En estos tiempos de incertidumbre, velocidad informativa, liquidez de las relaciones sociales (BAUMAN, Zygmunt.), individualismo y de escasa responsabilidad social y participación directa de la ciudadanía en los asuntos públicos, no tiene nada de extraño que los ciudadanos respondamos, yo mismo lo hago en muchas ocasiones, con “emociones reactivas negativas”.
No es ningún descubrimiento constatar que las emociones reactivas negativas son algo natural y forman parte de nuestro caudal cotidiano de conductas. Nadie puede considerarse libre de haber reaccionado alguna vez en su vida con desagrado, antipatía, asco, repulsa, indignación, desaprobación, enfado, resentimiento, ira, cólera, rabia y odio. Las emociones, querámoslo o no, ya sean negativas o positivas, no solo colorean e incluso modelan nuestros pensamientos, sino que además están en la base de lo que mostramos en nuestras conductas. Nuestras relaciones sociales nunca son neutrales emocionalmente. Somos en primer lugar seres sintientes y cuando las emociones se hacen duraderas e incluso permanentes, transformándose en sentimientos, se constituyen en el caldo de cultivo o en el abono con el que nacen los valores personales o también nuestras tendencias a comportarnos de una determinada manera, que es lo que conocemos como actitudes.
Todo esto lo saben muy bien los publicistas, propagandistas y profesionales del marketing, cuya misión consiste en hacer que deseemos determinadas cosas o prefiramos determinadas opciones, sin que cuestionemos o reflexionemos sobre la racionalidad de nuestros deseos y definitivamente actuemos y tomemos decisiones guiados por el impulso emocional. Y también lo saben muy bien nuestros líderes políticos y sus gabinetes de asesoramiento electoral, porque lo verdaderamente importante para ellos es el resultado final y si para conseguir el éxito hay que sacrificar la racionalidad, pues se introducen en el proceso electoral todos los mensajes y acciones necesarias que provoquen sentimientos de adhesión a su candidatura y de repulsa a la adversaria y todo ello sin ningún escrúpulo moral, porque lo auténticamente importante es conseguir la victoria electoral al precio que sea. De hecho y como dice Yuval Noah Harari en su última obra «21 lecciones para el siglo XXI» las elecciones y los referéndums tienen más que ver con los sentimientos que con la racionalidad humana y si la Democracia parte del principio que todos los seres humanos sin excepción tienen derecho a elegir libremente a quien consideren conveniente. da igual que el voto sea más o menos racional, lo emita una catedrática, un banquero, una empleada o un joven estrenando su mayoría de edad, porque al final van a ser las emociones y los sentimientos personales los que tendrán la última palabra.
En esto consisten las Campañas Electorales. Lo verdaderamente importante, no es que los mensajes sean producto de una argumentación racional basada en hechos probados y verificados, lo importante es que esos mensajes sean útiles, eficaces y eficientes para que la decisión del electorado vaya en la dirección que se le está señalando. Se trata en suma de que los ciudadanos voten a mi opción y si para ello tengo que mentir, denigrar, humillar, ridiculizar, exagerar, distorsionar, presumir, reir, llorar y poner el foco solo y exclusivamente en los reales o supuestos defectos del adversario pues se hace y en paz. Ejemplos de estos comportamientos hay muchísimos. Sin embargo, lo que más me llama la atención, es que estas formas de comportarse se den el seno de una misma organización, algo que hemos podido comprobar en nuestro país y “para muestra basta un botón” en la campaña de las pasadas Elecciones Primarias del PSOE, en las que a Pedro Sánchez le llovieron tortazos e insultos casi por todos los lados, especialmente aquí en Andalucía y por parte de los antiguos dirigentes de su propio partido, que como suele suceder en casi todas las organizaciones, se presentaron como los únicos y exclusivos guardianes capaces de proteger las esencias del patrimonio ideológico y político de la organización. Pero este ejemplo que para mí es paradigmático, no funcionó de acuerdo con la lógica habitual de las campañas de calentar al auditorio para que grite, vocifere, aplauda o se oponga, o de sacar en procesión a los santos de su iglesia, ya que el resultado fue exactamente el contrario y las bases militantes respondieron con una opción completamente diferente a la que por lógica organizativa se esperaba.
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues es sencillo y mi autor de referencia Edgar Morin, lo aclara muy bien cuando habla del concepto de «ecología de las acciones» que dice básicamente que cuando una acción, cualquiera que sea, se ha iniciado, se integra siempre dentro de un contexto y de un ambiente de interdependencias y recursiones, interactuando en diferentes dimensiones y ámbitos, pudiendo dar lugar a que la acción inicialmente emprendida produzca los efectos contrarios esperados con la misma. Pero, además, con la provocación e inducción de emociones reactivas negativas, no solamente se puede dar lugar a resultados inesperados, sino lo que es muchísimo peor: estar legitimando y naturalizando que es ese y no otro el lenguaje y el método que hay que utilizar aunque sea en los momentos finales de las campañas. De esta manera, aunque se declaran siempre buenas intenciones, lo que en realidad se hace es abonar el campo del odio total e inmisericorde al adversario no dejándole posibilidad alguna de razón o de acierto y de aquí a la justificación de agresiones y violencia solo hay un pequeño paso.
¿Y como luchar o combatir esto? ¿Cómo conseguir que nuestras reacciones emocionales negativas que se expresan en los más diferentes tipos de filias y fobias nos impidan pensar crítica y racionalmente? Pues la respuesta también es sencilla, como dice “Pepe” Mujica, el expresidente de Uruguay, solamente con tres cosas: “Educación, Educación y Educación”. Y la Educación, especialmente en sus aspectos de pensamiento crítico, de Filosofía, de Ciudadanía y de Derechos Humanos nunca interesó, ni interesa a los llamados partidos conservadores o de derecha, como en el fondo tampoco, a aquellos dirigentes incapaces de desaparecer del escenario político y de la necesidad de estar pontificando de por vida. Y como muestra, otro botón: ¿Por qué creéis que al gobierno del PP se le ocurrió por medio de su ministro Wert eliminar como obligatoria la Filosofía en los programas curriculares de Secundaria y Bachillerato o la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos? ¿Por qué el PP montó toda aquella campaña contra la Educación para la Ciudadanía en alianza con la Iglesia Católica acusando al Gobierno de Zapatero de adoctrinar y de “ideología de género”? Sencillo también: las ideologías conservadoras, tradicionalistas, neofascistas y supuestamente centristas que alimentan a los partidos políticos de derechas, y en nuestro caso al PP y a su franquicia de Ciudadanos, siempre preferirán que no nos hagamos preguntas y que aceptemos como natural y “querido por Dios” el (des)orden social establecido.