ASINJA recomienda: Este mundo va fatal (1)

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Crisis de civilización

ESTE MUNDO VA FATAL (1)
Las teorías de la “degradación del mundo”
desde el siglo XVII

Por Leandro Sequeiros San Román

La frase “este mundo va fatal” se oye mucho en ambientes muy diversos. Pero no tiene nada de novedoso esa percepción negativa del mundo. Desde la época de la filosofía clásica griega se han enfrentado dos poderosas concepciones del mundo (también los denominamos, con matices diferenciadores, dos poderosos sistemas culturales, dos poderosos imaginarios sociales, dos poderosos paradigmas): una de ellas es optimista y la otra es pesimista. Ambas concepciones son totalizadoras de la realidad, y cooperan decisivamente en la construcción de los imaginarios simbólicos humanos. Estos inciden en las concepciones sobre el ser humano, la religión, el conocimiento y por ello de la vida sobre la Tierra. Ambas concepciones están muy arraigadas en el mundo clásico. Pero fue el pensamiento cristiano quien las alimentó.

Crisis de civilización

La visión cristiana tradicional del mundo es necesariamente optimista. Según la teología católica, si el mundo ha sido “diseñado” por el Creador para morada de los humanos, es natural que sea “bueno” (Génesis 1,4; 1,10; 1,12; 1,18; 1,22; 1,25; 1,31…), bello y apto para la vida humana. E incluso para algunos, como Leibniz, el mejor de los mundos posibles. La aceptación de un plan diseñado por el mismo Dios, de la teleología y de una visión optimista eran así aspectos generalmente entrelazados.

Pero ésta no era la única interpretación posible. Existía también junto a ella -y frente a ella- una visión pesimista. Según esta concepción del mundo, la Tierra y la humanidad, salidas perfectas de las manos de Dios, estaban sometidas a una profunda decadencia o degradación. La entrada del pecado original destrozó el orden establecido por Dios y el mundo inició un camino descendente. La concepción pesimista, sobre todo, constituyó y constituye un paradigma global de interpretación del mundo que servirá de hilo conductor para explicar el fracaso de las especies biológicas, nacidas perfectas de las manos de Dios.

La concepción optimista del mundo y la ideología del progreso

La concepción optimista del mundo se asienta en la convicción interior de la bondad del Creador y en su infinita sabiduría. Desde esta convicción, si el mundo había sido creado “a imagen y semejanza del Creador”, todas las perfecciones divinas se podían atribuir al mundo creado por Él como resultado de un plan bien diseñado. Esta visión optimista la tuvieron los cristianos desde los primeros tiempos, y se apoyaba en definitiva en las mismas palabras del Génesis en que se refiere la reiterada satisfacción de Dios con su obra: “Y vio Dios que todo era bueno“. Génesis 1,31.

Desde este punto de vista, no podía haber cambios en los planes de Dios, lo que hacía imposible la decadencia y la corrupción. San Pablo fue un decidido propagador de una concepción optimista del mundo, cuando afirmaba que las criaturas habían sido “liberadas de la servidumbre de la corrupción para participar en libertad de la gloria de Dios“. Romanos 8, 20-21.

La concepción optimista no escamoteaba la existencia del pecado. Este dio lugar a que la Tierra perdiera una de sus primitivas perfecciones, pero a pesar de ello, ésta seguía siendo una buena morada para la humanidad.

La concepción optimista del mundo constituyó una vigorosa línea de pensamiento filosófico, teológico y científico que alcanza cimas excelsas en el siglo XIII en la obra de San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Este insistió una y otra vez en la belleza y la bondad de la Naturaleza y convirtió la reflexión sobre ésta precisamente en una de las “vías” racionales para demostrar la existencia de Dios que gobierna y dirige al mundo. Si la Naturaleza refleja la gloria, la sabiduría y la bondad del Creador -argumenta Santo Tomás – no puede estar afectada por el pecado y ha de ser, necesariamente, también buena. El pecado del hombre no habría suprimido o menoscabado los atributos de la Tierra, sino que simplemente habría disminuido el poder del hombre sobre la Naturaleza, con lo que aquél habría perdido la capacidad de usar todas las plantas o animales a su antojo.

La confianza en la bondad y perfección del plan divino de la Creación, y la visión optimista asociada a ella, implicaba también normalmente una concepción optimista de la historia humana. En este sentido esta actitud se encuentra íntimamente ligada a la idea de “progreso“. El ser humano, en esta perspectiva, dueño y señor de la Creación, podía ayudar con sus obras a la perfección y embellecimiento de la misma. Por ello, el desarrollo de la humanidad aparece como una necesidad histórica asociada al despliegue (desarrollo) del plan divino y con la voluntad redentora de Cristo. Ya veremos, más adelante, cómo ese señorío del hombre sobre la Creación ha llevado a un problema ecológico mundial irreversible.

La concepción pesimista del mundo y la idea de decadencia

Junto a la concepción optimista de la Naturaleza y de la sociedad existe otra concepción pesimista que destaca la idea de decadencia y degradación. Aquí vamos a reencontrarnos con las explicaciones sobre la extinción de las especies biológicas.

Las raíces de la concepción pesimista del mundo son diversas. Unas se remontan a la época clásica y tienen que ver con el mito de la Edad de Oro y con las implicaciones de la metáfora organicista. Otras están ligadas a las disputas teológicas de los primeros tiempos del cristianismo.

