¿Tienen algo que decir los intelectuales cristianos críticos en la sociedad moderna?

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¿Tienen algo que decir los intelectuales cristianos críticos en la sociedad moderna?

Por Leandro Sequeiros San Román

Los días 12-13 y 14 de noviembre de 2021 ha tenido lugar en Madrid el 23 Congreso de Cristianos en la Vida Pública organizado por el CEU San Pablo. El lema del Congreso: “Corrección política: libertades en peligro”. Según el programa, desde su primera edición, hace ya veintitrés años, el Congreso Católicos y Vida Pública ha intentado llevar el calor del debate de ideas y del testimonio a esa mayoría social, católica y española tantas veces adormecida por la autocomplacencia, cuando no voluntariamente ignorante de las batallas en las que, girón a girón, iba desapareciendo el tejido que daba consistencia y vigencia a su visión del mundo.

En el programa que se entregó a los asistentes añade:

 “Casi de repente los católicos hemos tenido que tomar conciencia de que habitamos en una sociedad que en buena medida ha dejado de ser cristiana, más aún, que parece repudiar lo cristiano -fe, actitudes, soluciones- como parte de lo “políticamente incorrecto. En efecto, asistimos a un fenómeno nuevo, el de la “corrección política” y su más notable consecuencia, la cancelación de la libertad tal como hasta ahora ha sido entendida en un marco de humanismo cristiano. Por ello, la Asamblea General de la Asociación Católica de Propagandistas de octubre de 2020 planteó como tema del año profundizar en lo que supone ese fenómeno de imparable crecimiento en Occidente y del que parece depender la posibilidad de la continuidad de la fe en Jesucristo y de su Iglesia.

Respetar la postura pero estar abierto a otras

Bajo estas palabras nos parece que se oculta una perspectiva muy conservadora de la realidad, respetable pero que no es la única. Al menos desde ATRIO abogamos por una actitud más abierta. La satanización de la modernidad ilustrada, el temor a la secularidad, impregna todavía hoy muchos sectores de la esfera pública cristiana, incluso grupos que se autodenominan intelectuales.

Desde nuestras plataformas los respetamos pero no los compartimos. La añoranza del pasado no justifica la resistencia al encuentro, al diálogo y a tender puentes.

Puede haber miedos ocultos y exceso de cautelas de algunos intelectuales cristianos

Prosigue el texto de presentación del 23 Congreso de Cristianos en la Vida Pública:

“Hemos de tomar conciencia de que el conjunto de formas ideológicas de raíz profundamente anticristiana que se resumen bajo la etiqueta de “corrección política” dan lugar a un todo que aspira a conformar no sólo las leyes y las instituciones, también las vidas y las mentes de las personas, incluso éstas en primer lugar. Se trata de una agenda que pretende un cambio en la mentalidad social desde la política, a través de la educación, y un cambio legislativo profundo que viene marcado por directrices mundiales que determinan una agenda de género que supone, en primer lugar, la demolición de la familia. Tres serían los ámbitos preferentes donde se está proyectando la corrección política: la legislación educativa, el derecho antidiscriminatorio y en la tipificación penal del denominado “discurso del odio”. Esos tres frentes avanzan en todo el mundo occidental, limitando gravemente la libertad de expresión, con la anuencia o complicidad de las grandes corporaciones, los medios de comunicación dominantes y las elites internacionales beneficiarias de la globalización.

¿Se puede decir que hay  miedos en muchos católicos intelectuales a los retos del futuro?

El Congreso del CEU se postula apologético: defensa de posturas que a otros intelectuales cristianos les parecen obsoletas y fuera de lugar. Concluyen:

“Para dar cuenta de un desafío cultural de semejante magnitud, el 23 Congreso contará con un plantel de conferenciantes y ponentes de primer nivel, y volverá a confiar en la fórmula participativa que aseguran los talleres específicos, en los que se abordarán aspectos concretos de la amenaza que supone la corrección política a la libertad. Esperamos llegar a los días 12 a 14 de noviembre, fechas de celebración del Congreso, con la mente y el corazón rebosantes de ideas y deseos de atraer al mundo a la Luz y a la Verdad que, lejos de ingenierías sociales, sólo pueden hallarse en Cristo”.

