentro siempre sin buscarlos. Son como una suerte misteriosa de lotería que me toca a veces sin haber comprado boletos o al menos esos boletos cuando intento comprarlos no los encuentro. Pero claro, una cosa son los momentos de felicidad, que son más bien instantes emocionales de alegría, paz o placer que vienen y se van y otra muy diferente el estado más o menos permanente de tranquilidad, sosiego, calma y paz interior en los que también misteriosamente me doy cuenta de que todo encaja y está relacionado o conectado.
Volviendo pues a la respuesta al mensaje recibido, me pregunto: ¿Puedo ser feliz si los que están a mi alrededor no son felices? Lo cual me lleva a preguntarme también ¿Puedo ser feliz en el infortunio, el dolor, la enfermedad, la vejez o ante la inevitabilidad de la muerte? ¿Puedo estar triste, decepcionado o deprimido y al mismo tiempo encontrar la felicidad? Bien, pues durante mucho tiempo siempre he creído que es imposible ser o sentirse feliz en el dolor, la enfermedad, la tristeza o la dificultad. Sin embargo, conforme me he ido haciendo viejo me he dado cuenta de por lo menos dos cosas que para mí creo que contribuyen a encontrar sin buscarlos, estados y momentos de felicidad, porque eso de la felicidad duradera es ya un asunto demasiado difícil para mí.
La primera es que todo se mueve, todo cambia, todo viene y va, nada permanece y las palabras “siempre”, “nunca”, “todo”y “nada” son incompatibles con la complejidad de la condición humana, Me lo decía también otro de mis grandes Maestros, mi amigo y profesor Pepe García Calvo, que en numerosas ocasiones cuando me veía razonar de forma simplista me decía: “La negación de la complejidad es el principio de toda tiranía”
La segunda es aquel viejo proverbio zen que dice: “Si lo comprendes las cosas son como son y si no lo comprendes, las cosas son como son“, que a mi manera yo lo interpreto de tres formas.
Primera: diciéndome que nadie, incluido yo, es el rey o la reina del mambo o del mundo (está claro que definitivamente soy antimonárquico), es decir, que, aunque pueda creérselo alguien en alguna ocasión, nadie ni nada baila con la música que nos gusta y por tanto acobardarme, afligirme, tener miedo o entristecerme por lo que los demás digan de mí es desde luego una soberana estupidez de aquí que cada vez me importen menos los juicios, opiniones o valoraciones que los demás hagan de lo que siento, pienso, digo y hago. La clave creo que está en permanecer impasibles tanto ante las críticas como ante las alabanzas de los demás. Y esto, dicho en palabras de Anthoy de Mello en su magistral obra “Una llamada al amor” que te recomiendo de forma muy especial que leas poco a poco AQUÍ, significa sencillamente “disfrutar con todo y con nada“
Segunda: de todo lo que sucede en mi interior, el responsable soy yo porque evidentemente hay cosas que dependen de mí y la gran mayoría son ajenas a mi voluntad, por tanto, apenarse, acobardarse, entristecerse por decisiones que yo no he tomado o por palabras que yo no he dicho es algo extraordinariamente muy tóxico. Los pensamientos negativos son altamente contaminantes tanto para nuestra mente como para la mente de los demás. Debo pues ser capaz de establecer una barrera o un muro entre lo que depende exclusivamente de mí y lo que no depende de mí.
Y tercera porque ningún ser humano ha nacido para satisfacer los deseos o expectativas de nadie, ni de nada; no hemos nacido para obedecer a dictados o a deseos en los que nosotros no intervenimos o participamos; no hemos nacido para ser esclavos, sino para ser libres y eso de la libertad es algo muy serio, porque ya se sabe que si no somos iguales en dignidad y derechos jamás podremos ser realmente libres. Pero no importa, porque ahora se ha puesto de moda que eso de la libertad consiste en poder ir a tomar cañas en tiempos de pandemia y confinamiento como han puesto de manifiesto la mayoría de los madrileños que han votado a Ayuso.