El mito de la antigua Edad de Oro, perdida para los humanos por la voluntad de los dioses, es uno de los filones más ricos en la literatura y en el pensamiento clásicos. Este mito, según el cual una primitiva Edad de Oro o “estado de naturaleza” fue sustituida sucesivamente por una Edad de Plata, de Bronce y de Hierro, pone su acento en la decadencia moral de la humanidad y ofrece, por ello, una visión pesimista de la Historia. Esta visión pesimista del mundo pudo verse reforzada por la emergencia intermitente de la tradición organicista. La aceptación de la correspondencia profunda entre Macrocosmos y microcosmos permitía desde la antigüedad una reflexión analógica sobre uno y otro mundo. El organicismo conducía a comparar a la Tierra con un organismo vivo en el que existe una circulación semejante a la de la sangre (los ríos, por ejemplo), la respiración (que puede provocar terremotos), y una digestión de las rocas (por canales de fuego). Pero los organismos no sólo nacen y crecen. También envejecen y mueren. La idea de que la Tierra (con todo lo que contiene) se dirige hacia su muerte estaba ya presente el Epicuro y en el bello poema de Lucrecio, De Natura.

Las corrientes pesimistas del pensamiento clásico pudieron ser fácilmente incorporadas dentro de una línea “purista” y “moralista” de las filosofías estoicas y helenistas. Para ellos, sólo la “virtud” salva al hombre de su destrucción. Lo esencial de esta concepción pesimista del mundo es que iba unida a la idea de que se incrementaba también el pecado y el mal, lo que hace cada vez más indispensable el castigo para la humanidad. Los milenarismos, siempre presentes, han sido campo abonado para la extensión de esta cultura.

En la Europa del Renacimiento el tema del pecado y la decadencia del mundo tuvo una gran difusión, probablemente en relación con la Reforma. En muchas partes de Europa aparecen en el siglo XVI obras en las que se resalta la decadencia del mundo con argumentos muy diversos. Ya en el siglo XVII, un autor inglés, George Hakewill, afirmaba en 1627 que la “opinión sobre la decadencia del mundo está tan generalmente aceptada no sólo entre el vulgo, sino entre los letrados, entre los eclesiásticos y los otros que su carácter común la mezcla con otra sin mayor examen“. 1 Ref.Hakewill, G. (1627) Apologie, or Declaration of the Power and Providence of God in the Government of the World

Degeneración del género humano y decadencia del mundo

La visión pesimista del mundo está presente también en la epistemología oculta de muchos filósofos naturales del siglo XVII que consideran que, desde el pecado original, el género humano y toda la Naturaleza creada han ido derivando hacia situaciones más decadentes y degeneradas. A finales de siglo, la tesis de la decadencia de la Tierra tras el Diluvio universal se formula de manera explícita y se postula como “verdad científica” experimentalmente comprobada. Para los autores que la defienden, la Tierra postdiluviana está sometida a un proceso de decadencia que le lleva lenta pero imparablemente a un estado de ruina.

Fue en Gran Bretaña y en Europa continental donde más claramente se elaboran, entre 1680 y 1710 las ideas que darán lugar al paradigma de la decadencia de la Tierra, debido a los efectos punitivos del Diluvio. Este pasa a ser el inicio de un proceso irreversible de ruina y destrucción.

El debate sobre el Diluvio se convirtió en un problema científico de primera magnitud. Pero ahora se añade un factor más: el Diluvio es el inicio de un proceso irreversible de decadencia, ruina y destrucción de la Tierra debido a los pecados que cometidos por los hombres se derraman a la Creación entera.

Desde este punto de vista, la desaparición de especies biológicas (tal como atestiguan los fósiles) no es solo un proceso ligado al Diluvio universal. A esta concepción se añade la creencia de que la decadencia y degeneración de toda la Naturaleza conduce también a que determinados animales y plantas sean víctimas del proceso de destrucción paulatina del mundo.

De este modo, se salva uno de los problemas que algunos naturalistas observaban: la desaparición de especies en épocas postdiluvianas, como sucederá con el descubrimiento de los restos de grandes Mamuts. En Gran Bretaña, el deseo de conciliar la Biblia y las nuevas teorías sobre la Tierra originadas por la revolución científica, dio lugar en las últimas décadas del siglo XVII a varias interpretaciones “racionales” del relato bíblico, las cuales tuvieron una gran trascendencia en la Europa del siglo XVIII.

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LEANDRO SEQUEIROS SAN ROMÁN nació en Sevilla en 1942. Es jesuita, sacerdote, doctor en Ciencias Geológicas y Licenciado en Teología. Catedrático de Paleontología (en excedencia desde 1989). Ha sido profesor de Filosofía de la Naturaleza , de Filosofía de la Ciencia y de Antropología filosófica en la Facultad de Teología de Granada. Miembro de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Zaragoza. Asesor de la Cátedra Francisco Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia de Comillas. Presidente de la Asociación Interdisciplinar José Acosta (ASINJA).Es autor además, de numerosos libros y trabajos que se ofrecen gratuitamente en versión digital en BUBOK.
    En la actualidad reside en Granada continuando sus investigaciones y trabajos en torno a la interdisciplinaredad, el diálogo Ciencia y Fe y la transdisciplinariedad en la Universidad Loyola e intentando relanzar y promover la Asociación ASINJA que preside. Un nuevo destino después de haber trabajado solidariamente ofreciendo sus servicios de acompañamiento, cuidado y asesoramiento en la Residencia de personas mayores San Rafael de Dos Hermanas (Sevilla).
    La persona de Leandro Sequeiros es un referente de testimonio evangélico, de excelencia académica, de honestidad y rigor intelectual de primer orden. Vaya desde aquí nuestro agradecimiento más sentido por honrar con sus colaboraciones este humilde sitio de KRISIS.

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