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AUSENCIA O AFRENTA DE LA ÉTICA PÚBLICA
En nuestro país, prácticas amañadas vinieron acompañando el comportamiento dirigencial, exponiendo la ética pública a un pronunciado deterioro, déficit o decrepitud.
La mentira, la violencia, la inseguridad personal y patrimonial, la inflación (la más alta en las últimas tres décadas) como la quiebra de normas básicas de convivencia (Vg., sinceridad, respeto, esfuerzo propio, reciprocidad, sentido de lo ajeno, etc.); alumbraron la profunda y masiva incertidumbre que ha ganado el ánimo de los argentinos, subordinado en sus actuaciones públicas y privadas a un gobierno nacional reñido con el orden fundamental (y con sus propias promesas) de la ética y de la Constitución nacional.
Claramente el desorden argentino actual, obedece a un liderazgo dividido y desviado de su representación –de hecho, su legitimidad de origen es notoriamente superior a la legitimidad de ejercicio actual-; lo que ha determinado un enrevesado entresijo de cosas, de falacias y de realizaciones u omisiones, siempre impregnadas de intereses personales, corporativos e ideológicos especulativos en pugna, acentuando la grieta vernácula con un pueblo cautivo, olvidado, humillado, despersonalizado y sometido.
Con una política negando o de espaldas a la realidad del hambre, la inflación, la dignidad jubilatoria, a la pobreza e indigencia y sin respuestas en general, el pueblo poco y nada puede esperar de ningún gobierno o Estado inerme e indolente.
A propósito, descontrolados narcotráficos y crímenes organizados, revelan que el Estado no detentaría los poderes concentrados atribuidos al ejercicio de sus instituciones coercitivas, ni el monopolio de la violencia física y simbólica legítimas; o, inexorablemente, prevalecería la inmoralidad cómplice de mucho funcionario público, legislativo, judicial como de las fuerzas de seguridad, prefectura, gendarmería, etc.
Toda ética pública cuando es vívida, compartida y respetada, conlleva a la formación de noble conciencia ciudadana, pero se enturbia y enferma gravemente por la sucesión -sin solución de continuidad-, de escándalos, corrupción, privilegios e impunidad en el grueso de nuestras autoridades públicas (nacionales-provinciales y municipales).
¿Entonces, cómo continuar ignorando reclamos, poco menos, clamores por prácticas políticas, legislativas y judiciales transparentes, cotidianamente legitimadas por un bienestar general mediante la satisfacción de necesidades físicas básicas, de justicia y equidad?
Urge recrear cultura política autónoma y responsable ante el hartazgo de voces, palabras y figuras que respiran inadvertidamente su fractura esencial, su origen sospechado y el ocaso de su casta, una casta ciertamente caótica, anárquica y privilegiada, ajena a todo control, a toda ética, a todo compromiso y responsabilidad social.
Trazabilidades patrimoniales inexplicables de políticos en general con un empobrecimiento escandaloso igualmente inexplicable del pueblo argentino, podrían facilitar y explicar no solamente tanta desigualdad, sino el mayor riesgo institucional de que cualquier emergente, se convierta finalmente en líder totalitario aupado por fanatismos, opas o colaboracionistas.
Nuestra deuda interna, nuestra inflación, pobreza e indigencia, nuestros desencuentros con su consecuente malestar social, traducen y simbolizan tanto un prolongado fracaso de la política en cuanto tal, cuanto una marcada ralentización democrática; políticas partidarias que nos vinieron confinando a maltratos institucionales, yugos o servidumbres provocados, fundamentalmente, con sus recurrentes fiascos económicos y corrupciones impunes en las últimas décadas.
Resistir democrática y legítimamente -sin más tutelajes ni curadores políticos en general ineptos, probadamente incompetentes desde 1983´-, configurará un decisivo desafío ético y cívico para encontrar -paulatina y progresivamente como pueblo-, alternativas políticas razonables, idóneas, aplicadas y honestas que asuman cabalmente la administración de la cosa pública, actuando servicial, mancomunada, congruente y patrióticamente consistente.

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Gracias por la luz de la palabra. Ahora nos toca a los ciudadanos de a pie poner manos a la obra, no entregarnos y luchar por una democracia real. Sin caudillejos ni relatos, al lado de los más pobres y abandonados por un sistema inicuo del que no se puede esperar nada.