Cientifismo y teismo: dos visiones del mundo (3)

Por Leandro Sequeiros San Román

Richard Dawkins y su cruzada mediática contra su particular idea de Dios

Dawkins dedica gran parte de su vida a organizar su particular cruzada mediática contra Dios. Pero se trata de la idea peculiar que Dawkins sostiene de lo que es Dios. Desde este punto de vista, quien esto escribe también participaría en una cruzada mediática sobre la peculiar idea de Dios que mantiene Richard Dawkins.

Personalmente, me declaro ateo de ese Dios de Dawkins. O de esa imagen caricaturesca y deformada de lo que él piensa que es el Dios del cristianismo. Por eso, hace unos años la revista Concilium tocaba este tema con agudeza: “Ateos, ¿de qué Dios?”

Una de las cosas que parecen haber alimentado la hostilidad de Richard Dawkins hacia la fe el Dios cristiano es su convicción de que, “mientras que la fe científica se basa en la evidencia comprobable públicamente, la fe religiosa no sólo carece de evidencia, sino que además presume de su independencia de la evidencia y la proclama a los cuatro vientos” (Daily Telegraph Science, extra, 11 de septiembre de 1989)

Debemos admitir desde FronterasCTR y desde la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA) que, por desgracia, hay ciertas personas que profesan fe en Dios con puntos de vista abiertamente anticientíficos y oscurantistas que de forma muy comprensible desacreditan la fe en Dios y que hay que deplorar.

Quizá Richard Dawkins haya tenido la desgracia de conocer a una mayoría desproporcionada de ellos. Sin embargo, si nos centramos en científicos e intelectuales que profesan creer en el Dios de Jesús, tal oscurantismo carece de excusa alguna.

Cuando creer va más allá del oscurantismo

El tema de la racionalidad de las creencias va más allá del reconocimiento del oscurantismo de algunos extremismos religiosos. Algunos datos pueden mostrar la relación entre la aceptación de las creencias religiosas (al menos en los ambientes cristianos) y la formación científica o intelectual.

En 1914, el psicólogo James Henry Leuba realizó una encuesta entre 1000 científicos de los Estados Unidos, seleccionados aleatoriamente, a los que preguntó si creían en un Dios personal, que definió así: un Dios en comunicación intelectual y afectiva con la humanidad, esto es, un Dios a quien se puede rezar, esperando recibir respuesta. Entre los que contestaron a la encuesta, el 41,8% respondió afirmativamente, otro 41,5% negativamente, el resto no supo o no quiso contestar. De ahí, Leuba sacó la conclusión de que, a medida que avanzara la ciencia, la fe en Dios disminuiría, y predijo que a finales del siglo XX prácticamente todos los científicos serían ateos.

En el año 1996, Edward J. Larson y Larry Withan repitieron el estudio con las mismas preguntas. Un resumen de los datos y de las conclusiones se publicó en Nature, el 3 de abril de 1997 (volumen 386, páginas 433-436). De estas encuestas infirieron que la proporción de los que contestaban afirmativamente a las preguntas sobre Dios se mantenía en 39,3%, mientras los que contestaban negativamente pasaban a ser 45,3%. Las cifras eran, por tanto, aproximadamente las mismas que ochenta años antes. Como dicen los autores en su artículo, si en 1914 lo sorprendente era el alto número de ateos, en 1996 lo sorprendente fue el alto número de creyentes.

Estas dos encuestas presentan un problema: Leuba y sus imitadores tienden a considerar ateos a todos los que contestaron negativamente a su pregunta. Pero tanto los ateos, como algunos agnósticos, como los indiferentes, además de los que creen en un Dios no personal, se sentirían obligados a contestar negativamente a una pregunta tan específica.

Un estudio más reciente (2009) realizado por The Pew Forum entre 2500 miembros de la American Association for the Advancement of Science (la principal asociación científica norteamericana, que publica la revista Science y copatrocinó la encuesta) obtuvo resultados más detallados con una pregunta diferente.

El 33% de los científicos que respondieron a la encuesta declara creer en un Dios personal; otro 18% cree en un espíritu universal o un poder superior de algún tipo; el 41% no cree en ninguna de las dos cosas; el resto no sabe o no contesta. Un dato adicional de este estudio es que la respuesta negativa se da con mayor frecuencia entre los científicos mayores de 65 años que entre los más jóvenes, y menos entre los químicos y los biólogos que entre los físicos, astrónomos y geólogos.

Para evitar el problema de las encuestas anteriores, que unían a ateos, agnósticos e indiferentes en un cajón de sastre, aquí se hizo una pregunta adicional, que permitía adscribir a los que contestaron a grupos mucho más detallados.