Recuperar el debate sobre el papel de los intelectuales

Volvemos al mundo de los intelectuales. La revista Vida Nueva  número 3245  ha publicado (6-12 de Noviembre de 2021) un Pliego extenso de José Javier Ruiz Serradilla sobre: ¿Intelectuales cristianos? ¿Dónde? Hace un lúcido análisis de la realidad e invita, en un mundo complejo, a que los que se consideran intelectuales cristianos o cristianos intelectuales a comprometerse en la construcción de puentes entre las culturas y paradigmas emergentes y las tradiciones espirituales y teológicas renovadas de las Iglesias cristianas. Y en Religión Digital han insistido en llamar la atención sobre la necesidad de una presencia de los intelectuales en la sociedad que nos invade con la vaciedad de sus valores.

Con anterioridad, en la revista digital FronterasCTR se han publicado algunas reflexiones sobre este tema, diferenciando muy claramente que no todos los numerosos tertulianos que pululan en las redes sociales pueden ser etiquetados como “intelectuales”, y muchas veces son más “charlatanes” y “demagogos” que auténticos intelectuales.

¿Estamos en el camino correcto?

¿El mito del intelectual católico?

Una reflexión de Marcelo Villamarín C.,sobre el rol del intelectual en nuestra sociedad nos puede aproximar a la sinergia de los objetivos que desde nuestras plataformas intentamos conseguir. En parte está tomado de un trabajo realizado con motivo del Encuentro de Intelectuales Populares y de Izquierda, realizado en Quito, del 15 al 17 de noviembre de 2004, pero que no ha perdido vigencia.

Para su autor, a lo largo de toda la historia del mundo occidental, se ha difundido el mito del intelectual como un ser muy especial. En la antigua Grecia, eran los filósofos quienes cumplían este rol, en el marco de lo que se denominó la Paideia – término intraducible al español – como un ideal de culturas universal. En la Edad Media fueron los monjes y sacerdotes quienes cumplieron el rol de celosos guardianes de la sabiduría y la verdad.

Las aportaciones de Gramsci y Lukás

En las modernas sociedades capitalistas, tanto el rol como del mito de los intelectuales sed ha difuminado debido a la organización social del capitalismo. En estas sociedades, el intelectual deja de ser una élite y se convierte en una categoría que caracteriza al intelectual por su función en la sociedad más que por su papel en la estructura productiva, tal como señalan teóricos de la calidad de Gramsci y Lukács. La relación de los intelectuales con las estructuras partidarias de izquierda ha sido conflictiva y tensa y casi siempre se ha resuelto con la expulsión de aquellos.

Sin embargo, hoy más que nunca su función debe rescatarse, en la medida en que la construcción del nuevo proyecto histórico de las clases dominadas y subalternas exige la confluencia de intelectuales – como sector autónomo – militancias partidarias y movimientos sociales, para elaborar las teorías alternativas al capitalismo neoliberal.

No es fácil definir que es un “intelectual”

Existen algunos mitos, en unos casos, y ciertos prejuicios ideológicos, en otros, con relación al intelectual y el rol que juega en la sociedad. En cuanto a lo primero, empecemos por señalar que el término intelectual se ha reservado, por lo general, a los filósofos, poetas, ensayistas, pensadores, científicos sociales y todos aquellos personajes que han hecho de la palabra hablada y escrita su actividad primordial.

Algunos han cuestionado que para ser intelectual había que ser militante de izquierda. Creemos que esta es una falacia. ¿Eran de izquierdas Descartes o Kant? Esta es una atribución impropia que no tiene que ver con la postura política. Es totalmente legítima la compatibilidad de la condición de persona intelectual con la posición política. No hay una identificación necesaria entre la condición de intelectual y la posición política.

Solo de un tiempo a esta parte, debido a la redefinición del concepto de cultura, se ha incluido entre los intelectuales a los artistas que manejan diferentes géneros: pintores, escultores, músicos, entre otros. De allí que, en el imaginario colectivo, se asocia de manera involuntaria los conceptos de intelectual y escritor; o, por lo menos, a éstos se atribuye con preferencia el término intelectual.

