(Artículo publicado en el número 32 de la revista “Gaceta Sindical, reflexión y debate” de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras, en Junio de 2019)
Nunca será suficiente y satisfactorio, el análisis de la acción sindical y el papel de la clase trabajadora o asalariada en las actuales y complejas formas de las sociedades modernas y desarrolladas, extendidas en la mayoría de las zonas geográficas del planeta. Un tipo de actividad organizada, como es la del sindicalismo, nacida casi a la par del nacimiento del capitalismo y la posterior expansión de la industrialización, tiene por fuerza que, para evitar desaparecer o quedar reducida a una forma testimonial e histórica, configurarse de cara al futuro, sin perder de vista la fuerza del valor del trabajo, como valor de cohesión social incuestionable y determinante para que los ideales de bienestar y justicia social, sean mantenidas en el devenir histórico de la humanidad.
Aunque la salida de la crisis económica se está empezando a producir desde hace algunos años, su repercusión en lo social y en lo político, sigue produciendo altos niveles de pesimismo generalizado para millones de ciudadanos de muchas partes del mundo. En lo económico la situación es incierta e injusta, sobre todo por la precarización del trabajo asalariado y el afán de acumulación de los que poseen las riquezas financieras, personas, gobiernos e instituciones de todo tipo.
Y no será por que no se han vertido ideas, programas electorales, trabajos políticos de investigación o propuestas democráticas de mediano o largo alcance, para dar una salida de normalidad y estabilidad, que haga posible la construcción de una sociedad mucho más cohesionada, con valores de justicia social, solidaridad y entendimiento entre las clases y sectores sociales que la componen.
A mi entender la salida es muy difícil de resolver, porque ésta es una crisis de grandes cambios culturales y de formas de vida y actividad que no estaban previstas en ningún guión, aunque los orígenes de estos trascendentales cambios, en lo económico, político y social estaban elaborándose a partir de lo años 80 con la ofensiva, no solo económica, para reducir en lo que se pudiera las conquistas de los trabajadores, sino también de la deriva del capitalismo productivo al financiero, beneficiada esta actuación, en los avances de la informática, la aparición de Internet, y la conversión de China y otros países asiáticos en la gran “fábrica” mundial, con sus repercusiones en muchas sociedades desarrolladas, entre ellas las de Europa.
El grado de insatisfacción colectiva que esta situación ha generado y genera, está produciendo una crisis de valores, a los cuales los partidos democráticos que suelen gobernar en Europa y también en España, no consiguen dar respuestas. Esta situación también afecta al sindicalismo democrático. Ni siquiera las nuevas formaciones de izquierda o de centro surgidas de los efectos de esta gran crisis, son capaces de ilusionar y convencer a la sociedad, para ganar mayorías electorales que den una nueva estabilidad al sistema democrático.
La otra cara de la moneda es el desprestigio de la acción política democrática, como herramienta para solucionar los problemas de la sociedad. Ese giro electoral de la derecha más radical, que se está dando en un buen número de consultas electorales, en diferentes países, no viene dado por lo general, porque los partidos de izquierda o progresistas hayan abandonado sus valores tradicionales de solidaridad y progreso, sino que éstos no han sido capaces de contrarrestar el formidable avance ideológico de la ideología capitalista, antes y durante este periodo de crisis económica, política y social, que ha irrumpido con todo su poderío mediático y materialista en la conciencia general de nuestras sociedades. Ya lo decía Carlos Marx en el desarrollo de la sociedad industrial del siglo XIX: “La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, que en aquellos tiempos, igual que ahora, es la del capitalismo.
¿Y cómo se materializa, desde hace muchos años, antes, durante y después de la crisis, esta ideología? Sobre todo en el dominio de los resortes informativos y culturales que están propiciando el individualismo, el desapego y la desconfianza hacia las formas de la actividad política. Complementado, gracias al desarrollo de las tecnologías, con una apuesta, que de momento, triunfa, dando lugar al desaforado consumismo que afecta a todas las clases sociales de nuestras modernas sociedades. Cuanto más consumo, más insolidaridad, más dominio ideológico de los que dominan el sistema económico mundial en la mayor parte del planeta, con sus secuelas más graves de paulatina degeneración del medio ambiente y un futuro incierto para una gran parte de la humanidad.
Frente a esta situación, la izquierda política, la clásica y la que ha surgido al calor de esta crisis, sigue denunciando las injusticias del sistema, pero lo hace recurriendo a argumentaciones y valores que a una buena parte de los trabajadores y de todos aquellos que reciben un salario, no les convence. Sus programas no están pensados sobre la base de la centralidad del trabajo en nuestras sociedades. Esta cuestión se relega para dar cabida a mensajes electorales para los intereses generales de lo que se ha dado en llamar clase media, e incluso de la pequeña y mediana burguesía, dando paso a lenguajes populistas como la transversalidad, la gente, e incluso lo combinan con todo lo referido a la palabra pobreza, a la marginación social, cuando las minorías afectadas por esta situación, por lo general no votan o no les interesa para nada la cosa pública.
Frente a datos reales, estadísticos, sobre los ingresos salariales, o de renta en el caso de los pensionistas y jubilados, que son ciertos seguramente, y que denotan la injusticia del reparto de la riqueza que se realiza entre los ciudadanos, en una sociedad como la española, hay que tener presente también los hechos cotidianos de la vida de la mayoría social.
