CONSTRUIR PUENTES: Derechos sociales y culturales de las personas migrantes
Por Esteban Tabares
La presencia de colectivos migrantes origina nuevas necesidades sociales y reclama su participación en igualdad en la vida en común hasta llegar a ser ciudadanos de pleno derecho, como nuevos vecinos que son. Sin embargo, lo cierto es que generalmente las minorías étnicas o culturales son consideradas en todas partes como colectivos de segunda y no se promueven acertadas políticas de aceptación-integración.
Sucede que a los migrantes “los necesitamos, pero no los queremos” y desde esa posición tan generalizada la convivencia se hace difícil. Las actitudes racistas y xenófobas crecen en la medida en que crece la exclusión. Profundizar en la democracia es aceptar la convivencia dentro del mismo territorio de una pluralidad de colectivos diversos, también los extranjeros. Esto nos exige vivir la libertad al servicio de la inclusión social y vivir la igualdad al servicio de la diferencia. Si no trabajamos en esta dirección podría suceder (¿o ya está aquí?) lo que presagia Rafael Sánchez Ferlosio en este duro poema:
y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos.
Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos.”
¿Estado de Derecho?
En inmigración no es cuestión de hacer solamente políticas de admisión más o menos flexibles (“conceder” algunos derechos más, pero dentro de un orden), o de ampliar únicamente las políticas sociales de ayuda. Además, es necesario ir hacia un cambio radical en el concepto de Estado: ¿Cómo configurar un nuevo Estado con una nueva realidad que ahora es pluriétnica y pluricultural? ¿Quiénes han de ser sus miembros de pleno derecho hoy día? Se dice que las personas migrantes deben integrarse, pero ¿puede haber integración sin una previa igualdad jurídica?…
Las llamadas políticas de integración de cualquier colectivo han de tener como meta lograr la igualdad en los derechos: los civiles, sociales, económicos, culturales y políticos. Sin embargo, en la actualidad ser migrante significa entrar en una carrera de obstáculos: primero, lograr emigrar; segundo, alcanzar un trabajo; y tercero, disfrutar de la condición de trabajador como los demás. Cuando alguien logra todo eso, aún no será ciudadano pleno a no ser que se nacionalice. Finalmente, le costará mucho ser aceptado en su entorno como un nuevo vecino.
La contradicción es que no se cree en la universalidad de los derechos. La ideología neoliberal que contamina hoy a gobiernos y ciudadanos ha triunfado y su fiebre propaga que es una irresponsabilidad poner en práctica eso de que todos somos iguales, tenemos las mismas necesidades y, por ende, los mismos derechos. Por eso, advierte Ignacio Ellacuría:
“Es, de hecho, más importante ser ciudadano de un país poderoso y rico que ser humano; aquello da más derechos reales y más posibilidades efectivas que esto”.