Por Concepción Ojeda Córcoles☛


La Navidad no es una fiesta, sino un estado de alerta, una espera o una precipitación de ese Adviento que la iglesia católica califica cómo el preámbulo al Nacimiento, a la Epifanía divina. Siempre consideré su cercanía como mágica de la mano de un cambio de estación, donde el hombre se pierde en miles de millones de amaneceres en la Tierra, en ese baile cósmico acompasado por nuestra estrella central… Unos momentos cada año que nos perdemos en ese tiempo y nos dejamos acariciar por la magia.
Recuerdo mis navidades de niña, esa sensación del frío húmedo de Sevilla, los escaparates, las luces y las jugueterías que eran espacios sagrados, centros oníricos donde volar la imaginación; la fuente de todo lo posible a nuestras infantiles ilusiones: mientras en ese cuasi tranquilo estado social, donde imperceptiblemente se había puesto en marcha la feroz máquina del consumismo. En apariencia todo era grato, mientras un cielo claro, en esas noches marcadas, invariablemente se contemplaba sin contaminación lumínica.
Ayer mis pasos me llevaron a transitar por un lugar y me di de bruces con la Puerta, esa que tiene una sobriedad y belleza rara en esta ciudad donde no suele llevar a la par ambos conceptos estéticos. A lo largo de mi vida, vi muchas veces acercarse, normalmente mujeres; mujeres de muchas edades, ancianas enlutadas, de medianas edades, atractivas o normales, pocos hombres se veían. Allí en una pequeña entrada a la izquierda, en ese lugar de paso entre la calle y el Patio de Naranjos hay un altar con retablo de figura y un cuadro. Nunca me llamó la atención las advocaciones aunque si me quedó fijo el recogimiento, los rosarios, los ojos implorando fijos hacia esas imágenes, algunos enrojecidos otros llenos de lágrimas. Estaba en un lugar tan especial donde los sentimientos y las emociones de esas personas anónimas y en su mayoría buscando la esperanza, vibraban en melodías de los deseos más íntimos y profundos, esparcidos en aquel patio que los envuelven con los olores del azahar cada primavera.
No se cómo se llamaría la Puerta allá a principios del siglo XII, cuando en un tiempo pasado algunas manos anónimas, artesanas y creadoras, concibieron en aras de una geometría tan sagrada como lo que emana de un corazón atento. Lo que ocurrió es que en un momento comprendí su significado al situarme en la esquina contraria y volver la vista al interior del Patio; sentí la fuerza del alminar de la antigua mezquita. Puede que la Puerta inmensa esté sujeta a una idea mas metafísica que exotérica.
El sentimiento de tranquilidad y belleza se desplegó ante mis ojos y comprendí que no es el tiempo el que te abre la mente, pues sólo es el vehículo donde nos deslizamos en la dualidad en la que estamos, pero tampoco tengo la llave ¿o sí? Pues si no venimos a aprender nada sino a recordar y poco a poco vamos desvelando nuestro cofre interior, siendo consciente de lo que somos y tenemos, lo que está en pura presencia, como diría un meditador, en nosotros mismos.
Desde el Amor van apareciendo las cualidades, lo que somos en realidad, el tesoro interior y no la sombra manifestada de “nosotros mismos” que deambula en un medio ajeno a lo que somos. El tesoro nunca tuvo llave, el tesoro nunca estuvo oculto, sino abierto y expuesto a la vista de todos. Contemplar lo que somos puede ser muy loco, pero ¿no lo es más aún, vivir en la locura y aceptarla sin preguntar?
Me di la vuelta y volví a salir por la Puerta, que no he dicho como la llaman, un nombre muy exótico en estos tiempos: la Puerta del Perdón. Mientras bajaba los escalones hacia la calle me vinieron las palabras de Francisco, el Santo, el de Asis: Paz y Bien.
CONCEPCIÓN OJEDA CÓRCOLES estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Sevilla. Siempre fue y sigue siendo una lectora incansable y una observadora permanente del mundo interior de los seres humanos a través de las más diversas búsquedas de autoconocimiento y del análisis de la realidad social y los vínculos que unen a las personas.
Ha explorado e investigado en las más diversas corrientes espirituales de Oriente y Occidente buscando siempre apasionadamente conocimiento y sabiduría. Durante más de veinte años ha estudiado la filosofía china, profundizando en los más diversos métodos de sanación corporal y mental basados en la medicina tradicional china, llegando especializarse y graduarse en la Escuela de Tian.
Profesionalmente se dedica a ofrecer servicios terapéuticos basados en la medicina tradicional china por medio de los más reconocidos y contrastados procedimientos y técnicas de sanación y bienestar psicofísico, actividad que realiza tanto en su consulta como mediante servicios a domicilio.
Personalmente la he conocido hace muy poco tiempo gracias a las redes sociales, pero sobre todo por tener un amigo y Maestro común: Leandro Sequeiros San Román. El hecho de traerla aquí es debido a que comparto con ella una visión espiritual del mundo, de la realidad y del ser humano en el sentido de que lo queramos o no, realmente existe un “orden implicado” como dice David Bohm o una infinita realidad icognoscible en la que todo está conectado. Como ella dice de sí misma y yo comparto “surfeo en la ola de la vida intentando mantener el equilibrio”. Vaya desde aquí mi más sincero agradecimiento por participar en este humilde sitio que es KRISIS.