La Campaña Electoral de las Elecciones andaluzas del 2 de diciembre ya está aquí. Todos los militantes y simpatizantes de cada uno de los partidos han sido movilizados como un ejército en misión de combate para las más diversas tareas de propaganda y petición del voto. Un ejército, cuya estrategia ha sido bien calculada en función de los más sesudos asesores y departamentos de marketing electoral y cuya táctica está dirigida y controlada al detalle por los aparatos orgánicos y políticos de cada uno de los partidos.
Los soldados de este ejército ya no son como hace cuarenta años. Hoy disponen de sofisticadas armas ideológicas y de comunicación que pueden contaminar con mensajes propagandísticos los más diversos espacios de las redes virtuales de comunicación. Pero además y salvo partidos minoritarios, se trata de soldados profesionales, es decir, forman parte de la estructura institucional de cargos públicos y cobran salarios por ello. De aquella militancia que luchó contra la dictadura que no sabía ni lo que era una Campaña Electoral y que suplía con imaginación, esfuerzo y sacrificio las carencias de casi todo, ya no queda nada. Hoy ser militante de un partido es algo completamente distinto, que aunque no está exento de vocación, esfuerzo y dedicación, se ve recompensado con el cargo público o con los beneficios que suponen poder acceder a un puesto de confianza en la administración pública. En cualquier caso, ya sean militantes de base con cargo o sin cargo, al ser soldados, solo les queda obedecer las órdenes establecidas por la dirección de modo que cualquier iniciativa que aporte mayor creatividad, autonomía, credibilidad o diálogo con la ciudadanía sea descartada. Para todos los partidos políticos sin excepción, en una Campaña Electoral lo importante es transmitir una imagen personal y orgánica sólida y unitaria, al mismo tiempo que un relato creíble, independientemente de que este sea verdadero o falso. Son los militantes-soldados, ellos y ellas los que pegan carteles, organizan actos, controlan y divulgan mensajes por todas las Redes, reparten folletos, colocan pancartas, conectan directamente con la ciudadanía y acuden religiosamente a los eventos en los que las primeras figuras cantan las excelencias de su organización.
A su vez, candidatas y candidatos posan siempre sonrientes en estudiados carteles y procuran que su imagen sea afable, atractiva y seductora. Todos ellos, asesorados por los diseñadores de la estrategia de Campaña, desarrollan con brillantez un argumentario único prefabricado en el que siempre encuentran la frase, el eslogan, la cita o la ocurrencia más mordaz, astuta y aguda con el fin de restar votos en los nichos electorales de los adversarios y de ampliar el suyo propio. Lo importante es que los militantes de base, los soldados del ejército partidario estén fuertemente convencidos de la supuesta verdad y racionalidad de esas frases, de forma que puedan repetirla, contagiarla y expandirla en todos los espacios de comunicación. Y lo importante también es que esas frases calen y se instalen en las emociones individuales y colectivas, de forma que puedan servir en todo momento para contrarrestar las de los adversarios.
No obstante, y aunque casi nada se deja al azar ya que todo está milimétricamente planificado y programado por los comités electorales, por lo general siempre se producen emergencias producto de la imprevisible condición humana, que pueden dar al traste con los objetivos estratégicos de difusión y propaganda perseguidos. Esto es por ejemplo lo que ha sucedido con la comparecencia de la presidenta Susana Díaz en el Senado o con la aparición de esos denigrantes carteles en los que se insulta y descalifica a todos los presidentes andaluces. Con esta genialidad de los estrategas del PP han conseguido algo muy beneficioso electoralmente para la candidata Susana Díaz: que se sitúe como víctima propiciatoria de la derecha más recalcitrante, al mismo tiempo que se presenta como la única y más auténtica defensora del “ser andaluz” y así cuando dice “mi tierra”, no solo está diciendo explícitamente una obviedad, sino que implícitamente está anunciando que Andalucía solo es ella y su partido. Y estas formas de apropiarse de la identidad de un pueblo, aunque sea inconscientemente, ya sabemos de dónde vienen y lo que significan.
Nadie duda, de que estamos insertos e inmersos en una sociedad profundamente mercantil, consumista y dominada, tanto por las grandes corporaciones y empresas internacionales, como por los grandes medios de comunicación de masas que multiplican, tergiversan y distorsionan los más peregrinos mensajes vestidos de aparente veracidad. En este escenario, las campañas electorales producen un enorme ensordecedor y enajenante ruido e incluso dañino para nuestro derecho a conocer y a saber la verdad. Se trata de un ruido compuesto y adornado de falacias, trucos seductores, verdades a medias, tergiversaciones e idioteces ante las que ningún ciudadano se puede proteger si no es capaz de distinguir esos ruidos de las voces silenciadas y anónimas de los sectores más débiles y desventajados de nuestra sociedad. Por eso con campaña o sin campaña, siempre personalmente me inclino por aquel mensaje que mi amigo, camarada y hermano Lorenzo Rastrero Bermejo pronunció con motivo del nacimiento de la Banda de Música de Camas en el año 2004: “Por sus hechos los conoceréis. La verdad es histórica, concreta y de clase. Obras son amores y no buenas razones. Los hechos son la prueba de nuestra honradez”.