Estoy cada vez más convencido de que para madurar como persona es necesario construir un equilibrado concepto de sí mismo, así como una sana y ponderada autoestima. Sin embargo, esto no es algo tan fácil como puede superficialmente parecernos. Nuestra vida es muy larga y esta jalonada por etapas de desarrollo personal que nunca son independientes o estancas, sino que se subsumen unas a las otras. Todo ser humano adulto, lo quiera o no, tiene siempre un niño o una niña en su interior, así como un o una adolescente que puede que añore o rechace, pero siempre están ahí señalando recuerdos en forma de heridas o de placeres.
Construir o o hacerse una idea lo más exacta y objetiva posible de sí mismo (autoconcepto), así como una valoración ponderada y ecuánime de nuestra propia persona (autoestima) es una tarea-proceso que lleva largo tiempo y no pocas dificultades. Sin embargo, el hacerse de un autoconcepto lo más objetivo posible y una autoestima equilibrada, que no sea excesiva (hiperautoestima), como tampoco escasa (hipoautoestima) es algo de extraordinaria importancia para que podamos llegar a ser personas auténticas y maduras.
Todos los estudios apuntan a que los defensores y practicantes de ese paidocentrismo de andar por casa, consistente en colocar al niño en la cúspide, el centro y el altar de todas las veneraciones, consintiendo y ofreciendo al querubín toda suerte de regalos, premios, felicitaciones y aplausos, han resultado ser nefastos y muy dañinos para el desarrollo personal. Esa tendencia bastante generalizada de dar sin condiciones a los niños todo lo que se les antoja o de reírle todas sus gracias y ocurrencias aunque resulte que éstas son manifiestas impertinencias de su Ego, a lo sumo lo que produce es dependencia, heteronomía e incapacidad para dotarse de una autoestima y una moral autónomas.
Muchos padres y madres creen que a sus hijos es necesario motivarlos permanentemente con estímulos externos, ya sea con aplausos, atenciones o regalos, para que así aprendan a quererse a sí mismos y se sientan siempre felices. De esta manera, los niños y niñas acaban por lo general convirtiéndose en dictadorzuelos incapaces de tolerar frustraciones y mediatizar deseos, produciendo después en la adolescencia y la adultez personas de un Ego superlativo e insaciable al que ya es mucho más difícil domesticar.
También es verdad, que en el proceso de construcción de un autoconcepto y una autoestima equilibrada, no solamente influyen las conductas de los padres y las costumbres o modos de relación escolares y sociales. Son muchísimos los factores y elementos que aparecen en el escenario mental de cualquier ser humano, que no solo no podemos controlar, sino que incluso no sabemos identificar o ver con precisión. Todos esos factores que contribuyen a generar modos de pensar ya sean sanos o tóxicos, se presentan siempre profundamente relacionados unos con otros y por consiguiente es muy complicado, además de ingenuo, intervenir en un solo factor para esperar cambios en la totalidad de la persona. Así pues, en nuestro desarrollo personal intervienen numerosas variables dependientes, independientes, interdependientes y extrañas, que escapan a nuestro control y que incluso producen efectos paradójicos. Paradójicos en el sentido de que acontecimientos placenteros y llenos de supuesta alegría, regocijo y placer pueden transformarse en comportamientos tóxicos e incluso psico-socio-patológicos. Y paradójicos también, en cuanto que situaciones de dificultad, acontecimientos dolorosos y experiencias de sufrimiento y carencias pueden tranformarse en comportamientos extraordinariamente sanos, maduros y llenos de sensatez.
De lo que no cabe ninguna duda, es de que la consecución de un yo sólido y equilibrado, con respeto y sentido positivo de la propia valía, es una condición esencial para la construcción de nuestra propia identidad, que es la que nos permite percibir esa sensación de que somos nosotros mismos en el devenir del tiempo. Pero también es una condición esencial e indispensable, para la creación de fuentes internas de energía psíquica y de motivación sostenibles. Son estas fuentes internas o intrínsecas las que nos van a permitir conseguir dos objetivos esenciales para nuestro desarrollo. Primero, el sentirse capaz y competente para hacer frente a las dificultades que con toda seguridad se nos presentarán a lo largo de nuestra vida. Y segundo, ser capaz de apostar y arriesgarnos para afrontar y emprender retos, desafíos, proyectos, sueños y opciones de valor.
Lo que sucede es que en este proceso de construcción de la identidad individual, o de conquista de la indispensable autonomía, está muy condicionado por la mentalidad occidental antropocéntrica dominante. Es esta mentalidad, que todo lo centra en el “yo”, la que produce toda una serie de fijaciones mentales que nacen a partir de nuestros impulsos, deseos, carencias y las conductas de consecución que desarrollamos para satisfacerlos o aliviarlos. Estas fijaciones y las conductas que llevan a ellas, son las que constituyen ese equipaje del “viaje de ida” al que nos hemos referido, equipaje que genera sufrimiento y dolor físico y psíquico, así como toda una variada gama comportamientos desajustados y desequilibrados que son los que constituyen las diversas enfermedades psicosociales de nuestro tiempo.
El Ego pues, no debemos confundirlo con la necesidad de un yo equilibrado, armónico, con un buen concepto de sí mismo, asertivo y capaz de desarrollo más allá de la etapa egoica. El Ego está constituido por las corazas, costras, máscaras e “ideas duras” que tenemos acerca de nosotros mismos y que nos impiden acceder a etapas y niveles más integradores de nuestra conciencia y de nuestras relaciones con el mundo exterior e interior. Como dice Patricia May 1 Ref.MAY, Patricia. De la cultura del ego a la cultura del alma. Santiago de Chile. 2007. [En línea] <http://www.escueladelalma.cl/ptmedia/libros/De%20la%20Cultura%20del%20Ego.pdf>. [Consulta: 7 julio 2020]
El Ego es entonces todo ese conjunto de adherencias, máscaras, costras, apegos, dependencias, racionalizaciones, identificaciones, supuestos, creencias, actitudes que en el transcurso de la vida, o bien terminan por hacernos sufrir, o en su defecto nos sumergen en un estado de sueño e ignorancia permanente en el que confundimos la realidad, con la representación que nosotros hacemos de ella.
Así pues, por “trabajar el ego” queremos en realidad expresar, la necesidad de investigar en nosotros mismos esa variedad de apegos, adherencias y comportamientos automáticos, que al mismo tiempo que nos producen ceguera, nos desvinculan de la realidad social y natural haciéndonos creer que nosotros somos el centro de la misma (egocentrismo y antropocentrismo). Trabajar el ego, es pues una actividad dirigida a un triple objetivo.
- Primero, a practicar el pensamiento descentrado dirigido a construir una moral autónoma y al mismo tiempo universal, a partir del reconocimiento de nuestros semejantes como iguales a nosotros.
- Segundo, a desapegarnos de aquello que nos condiciona, limita y esclaviza, de aquello que nos impide ejercer nuestra libertad esencial para llegar a ser más plenamente humanos; desapegarnos del tener y del hacer, así como de cualquier tipo de actitudes puramente dependientes, receptivas, acumulativas y mercantiles.
- Y tercero, iniciar el camino de la etapa transegoica ampliando y expandiendo nuestra conciencia mediante el desarrollo de nuestras capacidades de atención, sensibilidad y compasión aprendiendo así a crear lazos de interdependencia, apoyo mutuo y generosidad incondicional.

Referencia