¿Puedo yo entonces ser o sentirme feliz, aunque los demás no lo sean? Pues claro que sí. Pero esto no es eso de “Ande yo caliente ríase la gente, o de pasar olímpicamente o estar de vuelta de todo (“El que está de vuelta de todo, no ha ido a ninguna parte” me decía mi Maestro Antonio Suárez Nieto) como tampoco renunciar a la práctica de valores de solidaridad, compasión, justicia, misericordia y magnanimidad. Es más, ahora creo que, si estoy bien pertrechado por un ramito de valores éticos universales e imperecederos e intento hacerlos concretos en mi contexto cotidiano, la felicidad llega sin buscarla. Y curiosamente ese ramito de valores, se resumen en una palabra que por desgracia está cada vez más desgastada y mercantilizada: AMOR. Lo decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Pero cuidado, mucho cuidado porque eso del Amor no es satisfacer continuamente los deseos y caprichos de los demás, como tampoco es decir siempre sí y obedecer. Amar es un arte, lo decía Erich Fromm y a estas alturas creo que ese arte no se puede aprender si no somos capaces de liberarnos del miedo, liberarnos de la culpa y de integrar el yo pasado aceptando que hay muchísimas cosas que no dependen de mi voluntad, como también muchas otras que con un sencillo acto de bondad o una simple sonrisa puedes sembrar la esperanza en una mente atribulada.
Así pues ¿Cómo voy yo a pretender ofrecer una fórmula magistral de felicidad cuando buscar la felicidad es una estupidez? ¿O cómo voy yo a proponer un método o una receta permanentemente válida de felicidad siendo como soy un ser cambiante, caduco y mortal? Me quedo pues con Sócrates y el “Solo sé que no sé nada”, pero ojo, también me quedo con Blas de Otero y esa esperanza unas veces dormida y otras despierta que me dice: “Me queda la palabra”
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Lo siento, esto se ha ido ya demasiado largo para aquellos que no tienen tiempo de leer con tranquilidad y sin prisas, pero estoy seguro de que mi amigo enfermo, su esposa y su hermana lo leerán porque lo que deseo de todo corazón es que mi amigo se cure y todas las personas que le queremos lo veamos pronto mostrando de nuevo su generosidad, su alegría, su simpatía y su capacidad de organizar encuentros para regalar y recibir cariño. Y si tú has sido capaz de llegar hasta aquí, te deseo igualmente de todo corazón que sigas encontrando la felicidad sin buscarla y por supuesto “La toalla ni pa Dios. Muchas gracias por tu atención.
Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Localmente, participa y trabaja en la Asociación “Memoria, Libertad y Cultura Democrática” En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ.
Gracias Batalloso!!! Lo que solemos llamar FELICIDAD es casi siempre una sensación graTa pero TRANSITORIA.. Por eso desde la inteligencia emocional es mejor hablar de REALIZACION PLENA. Una experiencia interior psicológica que dimana de la madurez. De una persona que ha encontrado sentido a su vida, que tiene empatía con los demás, que genera ALTERIDAD (ver las aportaciones de Emmanuel Levinas). En definitiva, una persona que sabe y vive lo que se llama maduramente el AMOR, No el amor de las novelas rosas, sino el amor como DAR, DARSE Y RECIBIR DE LOS DEMÁS. SER PARA OTROS es el secreto de la auténtica REALIZACIÓN PLENA..
Muchísimas gracias querido y siempre admirado, Maestro. Efectivamente así es. Felicidad y realización plena son lo mismo. Pero lo hermoso y milagroso del asunto es que siempre tenemos oportunidades para seguir encontrando espacios de realización, de encuentro y de amor porque, como decía mi venerado poeta-cantor brasileño Vinicus de Moraes LA VIDA ES EL ARTE DEL ENCUENTRO. Un gran abrazo querido y gracias por comentar.
Me ha gustado mucho, un poquito largo, tanto tu amigo, al cual conozco , como yo somos felices de haber encontrado a una persona que nos supo dar el impulso necesario que nos faltó en esos momentos de esta maldita enfermedad. Ojalá yo pueda dar un poquito del amor que repartes. Un abrazo
Muchas gracias querida. Sigamos y la toalla ni pa Dios.