CONTRA EL VICTIMISMO, EL ODIO Y EL FATALISMO. Para una espiritualidad de resistencia y esperanza, de paz y compromiso, de reconciliación y perdón (y 2)

Rasgos de una espiritualidad ecológica

Lo decíamos al inicio: contra el victimismo, el odio y el fatalismo: una espiritualidad de resistencia y esperanza, de paz y compromiso, de reconciliación y perdón.

Para contrarrestar las actitudes y comportamientos victimistas, los generadores de odio y de fanatismo, hoy proponemos desde aquí impulsar una espiritualidad (es decir, el cultivo de actitudes, valores y sentimientos interiores ante las cosas) que haga emerger una cultura de resistencia y esperanza, de paz y compromiso, de reconciliación y perdón.

Y en concreto: nos urge desde el sentir y gustar internamente nuestro compromiso con la vida, con la Tierra, con la humanidad 1 Ref.Más información en: https://blogs.comillas.edu/FronterasCTR/2018/01/10/paradigma-tecnocratico/ La cultura ecológica, asegura el Papa Francisco, no debía consistir solo en respuestas urgentes y parciales, sino “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático”. Dice la Encíclica de Francisco, Laudato Si, en el número 112: “Es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral”. Escribía hace años el papa Juan Pablo II: «La mentalidad cientificista ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible» (Carta encíclica Fides et Ratio 88, San Juan Pablo II). El papa Francisco aborda también esta cuestión aludiendo al paradigma tecnocrático, es decir, «el modo como la humanidad ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional» (LS 106). Este prototipo tecnocrático aparece como el colonizador dominante de las mentes, de los comportamientos y de la cultura hasta el punto de resultar muy difícil salirse del mismo porque llega a ser “omnipresente” (Laudato Si, 122). Dicho paradigma condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad; por ello, insiste el Papa, es preciso alentar y ampliar «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático» (Laudato Si, 111)., fomentar en nosotros y en nuestro entorno una cultura de resistencia y esperanza, de paz y compromiso, de reconciliación y perdón.

Una cultura de resistencia

La resistencia no es una actitud interior reaccionaria sino muy al contrario, es una resistencia activa: mantener atentas todas las facultades humanas para abrir los ojos (frente a la mala cultura de la ceguera social y ambiental) y los oídos (frente a la mala cultura del exceso de ruido consumista para ocultar los gemidos de las víctimas, sean humanas o animales). Resistir frente a las falsas culturas victimistas, generadoras de odio y de fanatismo.