Las aportaciones de Werner Jaeger a las raíces de la intelectualidad

El mito sobre el intelectual es tan viejo como la civilización occidental. En la antigua Grecia, eran los filósofos quienes cumplían el rol de intelectuales y de ellos la sociedad, con razón o sin ella, se formó una idea particular que se ha convertido en estereotipo en las épocas posteriores.

Tal idea derivó de la “peculiar actitud espiritual” de los primeros filósofos, según la caracterización hecha por Werner Jaeger, que consistía en “su consagración incondicional al conocimiento, al estudio y la profundización del ser por sí mismo” y la concomitante indiferencia “por las cosas que parecían importantes al resto de los hombres, como el dinero, el honor, e incluso la casa y la familia, su aparente ceguera para sus propios intereses” e incluso para el ejercicio práctico de la política. Esto último tiene algo de paradójico, puesto que la mayor parte de ellos, si no todos, jamás perdieron de vista la política, que era entendida como “servicio a la comunidad“.

Prueba de ello, sin ir más lejos, son las obras inmortales de Platón y Aristóteles, entre los más conocidos, como son La República y La Política, respectivamente. Sin embargo, no es usual encontrar su nombre en los anales de la historia política de Grecia, exceptuando quizá Solón, quien podría decirse que fue el prototipo del intelectual-político en la Grecia presocrática.

¿Es todo filósofo un intelectual?

Esta peculiar actitud espiritual de los filósofos los convirtió en seres extravagantes y misteriosos, pero altamente estimados por sus contemporáneos. El filósofo es “ingenuo como un niño, torpe y poco práctico, y existe fuera de las condiciones del espacio y del tiempo”, imagen que sirvió de base para la difusión de anécdotas que ahora son muy conocidas: el sabio Tales de Mileto, embebido en la observación de los fenómenos celestes, cae en un pozo y es su criada quien le reprocha que por ver lo que tiene sobre su cabeza no ve lo que tiene bajo los pies.

Tal vez fueron los romanos quienes pudieron conjugar mejor el sentido práctico con la reflexión filosófica, probablemente debido a que las exigencias de la época les obligaron a pensar con mayor ahínco en cosas concretas, como aquellas que tiene que ver con el ejercicio del poder. Son conocidos los nombres de Ovidio, Tácito y Séneca, entre otros, quienes cumplieron importantes funciones públicas.

Sea de esto lo que fuese, el hecho es que los filósofos constituyeron una élite intelectual cuya vida, muy a su pesar, estuvo relacionada y muy estrechamente con el poder; en su mayoría fueron consejeros de reyes y emperadores o preceptores de las familias reales.

Los primeros “intelectuales” en sentido moderno podrían aparecer en la Edad Media

La situación fue diferente en la Edad Media. Con el ocaso del Imperio Romano, que se levantó sobre las ruinas de las polis griegas, la sociedad europea se fragmentó, la cultura se dispersó y las obras monumentales de los filósofos griegos se perdieron por largo tiempo.

La incorporación del Cristianismo a la lógica del poder le restó su vitalidad revolucionaria y convirtió a la Iglesia Católica en el más fiel instrumento de los poderes imperiales.

Europa se convirtió en una sociedad teocéntrica y teocrática, y todas las manifestaciones culturales se sometieron a su lógica. Dividido el Imperio entre Oriente y Occidente, el predominio tanto comercial como religioso del primero, convirtió a Bizancio en el eje de la cultura medieval, concentrándose en ella la antigua sabiduría heredada de los griegos.

Los clérigos se convirtieron en los nuevos intelectuales, que asumieron el carácter de “guardianes” de la cultura, reservada exclusivamente para uso y consumo especulativo de las élites religiosas. Tanto en Oriente como en Occidente, los monasterios se transformaron en el símbolo de la radical separación entre las élites “cultas” y las masas “incultas”; y, aun en su interior, se produce una división marcada entre los “monjes sacerdotes, que se dedicaban a los oficios ligados a los fines de la institución”, entre los que se cuentan el cuidado y la copia de pergaminos, y “los que debían atender a los servicios de la casa”. Habrán de pasar muchos siglos antes de que la cultura adquiera de nuevo su dinámica, y se expanda otra vez hacia el anquilosado occidente de la Edad Media, cosa que ocurrirá solo con el Renacimiento y la recuperación de la antigüedad clásica, en peligro de perderse entre las hordas invasoras.



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