Despedida de Hans Küng

Por Jerónimo Sánchez Blanco

Línea separadora decorativa de KRISIS
HANS KÜNG (1928-2021)

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E n estos pasados  días de Abril, hemos  tenido conocimiento del fallecimiento del gran teólogo  cristiano Hans Küng, cuya obra  ha contribuido  en gran medida a fortalecer la reflexión y la  conciencia  de muchos cristianos. En estos momentos, en el que ha  abandonado  esta vida  y entrado en  el misterio de la vida eterna,  compartiendo el sufrimiento y la muerte de todos los seres  humanos  que le han precedido, es oportuno  recordar  las palabras que dejó escritas  en las últimas páginas de su obra ¿Vida Eterna?. Constituyen  una despedida y una declaración de principios brillante de la que debemos estar sumamente agradecidos, y que en su homenaje le recordamos:

«¿Que significa creer en una consumación en la vida eterna por obra del Dios que se ha manifestado en Jesús de Nazaret?.
Creer en la vida eterna significa que yo me fio con confianza razonable, fe ilustrada y esperanza probada de lo siguiente: de que un día seré plenamente comprendido, liberado de la culpa y definitivamente aceptado y ahora puedo vivir sin angustia, y de que mi enmarañada y ambivalente existencia, como en general la ambigua historia de la humanidad, adquirirán una transparencia definitiva y la pregunta por el sentido de la historia, recibirá también definitiva respuesta. De modo que no tengo que limitarme a creer con Marx, en el reino de la libertad, aquí en la tierra, con Niestzsche, en el eterno retorno de lo mismo. Tampoco necesito con Jacob Burckhardt, contemplar la historia en una actitud estoico-epicúrea desde la distancia de un escéptico pesimista. Y mucho menos necesito, con Oswlad Spengler, deplorar desde el ángulo de la crítica de la cultura, tanto la decadencia de Occidente, como la de nuestra propia existencia.
No; creyendo en la vida eterna, puedo trabajar con tanto sosiego como realismo por un futuro mejor, por una sociedad mejor, incluso por una Iglesia mejor, en paz, libertad y justicia, sin caer en el terror de los violentos “benefactores del pueblo”, y al mismo tiempo saber,fuera de toda ilusión, que todo eso, puedo conseguirlo siempre el hombre, pero nunca realizarlo plenamente.
Creyendo en la vida eterna, sé que este mundo no es lo definitivo, que la situación no permanecerá así eternamente, que todo lo existente -incluidas las instituciones y autoridades religiosas y políticas- tiene carácter transitorio, que la división en clases y razas, pobres y ricos, dominadores dominados, es provisional, que el mundo, en fin, está sometido a la transitoriedad y al cambio.
Creyendo en la vida eterna, me es posible en todo momento, dar sentido a mi vida y a la de los demás. La incesante evolución del cosmos, adquiere sentido partiendo de la esperanza de que sólo en la gloria de Dios, se alcanzará la verdadera plenitud del individuo y de la sociedad humana; más aún, la liberación y glorificación de la creación, cubierta ahora por las sombras de la transitoriedad. Sólo entonces, los conflictos y dolores de la naturaleza, serán superados y sus anhelos saciados. Sí, “toda alegría quiere eternidad, profunda, profunda eternidad”: aquí y sólo aquí, pues, es verdaderamente absorbida la canción del Zaratustra de Nietzsche. Yo sé, que según las enseñanzas del apóstol Pablo, que también la naturaleza participa en la gloria de Dios: Pues, la ansiosa espera de la creación, anhela vivamente la revelación de los hijos (e hijas) de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad (…) en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción, para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos, gemimos en nuestro interior, anhelando la adopción filial, el recate de nuestro cuerpo.
Creyendo en el Dios que se ha manifestado en Jesús de Nazaret, debo dar por sentado que no puede haber verdadera plenitud y verdadera felicidad de la humanidad, si de ellas no participan no sólo los de la última generación, sino todos los hombres, incluidos los que han sufrido, llorando y sangrando en el pasado. No es un reino humano, sólo el Reino de Dios es el reino de la plenitud; el reino de la salvación definitiva, de la justicia cumplida, de la libertad perfecta, de la verdad inequívoca, de la paz universal, del amor infinito, de la alegría desbordante, en suma, de la vida eterna.
Vida eterna, esto es, liberación sin nueva esclavitud. Mi sufrimiento, el sufrimiento del hombre, está superado; ha acontecido la muerte de la muerte; entonces podrá cantarse “una nueva canción, una mejor canción” (Heine). La historia ha alcanzado su meta,la humanización del hombre se ha cerrado. El Estado y el derecho, como también la ciencia,el arte, la teología, se han vuelto realmente superfluos, como Marx esperaba. Esta es la auténtica trascendencia (Bloch), la realmente otra dimensión (Marcuse), la verdadera vida alternativa.
Ya no imperará el “tú debes”, la moral, sino el “tú eres”, el ser. Ya no será la relación distanciada, la religión la que determine la relación Dios-hombre, sino la manifiesta unificación de Dios y el hombre soñado por la mística.
Ya no tendrá vigencia el reinado de Cristo del tiempo intermedio, bajo el signo de la cruz, de la fe, de la Iglesia, sino directa y exclusivamente. Para dicha de una nueva humanidad, el reinado de Dios. Sí; Dios mismo reinará en su reino, al que también Jesucristo, el Hijo, está subordinado y ordenado, según aquella otra gran palabra de Pablo: “Y cuando el universo le quede sometido, entonces también, el Hijo se someterá al que se lo sometió, y Dios lo será todo en todo.”
Dios todo en todo. Yo puedo, abandonándome a la esperanza de que en el ésjaton, en la último, en el Reino de Dios, será superado el extrañamiento del Creador y criatura, hombre y naturaleza, logos y cosmos, como también la división más acá y más allá, arriba y abajo, sujeto y objeto. Entonces Dios estará no sólo en todo, como ahora, sino verdaderamente todo en todo, transformándolo todo en sí mismo y dando a todos, parte en su vida eterna, en ilimitada, infinita plenitud. Pues -como dice Pablo en la carta a los Romanos- “ de él y por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos!
Dios todo en todo. Nadie podrá expresarlo mejor, me parece, que el vidente del Apocalipsis, en las últimas páginas del Nuevo Testamento. Allí presentadas, en extraordinaria forma poética (entramado de liturgia cósmica, júbilo nupcial y plácida felicidad), se encuentran unas frases de promesa y esperanza, con las que quisiera concluir estas lecciones sobre la vida eterna:”Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar (lugar del caos) no existía ya. Y vi bajar del cielo, junto a Dios, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará con ellos y ellos serán su pueblo; Dios en persona estará con ellos y será su Dios. Y enjugará las lágrimas de sus ojos; ya no habrá muerte ni luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes, ha pasado.”. De modo que no sólo habrá vida y su reinado nuestro reinado. “Lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Noche no habrá más, ni necesitarán luz de lámpara o de sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos y serán reyes por los siglos de los silos.”»1 Ref.KÜNG, Hans. Hans Küng. ¿Vida Eterna?. Trotta. Madrid. 2000. Págs.:376-379.









Jerónimo Sánchez Blanco, es Doctor en Derecho, Licenciado en Ciencias Políticas y Ex Diputado Constituyente.
Vaya desde aquí nuestro más sentido agradecimiento por honrarnos con sus colaboraciones.

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