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MI MUNDO A LOS 80 AÑOS (5):
Intelectuales, expertos y tertulianos en las fronteras del saber
Por Leandro Sequeiros San Román
En un reciente artículo de Miguel Ángel Quintana Paz titulado: “¿Dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?” (The Objective, 20 noviembre 2020) se abre el debate sobre el papel de los intelectuales en nuestra sociedad, y el papel de los intelectuales cristianos en el debate público. En las redes sociales las opiniones han sido diversas al respecto.
En la sociedad del conocimiento y de las redes sociales, las fronteras entre el trabajo de los intelectuales, el de los expertos y el de los tertulianos tiene límites borrosos. Nuestra sociedad banaliza la construcción del pensamiento. En algunos foros de internet están apareciendo estos debates.
Nos referiremos en este artículo al debate sobre el papel de los intelectuales en la sociedad contemporánea y su retirada del espacio público que firmado por JANO se publicó en Ávila-Abierta. A los lectores de los artículos que desde hace 2016 publicamos en FronterasCTR (como continuación a los más de 600 artículos publicados en Tendencias21 de las religiones desde 2006) les puede interesar este debate que arroja luz sobre la función de los intelectuales en la actual vida española.
Los tertualianos ¿suplantaron a los intelectuales?
En una primera parte del texto que comentamos, se incluye el artículo provocador de Fernando Vallespín, publicado en el diario EL PAIS el 1 de septiembre de 2019 con este título: Cómo los tertulianos suplantaron a los intelectuales. Este ensayo, como veremos más adelante, fue contestado por César Calderón.
Para entender el alcance de sus reflexiones, conviene saber quiénes son cada uno de ellos. Fernando Vallespín Oña (nacido en 1954) es un profesor universitario y politólogo que presidió el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) entre 2004 y 2008. Ha sido también profesor visitante en las universidades de Harvard, Heildelberg, Frankfurt, Veracruz y Malasia, además de un activo conferenciante en otras universidades en el ámbito nacional y europeo. Es un experto en teoría política y en pensamiento político, ha publicado más de un centenar de artículos académicos y capítulos de libros de ciencia y teoría política de revistas españolas y extranjeras. Por tanto, su opinión tiene un cierto peso.
Por otra parte, César Calderón es experto en comunicación política y cuenta con una dilatada trayectoria dirigiendo campañas electorales, tanto en España como en Latinoamérica. Fundador y director general de la compañía de consultoría estratégica Redlines, Calderón es especialista en transparencia, participación y comunicación, y ha ayudado en esas materias a diversos gobiernos por todo el planeta. Además, es autor de los libros “Guía práctica para abrir Gobiernos‘ (Goberna, 2015), “Otro Gobierno” (Algón Editores, 2012) y “Open Government – Gobierno Abierto“(Algón Editores, 2010).
La opinión de Fernando Vallespín
Para Vallespín, “con los intelectuales ocurre lo mismo que con la socialdemocracia: no puede hablarse de ellos sin mentar su muerte, su crisis o su lamentable estado. De hecho, les va incluso considerablemente peor que a aquella, que al menos consigue ganar algunas elecciones de vez en cuando”.
Desde su punto de vista, el final de los intelectuales se lleva cacareando desde hace unos 40 años y siguen sin levantar cabeza. A pesar de todo, el término sobrevive, pero desprovisto ya del aura que solía acompañarlo.
Ambigüedad del término “intelectual”
Para Vallespín, el término “intelectual” se suele utilizar de manera generosa y con frecuencia ambigua. Sigue utilizándose para referirse a los miembros de algunas profesiones —académicos, artistas, literatos o actores—. “Como cuando, por ejemplo, aparecen esos pomposos titulares donde se anuncia su pronunciamiento sobre alguna cuestión de actualidad. “Un grupo de intelectuales” dice esto o aquello y firman el manifiesto toda una ristra de personas pertenecientes a estas profesiones mencionadas. Pero la popularidad de algunos de ellos —pensemos en los casos recientes de Richard Gere o Javier Bardem con la crisis de los refugiados del Open Arms— no los convierte sin más en “intelectuales”; son personas populares que hacen público su loable compromiso político. Punto”.
