La situación de que se parte
En la modernidad se llega a un malestar social que agudiza los enfrentamientos de clases. La clase burguesa ve cuestionado su proyecto de sociedad y pone todo su esfuerzo en defenderse ante los nuevos movimientos de los diferentes grupos marginados que reaccionan ante su explotación. Ha conseguido unos logros sociales indiscutibles:
- Organización de la producción: paso de una producción artesanal a una industrial.
- Desarrollo de la ciencia aplicada a la producción: la técnica.
- Organización de la vida política: democracias formales, división de poderes, derechos humanos.
No obstante ha introducido en la sociedad una dinámica de insolidaridad sin salida:
- una producción racionalizada desde el capital, sobre las bases del afán de lucro y la acumulación
- olvidada de las condiciones humanas que la hacen posible: situación de explotación que aliena a una gran mayoría de la humanidad
- generadora de unas apetencias tanto materiales como espirituales que un sistema consumista es incapaz de satisfacer.
Todo esto da lugar a una “mala conciencia” y frustración que se refleja en los mejores pensadores de la época fundamentalmente como crítica a la racionalidad vigente. Por una parte están quienes como la Escuela de Frankfurt piensan que aún no se han desarrollado todos los principios que encierra la Ilustración; y hay quienes, siguiendo a los llamados “maestros de la sospecha”: Marx, Nietzsche y Freud, piensan que hay que superar la modernidad y abrir una etapa nueva, la postmodernidad.
Las guerras mundiales (1914 – 18, 1939 – 45), marcan la realidad política. Son fenómenos colectivos que hacen dudar a los más optimistas de la viabilidad de la razón ilustrada para resolver los grandes problemas humanos.
La cultura en general acusa la crisis del pensamiento racionalista e ilustrado; hay un “desprestigio del pensamiento” en palabras de Adorno; la autosuficiencia del pensamiento racionalista de los siglos XVIII y XIX que creía poder resolver todos los problemas de la humanidad va perdiendo terreno (la Física reconoce sus límites y su indeterminación, su relatividad: Poincaré, Heisenberg, Einstein) hasta llegar a la dura experiencia de irracionalidad que suponen las guerras mundiales.
Hoy, “convalecientes de la fiebre racionalista”, se habla de postmodernidad como el reconocimiento de otras formas culturales, de las diferencias, sin exclusivismos, oposiciones ni jerarquías y en definitiva como un intento de salir del tipo de racionalidad desarrollado por la Ilustración. (Ver: Vattimo, Sádaba…)
Los maestros de la sospecha.
Así llamados por ser los primeros que hacen levantar sospechas sobre la pretendida autosuficiencia de la racionalidad que defienden racionalistas e ilustrados.
Han sido los más críticos con la idea de que es la razón la principal guía de los hombres en su conducta personal o en su quehacer colectivo; han señalado que en el complejo proceso que da lugar a las acciones humanas hay siempre factores que las determinan al margen de la razón y del control de la conciencia.
No son propiamente postmodernos, pero sientan las bases de lo que llamamos postmodernidad.
Para Freud hay todo un mundo subconsciente e irracional que burla de distintas maneras nuestra razón y determina nuestros actos. Es el sexo y su satisfacción la raíz y la meta de toda acción humana. Todas las tendencias en el hombre se reducen a instinto sexual transformado o sublimado. Según el creador del psicoanálisis, todos nuestros esfuerzos en el trabajo, en las relaciones humanas, en el arte… no son más que medios o formas disfrazadas de satisfacer nuestra libido o apetencia sexual. Siempre es algo a tener en cuenta evitando la exclusividad.
Marx considera que la racionalidad dominante no es más que la ideología con que la clase burguesa oculta sus intereses económicos y los disfraza de intereses generales ante la clase obrera para lograr su dominación. Son las necesidades de subsistencia, la economía, lo que mueve tanto al individuo como a las colectividades. La forma de distribución y apropiación de los medios de subsistencia determina todos los comportamientos del hombre en sociedad y su pensamiento.
Nietzsche es quien da pasos más decididos en esta dirección; lo veremos en los desarrollos que hace Vattimo. Por lo que toca a sus sospechas contra la razón ilustrada, afirma que ésta ha olvidado su carácter lingüístico e histórico y que es el afán de poder la fuerza impulsora de todo lo que lleva a cabo el hombre. Entiende que el afán de poder es el resorte que mueve tanto nuestras formas de hacer como las de pensar. En su obra “Humano demasiado humano” considera que aún en las conductas que aparecen como más sublimes o desinteresadas, como puede ser el caso de los ascetas o los místicos, hay un trasfondo demasiado humano como es el afán de atraer la admiración sobre sí mismos, subvertir el orden que mantiene a los que detentan el poder e imponer el poder propio.
