EL PENSAMIENTO COMPLEJO: Edgar Morin (2)

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Por Leandro Sequeiros San Román y José Luis San Miguel

Edgar Morin cumple 100 años el 8 de julio. Por eso es necesario recuperar su legado. En las fronteras de las ciencias, de las tecnologías y de las religiones se está configurando un modelo de universo complejo. Este modelo presupone una realidad múltiple, contradictorio-complementaria, danzante y fluyente, una Naturaleza heraclitiana. Pero ¿quién puede asegurar que sigue siendo así en profundidad? ¿Es múltiple y compleja la raíz más honda de lo Real? ¿Es múltiple y complejo lo Real-en-sí? ¿Se equivocaron Parménides y los Upanishad? Con ocasión del centenario del nacimiento de Edgar Morin recuperamos que en sus escritos está hoy suministrando una descripción magistral de lo que la tradición hindú de la Vedanta Advaita denomina Maya, la Gran Ilusión Cósmica. Pero lo Real, Lo Simple, sigue oculto tras el velo. Una de las corrientes sobresalientes del pensamiento contemporáneo ha conducido, en la línea de Bergson, Whitehead y el mismo Teilhard de Chardin, a la superación del racionalismo reduccionista de tradición cartesiana por un nuevo paradigma holístico, al que Edgar Morin ha contribuido desde el enfoque sistémico de la complejidad.

Edgar Morin impulsa el pensamiento complejo

Edgar Morin ve el mundo como un todo indisociable, donde el espíritu individual de los individuos posee conocimientos que son ambiguos, desordenados, que necesitan de acciones retroalimentadoras y proponen un abordaje que se da de manera multidisciplinaria y multirreferenciada para lograr la construcción del pensamiento. El cual, se desarrolla con un análisis profundo de diversos elementos que componen a la certeza.

Estos elementos, son los que se basan en la complejidad que se caracterizan por tener muchas partes que forman un conjunto intrincado y por lo tanto, son sumamente difíciles de conocer.

En los últimos tiempos se está extendiendo el uso del término Ciencias de la Complejidad para referirse a todas las disciplinas que hacen uso del enfoque de sistemas. El ordenador es la herramienta fundamental de las ciencias de la complejidad debido a su capacidad para modelar y simular sistemas complejos.

Con posterioridad y en un análisis más profundo, la complejidad también se presenta con trazos inquietantes de confusión, desorientación, desorden, ambigüedad, incertidumbre, y de ahí la necesidad para poder hacer un mejor manejo del conocimiento.

Morin manifiesta que la innovación presupone una cierta desorganización y relajamiento de tensiones estrechamente vinculados con la acción de un principio reorganizado.

Se opone al aislamiento de los objetos del conocimiento, los restituye a su contexto, los reinserta en la globalidad a la que pertenecen.

Esta introducción nos permite acceder y comprender mejor este artículo:    

Edgar Morin: del universo complejo a la realidad velada

Una reflexión sobre la complejidad y el difícil acceso a la realidad publicado en Tendencias21 (19 de mayo 2007) ayuda a comprender algunos de los aspectos de su concepción del mundo. Los sociólogos coinciden en afirmar que los inicios del siglo XXI están haciendo añicos todas las simplificaciones, todas las “simplezas”, y frente a este hecho indiscutible, nada pueden los fundamentalismos.

Sin embargo, lograr la mayor simplificación posible para mejor comprender y controlar la realidad, fue desde el siglo XVII –y más concretamente desde Descartes– un objetivo prioritario de la Ciencia. El Discurso del Método del filósofo francés estableció un programa que se ha intentado llevar rigurosamente a cabo. “Con notable éxito”, suele añadirse… aunque motivos no faltan para poner en duda el comentario.

Recordemos los párrafos centrales: “…[se debe] dividir cada una de las dificultades que se examinan en tantas partes como sea posible, a fin de resolverlas mejor. Conducir ordenadamente el pensamiento, empezando siempre por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender luego, paso a paso, gradualmente, hasta el conocimiento de los objetos compuestos. Hacer siempre recuentos tan completos y revisiones tan generales que se llegue a estar seguro de que nada se ha omitido…”

Esas largas cadenas de razonamientos simples y fáciles, de que suelen servirse los geómetras para llevar a buen término sus más dificultosas demostraciones, conducen a suponer que todas las cosas que pueden ser objeto de conocimiento humano se siguen de la misma manera, y que, con tal de abstenerse de dar por verdadera ninguna que no lo sea y de respetar siempre el orden necesario para poder deducir las unas de las otras, no puede haber cosa alguna tan remota que no se pueda llegar a ella, ni tan escondida que no pueda ser descubierta.

Procediendo tal como recomienda Descartes, se han alcanzado, qué duda cabe, resultados espectaculares: los análisis químicos han permitido conocer la composición exacta de las sustancias compuestas, con el resultado de un gran desarrollo de la industria química y farmacológica; la desintegración controlada de los núcleos atómicos en sus partículas constitutivas ha hecho posible disponer de la energía contenida en la materia; el descubrimiento de que esas partículas no son exactamente “elementales” y que a su escala no rigen los mismos supuestos que a la escala macroscópica ha dado nacimiento a la segunda gran rama de la física, la cuántica (si bien justamente ahí al cartesianismo se le han presentado serios problemas).

Una nueva perspectiva de la ciencia

Entre tanto, la vida era también objeto del asalto analítico: plantas y animales han sido diseccionados, individuos han sido aislados de su entorno para estudiar sus modificaciones –o provocarlas– y poder utilizarlos mejor como piezas de la cadena productiva; los factores moleculares esenciales de la transmisión genética, el ADN y el ARN, han sido identificados y manipulados.

Todo ello ha permitido desarrollar, a una escala antes inimaginable, la industrialización agropecuaria. Una metodología estrictamente analítica es, pues, lo que ha posibilitado el despliegue explosivo de la civilización tecno-industrial, y el que un número de seres humanos que supera ya los seis mil millones pueda, bien que mal, alimentarse… y seguir aumentando.

La mente misma, junto con sus instrumentos internos, ha sido analizada también, siguiendo el método cartesiano. Se ha considerado la cognición como una mera composición de sensaciones puntuales, el psiquismo como el epifenómeno resultante de la integración de multitud de pulsiones eléctricas generadas en las neuronas, el discurso –base de la comunicación y del pensamiento verbalizado– como una combinación, más o menos enrevesada, de elementos sintácticos asociados a signos convencionales.

En todos los ámbitos, las aproximaciones sintéticas eran tenidas por sospechosas de encubrir peligrosos intuicionismos e irracionalismos, ya que “racionalidad” y “capacidad de análisis” habían llegado a ser sinónimos.

En lo que se refiere a las síntesis a posteriori, a la posibilidad de recomponer lo previamente deconstruido, ciertamente se valoraban (¡ahí es nada, re-crear el mundo una vez que se ha entendido!), pero surgía un problema y es que muy pocas cosas podían ser verdaderamente reconstruidas, ni siquiera a nivel cognitivo, después de haberlas desintegrado.

“Algo” (¿la vida, el sentido…?) se perdía inevitablemente en el proceso de análisis. Llama, por cierto, la atención la notoria dificultad que encontramos en el especializado mundo de la biología, en dar con una definición satisfactoria de “vida”.

El programa cartesiano exigía, para su puesta en práctica, el descrédito y la marginalización de las voces discordantes. Voces que hablaban de desconexión, de insensibilidad, de cierre de las vías cognitivas no analíticas…



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