Una cultura de esperanza

La esperanza no es solo una virtud cardinal. Es una actitud interior que orienta el sentido de la vida. Tal vez es el momento de recuperar la figura de Ernst Bloch y El principio esperanza2 Ref.Erns Bloch (1885-1977) y El principio esperanza es el meollo de su pensamiento. Pedro Laín Entralgo la llama la catedral laica de la esperanza, aunque demasiado laica y enlutada.  Muestra a un ser humano consciente del mal que rodea esta existencia pero profundamente esperanzado. A diferencia del dramatismo de Heidegger para quien el hombre es un ser para la muerte y lleno de angustia, Bloch dice que lo importante es aprender a esperar“. Se niega a resignarse en la negatividad. Sueña con un mundo digno donde vivir, cálido, que sea nuestro verdadero hogar y donde incluso nunca más haya hambre. Para ello propone que se ayude al hombre a que muestre lo mejor de sí mismo. Sin embargo Bloch no se engaña. Comprende que aunque las necesidades básicas del hombre quedaran cubiertas, aunque ciertos males se pudieran erradicar, todavía quedaría la muerte como fin absurdo del hombre. Y es que él la conoció bien de cerca: su primera mujer había muerto con sólo veinticuatro años. Por eso llama a la muerte el hacha de la nada. Bloch dice que por dignidad personal me niego a que el hombre acabe igual que el ganado“, que “la desesperanza es en sí, tanto en sentido temporal como objetivo, lo insostenible, lo insoportable en todos los sentidos”, o que “no me resigno a que la última melodía que escuche sean las paletadas de tierra que alguien arroje sobre mis despojos. Busca desesperadamente un modo de eludir la muerte sin contar con el hecho religioso pues él es ateo, aunque había dicho que donde hay esperanza, hay religión, que lo importante es leer la Biblia con los ojos del Manifiesto comunista, o que Jesús de Nazaret era “un hombre que obra aquí como un hombre bueno, algo que todavía no había sucedido”La solución entonces no puede venir de arriba, del cielo. Hay que encontrar aquí mismo en la tierra una forma de afirmar la vida frente a la muerte. Y él la encuentra a su manera: la sonrisa de un niño, la alegría de ayudar a un necesitado, las artes, la música, la entrada de un buque en un puerto, incluso toda la herencia de esperanza contenida en las religiones. Bloch sabe que estas experiencias no garantizan que perduremos más allá de la muerte, pero por lo menos le dan al asunto una gran fuerza esperanzada. Quiere arrancar a la vida lo mejor de sí misma. Por dignidad personal quiere mantenerse erguido. Encontramos aquí a un ser humano que prescinde de la religión, pero que hace todo el esfuerzo del mundo por dar sentido a su vida porque vislumbra mil y un destellos vivenciales que no hacen más que alumbrar esperanza. Incluso poco antes de morir, en su lecho de muerte, se le pregunta cómo iba a encarar ese reto. Su respuesta llena de vigor fue: la muerte, todavía me queda esa experiencia. Nada de temor, entonces. La muerte era sólo una “experiencia” más. Bloch muere finalmente a la edad de noventa y dos años, pero sin dejar de intuir luz al final del túnel. Se podrá estar o no de acuerdo con su posición existencial, pero sin duda su legado lleno de dignidad nos llena de admiración e invita seriamente a la reflexión. Bloch dice que por dignidad personal me niego a que el hombre acabe igual que el ganado“, que “la desesperanza es en sí, tanto en sentido temporal como objetivo, lo insostenible, lo insoportable en todos los sentidos”, o que “no me resigno a que la última melodía que escuche sean las paletadas de tierra que alguien arroje sobre mis despojos”.

Una cultura de paz

La paz no es solo la ausencia de violencia o de guerra. Es una actitud humana interior profunda de respeto, reconocimiento, que conduce a la defensa pacífica, armoniosa y amorosa de los derechos a existir de todas las realidades y todas las parcelas de la realidad (sean materiales, intelectuales, espirituales, vivientes o humanas).

Una cultura de compromiso

Desde el punto de vista de la Antropología filosófica (Arnold Gehlen, Helmut Plessner, Emmanuel Levinas) el desarrollo evolutivo del ser humano se hace posible y fecundo cuando hay conciencia (sensibilidad interior) de que somos seres-para-los demás. Que ser-para-otros nos hace crecer como personas, como sociedad y como miembros de la biosfera 3 Ref. Muchas de estas ideas se desarrollan en mi libro “Quiénes somos nosotros. Antropología filosófica”. Bubok, 2019. https://www.bubok.es/libros/172874/QUIENES-SOMOS-NOSOTROS-Antropologia-filosofica . Parafraseando al profesor Carlos Beorlegui [del que soy deudor de muchas ideas de su excelente Antropología filosófica (Universidad de Deusto, 1999)]:  “me daría por satisfecho si la lectura de estas páginas sirviera para acercarse a descubrir y admirar el misterio sin fondo de la realidad humana, así como para entender que la reflexión antropológica no debiera detenerse en una contemplación narcisista acerca de lo humano, sino en un compromiso incesante por hacer que el mundo en el que vivimos se vaya configurando como un ámbito de humanización, en el que nadie quede excluido, y a nadie le falte lo necesario para construir libremente, en diálogo con sus semejantes, su particular e irrepetible proyecto personal”.