A veces no se valora, o no se tiene en cuenta, como el poder adquisitivo ha mejorado. Como los precios, debido a la alta producción de manufacturas, en sectores como la alimentación, el textil, electrodomésticos, e incluso los grandes medios de transporte, están permitiendo incluso con la crisis económica y las limitaciones al alza de los salarios y las pensiones, mantener un nivel de vida más que decoroso en la mayoría de las familias españolas que viven de una paga mensual.
La incorporación de la mujer de manera masiva al trabajo, y también el aumento importante de parejas pensionistas, ha hecho posible esta “revolución” en los hábitos consumistas. Más el abaratamiento del dinero, las facilidades crediticias, la decisiva publicidad para toda clase de consumo, que producen una severa alienación en millones de personas de todo el mundo y que es el caldo de cultivo para el mantenimiento del ideario capitalista, y la despolitización de amplios sectores de la sociedad, que resulta muy difícil combatir.
No se puede comprender, si no se tienen en cuenta estas realidades cotidianas, como el bienestar económico hace posible que millones y millones de ciudadanos europeos, también españoles, pensionistas y trabajadores, practiquen un masivo turismo de masas desde hace años, inundando nuestras ciudades históricas y menos históricas, a lo que habría que añadir en el periodo veraniego la masificación de nuestro litoral playero, hasta límites insospechados. Creo que existirán datos fehacientes del aumento en los últimos años de plazas hoteleras, de bares y restaurantes, grandes superficies, etc., repartidos por toda la geografía española, además, gracias al poder de Internet, los cientos de miles de plazas de alquiler turístico, que está creando serios problemas de convivencia en numerosas ciudades.
La visión de la riqueza disfrutada y exhibida por sólo una minoría de afortunados de las clases dominantes, que era una cruda realidad hace tan sólo cincuenta años, ha quedado eclipsada por el elevado consumo de masas. A veces desde la izquierda política y sociológica se hacen denuncias de la llamada pobreza que “azota” a amplios sectores sociales, sin tener en cuenta este hecho, al que asistimos desde hace bastantes años.
La reducción de protagonismo que la clase trabajadora tenía en la era industrial, ha traído el declive de la ideología de la resistencia a la explotación capitalista, que protagonizaron con éxito, por lo general, los partidos socialistas, comunistas y el sindicalismo de clase, que conquistó para una gran parte de la humanidad, unas cotas de bienestar como jamás se conoció en su historia.
Creo que hemos abandonado excesivamente la publicidad y el recordatorio ante los trabajadores y la ciudadanía, de los enormes sacrificios que tuvieron que asumir miles y miles de activistas sindicales y políticos para que estas conquistas se consiguieran y mantuvieran.
Pero las grandes concentraciones laborales permanecen. Hay que decir esto frente a las tesis poco esclarecedoras que se hacen desde sectores de la izquierda, incluso sindicales, sobre el final del “fordismo” y la industrialización, debido al importante auge de las nuevas tecnologías, la descolocación de muchas empresas y el arrumbamiento de muchos centros fabriles. Me parecen argumentos que alientan aún más el objetivo de restar protagonismo al papel del sindicalismo en nuestra sociedad. La ciudadanía asalariada seguirá siendo la más numerosa en el inmediato futuro.
Aparecen y se mantienen empleos y actividades productivas que la nueva situación va a propiciar y consolidar: La administración pública, la enseñanza y la sanidad pública, el ascendente sector de los servicios, la asistencia a las personas en edad avanzada, la producción y elaboración industrial de alimentos, el turismo, el transporte, la construcción de viviendas e infraestructuras, más los centros productivos de alto nivel tecnológico, como la fabricación de aviones, automóviles, electrodomésticos, material de telecomunicaciones o energías renovables, etc. Todas estas facetas productivas seguirán dando empleo a millones de trabajadores.
Descrito todo lo anterior, me atrevo a plantear lo referente al papel que Comisiones Obreras está llevando a cabo como fuerza sindical, la más importante en nuestro país.
Hay que valorar con cierta satisfacción que hasta ahora, en líneas generales, nuestra Confederación ha sobrevivido a las consecuencias derivadas de la crisis de 2008. La pérdida de ciento de miles de puestos de trabajo, y la consiguiente repercusión de bajas afiliativas, más las reformas laborales gubernamentales, que nos han intentado quitar en la práctica nuestra principal razón de ser, como es el poner trabas a la negociación colectiva, podrían habernos puesto en peligro de dejar de ser la fuerza determinante que a pesar de todo seguimos siendo.
A ello hay que unir las intensas campañas mediáticas para hacer creer a los trabajadores que el sindicalismo es una herramienta en desuso. Hemos mantenido, aunque con dificultades, nuestra actuación junto a los trabajadores, e incluso, en lo peor de la crisis, hemos conseguido hacer valer, junto a UGT, nuestra fuerza representativa y movilizadora, con la realización de dos huelgas generales al gobierno de la nación, en protesta por sus decisiones contra la clase trabajadora en general y con los recortes de las prestaciones a los servicios públicos, para la mayoría de la sociedad. Pero una vez superada esta etapa, que yo calificaría de resistencia y consolidación ante los efectos destructivos de la crisis de 2008, tenemos el reto de seguir enarbolando la bandera de la centralidad del trabajo asalariado en nuestra sociedad, que además es la base fundamental de la cohesión cívica de la misma, tal como señalan, a mi entender acertadamente, en un artículo sobre la renta básica, en el número anterior de esta revista, los profesores Mateo Alaluf y Carlos Prieto.