Pero, ¿qué entiende Vallespín por “intelectual”? “El intelectual clásico, el “verdadero”, es aquel o aquella cuya opinión cobraba una especial importancia porque estaba respaldada por el extraordinario prestigio que se había ganado en el campo en el que sobresalía, generalmente en el pensamiento, la ciencia o la literatura”.
Desgraciadamente, su figura ha sido maltratada y mal entendida: “Sus opiniones merecían más atención porque se supone que estaban fundadas sobre mejores argumentos. No era lo mismo lo que decía un profesor cualquiera de una universidad italiana que lo que salía de la pluma de un Bobbio o un Umberto Eco. Su capacidad para ser leídos o escuchados con atención ha sido siempre mayor que la de cualquier otro mortal”.
Sin embargo, tampoco se pueden sacralizar todas las opiniones de los llamados y considerados “intelectuales”: “Pero, ¡ojo!, su excelencia en un determinado campo del saber no les otorgaba por sí misma un salvoconducto para obtener mayor influencia. Un buen ejemplo a este respecto, como nos recuerda Richard Rorty, es el caso de Heidegger, “el mejor filósofo del siglo XX y a la vez un facha (redneck) de la Selva Negra”. Casos de estos abundan, como cuando Foucault se pronunció con entusiasmo a favor del ayatolá Jomeini, o cuando, ya más cercanos en el tiempo, comienzan a desbarrar los Chomsky o Zizek. El buen juicio político, como decía Hannah Arendt, no está necesariamente asociado a la capacidad intelectual o al éxito académico”.
Los excesos provocadores de algunos intelectuales
Para Vallespín, algunos intelectuales tienen un talante provocador. “De todas formas, – comenta – y esto también forma parte del perfil del intelectual, en sus intervenciones siempre había algo de provocación, no se limitaban al sano ejercicio de la crítica sin más; nos desvelaban nuevas y originales perspectivas sobre la realidad y nos enfrentaban a nuestras propias contradicciones. Quizá por eso mismo muchos de ellos oficiaban como “sacerdotes impecables” (como los llamaba el teórico político Rafael del Águila), siempre del lado de la ética de la convicción y ajenos a la inevitable naturaleza dilemática de la mayoría de las decisiones políticas. Su rol no era el de facilitar la decisión al gobernante, sino el de sacudir las conciencias, aunque a veces, como en el caso de Sartre, les perdiera su partidismo, justo lo contrario de lo que nos encontrábamos en Camus u Orwell, cuya autonomía de pensamiento era marca de la casa”.
Es más: “A algunos [intelectuales] les gustaba la sobrerreacción, la exageración o, como en el caso de Foucault, destruir las evidencias y las universalidades, mostrar en las inercias y restricciones del presente los puntos débiles, las aperturas, las líneas de fuerza”.
Pero reconoce que los verdaderos intelectuales saben estar “en su sitio”: “Más modesta, pero por ello no menos eficaz, nos parece la posición de Habermas, para quien el atributo fundamental del intelectual es el “olfato vanguardista para las relevancias”. Para él, el punto fundamental es “detectar temas importantes, presentar tesis fértiles y ampliar el espectro de las cuestiones relevantes con el fin de mejorar el deplorable nivel de los debates públicos”. Puede que en este juego entre razonabilidad y provocación [de Habermas] estuviese la clave que hacía que su acción pública fuera más o menos escuchada y seguida, más o menos respetada”.

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En la actualidad reside en Granada continuando sus investigaciones y trabajos en torno a la interdisciplinaredad, el diálogo Ciencia y Fe y la transdisciplinariedad en la Universidad Loyola e intentando relanzar y promover la Asociación ASINJA que preside. Un nuevo destino después de haber trabajado solidariamente ofreciendo sus servicios de acompañamiento, cuidado y asesoramiento en la Residencia de personas mayores San Rafael de Dos Hermanas (Sevilla).
La persona de Leandro Sequeiros es un referente de testimonio evangélico, de excelencia académica, de honestidad y rigor intelectual de primer orden. Vaya desde aquí nuestro agradecimiento más sentido por honrar con sus colaboraciones este humilde sitio y nuestro más sincero deseo que se recupere definitivamente pronto y podamos celebrar con alegría y esperanza su 80 cumpleaños. ¡ Adelante siempre querido Maestro !.