 Una cultura de reconciliación

Re-conciliar significa volver a unir (armonizar, amorizar, perdonar, fusionar…) lo que anteriormente pertenecía a una misma realidad. Hay varios niveles de reconciliación: reconciliación con la naturaleza, reconciliación con la sociedad y con los grupos sociales, reconciliarse (perdonarse) con uno mismo; y para los creyentes, esto implica reconciliación con el Dios de Jesús.

La reconciliación exige contar la historia en verdad y en fidelidad. Evitando afirmaciones rápidas, y superficiales. En la base de muchos actos de violencia se relatan cosas como esta: “Al fin y al cabo, era un traficante y estaba deshaciendo a la juventud vasca”…, “formaba parte de los opresores del pueblo”, “ellos son responsables de la situación de nuestros presos”, “la responsabilidad de la violencia la tiene el gobierno”, “los terroristas no merecen vivir; hay que matarlos a todos”, “no tienen ningún derecho”, “son animales”, “no son presos políticos; son vulgares delincuentes” ¡Tantos relatos que corregiría el Padre…!

Continuamente las noticias que se generan en relación con la situación de nuestros países son leídas según el prisma ideológico del partido al que pertenece o del que es simpatizante el intérprete de la noticia. Hay que tener particular atención a la lectura que hacen los políticos de estas noticias e identificarlos —en la mayoría de los casos con justicia— con el hijo mayor de la parábola ¿Cómo hemos compartido esas “verdades”? El texto del Evangelio no nos permite decir cualquier cosa del hermano, no nos permite hablar de él como si nada tuviésemos que ver con él.

Una cultura del perdón.

No es fácil perdonar ni perdonarse. Todos arrastramos heridas (o al menos cicatrices) narcisistas que nos dificultan perdonar a los demás o perdonarnos. En algún momento todos hemos guardado rencor a alguien por algo que nos ha hecho. Quizá un familiar, un amigo, un conocido o nuestra pareja nos hicieron sentir mal en un momento dado y nos ha costado cielo y tierra perdonar. Pero a esa labor de perdonar hay que sumarle un trabajo extra: olvidar. Según Ana de la Mata, psicóloga del centro psicológico Cepsim, dejamos de experimentar rabia, miedotristezaculpa o vergüenza hacia nosotros mismos o hacia otras personas cuando perdonamos. «Aspiramos a transformar ese sufrimiento y después experimentamos compasión, que hará que podamos plantearnos una realidad de mayor complejidad», dice.

La experta cuenta que, al perdonar, dejamos de pensar en nosotros mismos y nuestro perpetrador y el mundo dejan de parecernos un lugar hostil, peligroso, injusto o ante el que planeamos una venganza: «Al perdonar deja de haber buenos y malos y damos paso a una realidad llena no sólo de matices de grises, sino de colores y de posibilidades». Todo esto implica dejar de llevar a cabo acciones que buscan la venganza para castigar; dejaremos de protestar reivindicando lo que no tuvimos o no fue y nos redirigimos hacia todas esas posibilidades que se han abierto conectando con estados psicológicos positivos.

El rencor: Perdonar es un proceso que lleva tiempo, pero no hacerlo tiene consecuencias, sobre todo para el bienestar de uno mismo. En palabras de la psicóloga Ana de la Mata, significa que «mantenemos la herida abierta y el dolor que la acompaña, y querrá decir que nos hemos quedado anclados a dichas experiencias». «Es habitual que relacionemos perdón con reconciliación. Una reconciliación es un proceso interpersonal que implica reestablecer o reparar una relación en la que el agraviado reconstruye la confianza perdida y el perpetrador reconoce los errores cometidos y toma medidas para corregir o enmendar el daño causado», explica. Sin embargo, dice, perdonar es un proceso individual que tiene que ver con disminuir el resentimiento que uno siente sin la necesidad de la participación del perpetrador: «El perdón requiere de un esfuerzo por ver con benevolencia y amor a quién nos agravió y a aceptar las partes de nosotros mismos que algún momento rechazamos», indica Ana de la Mata.

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