El resultado fue el siguiente: 10% se declaran católicos; 20% protestantes; 8% judíos; 10% pertenecen a otras religiones. El total suma 48%, muy próximo a la suma de los que escogieron las dos primeras contestaciones a la primera pregunta. Por otro lado, 17% se declaran ateos, 11% agnósticos y 20% indiferentes, lo que da un total de 48%, algo más que los que eligieron la tercera opción en la primera pregunta, lo que se explica porque algunos que no contestaron a la primera sí lo hicieron con la segunda.

La conclusión es evidente: el ateísmo, que hacia 1915 creía haber ganado la partida, parece haberse estancado durante el resto del siglo XX y lo que llevamos del XXI. De hecho, los científicos norteamericanos explícitamente ateos siguen siendo minoritarios frente a los creyentes, excepto en la Academia Nacional de Ciencias. En un estudio posterior (1998) de Larson y Witham, cuyo resumen está en Nature (394, p. 313), restringido a los miembros de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, la proporción de creyentes resultó mucho menor (7%).

De aquí se puede concluir que la fe en Dios goza de una relativa buena salud en la comunidad académica en general. Ahora bien, entre los científicos de élite la situación es muy diferente, como mostraba un estudio posterior de los mismos autores, Larson y Witham, publicado en Scientific American en septiembre de 1999.De los científicos más sobresalientes de la Academia de Ciencias estadounidense, el 90% se manifestaba como no creyente, con una proporción del 95% en el caso de los biólogos. Así pues, Atkins y Dawkins pueden argüir que hay una fuerte correlación entre ateísmo y excelencia científica.

Las conclusiones de Fernández Rañada

En la segunda edición del excelente estudio del profesor Antonio Fernández Rañada, “Los científicos y Dios” (Editorial Trotta, 2016) se han actualizado los datos anteriores confirmando las conclusiones de Larson y Witham de 1999. Una síntesis del estudio de Fernández Rañada fue publicado por Miguel Lorente en Tendencias21 de las Religiones. Las conclusiones de Fernández Rañada pueden orientar la tarea de los que nos dedicamos a tender puentes entre ciencia y religión.

El profesor Rañada nos hace caer en la cuenta que en el diálogo ciencia-religión no se limitan los participantes a la mera exposición de datos, sino que aparecen argumentos de carácter filosófico. Por ejemplo, en el apartado “Explicación materialista de las religiones” (paginas 24-30) se refiere a quienes interpretan la religión como un producto de la evolución de las especies, según la opinión de E. Fromm, J. Monod, M. Ruse y R. Dawkins. El punto de vista de estos autores es reduccionista, es decir, solo admiten el conocimiento que proviene de la experiencia sensible y reducen todos los fenómenos a las leyes físico-químicas.

Aquí ha habido una irrupción de la filosofía positivista en el campo de la religión, de la misma manera que el positivismo irrumpió en la ciencia, reduciéndola a datos observables y leyes numéricas. Pero también encontramos en el libro de Rañada un párrafo que sorprende por su visión profundamente teísta: “Filosofía griega, teología medieval y revolución científica” (página 61). Aquí se insiste en la influencia de la filosofía griega y la teología medieval en el nacimiento de la ciencia moderna.

La filosofía griega había insistido en la armonía del mundo, y la teología medieval en la existencia de un Dios creador y racional. Estas interpretaciones de la ciencia están iluminadas por una filosofía que admite la existencia de Dios y el hecho de la creación por un ser inteligente que impone leyes universales a sus creaturas. Estas formas de utilizar una determinada filosofía para criticar la ciencia o la religión nos lleva a plantear el problema epistemológico fundamental para el diálogo ciencia-religión.

Sabemos que la ciencia se apoya en la experiencia sensible y en modelos matemáticos para representar el Universo; pero este método no se puede aplicar al hecho religioso, porque éste no es objeto de una experiencia sensible. Las realidades que presenta la religión son objeto de una experiencia interna que no es repetible (aunque es comunicable a otro sujeto por medio del lenguaje). También se ha indicado que la ciencia hace preguntas sobre el cómo y la religión sobre el porqué y para qué. Luego aparentemente los dos mundos son inconmensurables, en el sentido de que no se pueden comparar ni en el método ni en el objetivo.

Pero la ciencia admite una interpretación y una justificación filosófica que ha dado lugar a una filosofía de la ciencia. De la misma manera, la religión ha sido sometida a un análisis crítico y a una fundamentación filosófica que ha dado lugar a la filosofía teísta y a la teología. Entonces, la filosofía es el puente común que acerca los mundos de la ciencia y de la religión, porque puede responder a preguntas sobre qué es la realidad subyacente a ambos mundos, sobre si existe una relación de causa-efecto entre el Dios de la teología y el mundo de las cosas creadas, y sobre si se puede afirmar que el Creador haya impuesto una finalidad en los seres vivientes. Evidentemente al responder a estas preguntas entra en juego la postura filosófica de cada interlocutor.

Me encantaría que hicieras un comentario. Muchas gracias.

Descubre más desde KRISIS

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo