Por Leandro Sequeiros San Román


La intuición del valor de la ciencia en Ignacio de Loyola
Ya desde sus inicios, en los tiempos del fundador, Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús tuvo un sesgo intelectual. La Compañía de Jesús nació con una mirada hacia las culturas emergentes. Y siempre procuró estar en los debates culturales y científicos de la modernidad. La emergencia del protestantismo exigía armas intelectuales, más que de fuego, para defender la fe. Y desde el inicio, esa presencia de los jesuitas fue muy significativa en los medios científicos.
Esta vocación científica ha estado presente durante siglos. El profesor Agustín Udías, en su excelente monografía Los jesuitas y la ciencia. Una tradición en la Iglesia (Mensajero, 2014) dedica unas páginas a la ingente labor de algunos jesuitas naturalistas en América, pero al ser una obra de conjunto no pudo detallar demasiado. Si se revisan las fuentes bibliográficas, sorprende que son muchos los estudios históricos sobre la obra científica (sobre todo como naturalistas) de los jesuitas en el Nuevo Mundo.
En el siglo XX y en los albores del siglo XXI el interés por estar presentes de forma interdisciplinar en el mundo científico ha sido una constante de la Compañía de Jesús. En los años setenta del siglo pasado, un grupo de jesuitas españoles iniciaron un camino de diálogo entre las ciencias, la filosofía y las tradiciones religiosas. Poco a poco cristalizó en la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA). Que toma nombre de este jesuita castellano que pasó gran parte de su vida en lo que se llamaba el Gran Perú. Desde entonces se han editado más de 40 volúmenes de las Jornadas Anuales.
La intuición inicial del jesuita y matemático Alberto Dou (1915-2009)
ASINJA, como Asociación Civil, nace hace 43 años impulsada por los vientos de un grupo de jesuitas, profesores entonces en Universidades Públicas. Tal vez se deba a Alberto Dou (1915-2009) la feliz iniciativa. Pero tengamos en cuenta que ASINJA se inserta en la tradición científica interdisciplinar de la Compañía de Jesús.
En esa convocatoria al debate intelectual hay que colocar a ASINJA. Pero acerquémonos a los últimos años. En los documentos recientes de la Compañía, la ciencia (entendida en un sentido amplio como conocimiento racional que se infiere de la investigación y el estudio) no está ausente. La XXXI Congregación General de la Compañía de Jesús, de 1965, dedica uno de sus Decretos (el número 29) al trabajo y a la investigación científica, a fin de exhortar a la dedicación en este campo. Se trata de estar presentes en los cambios culturales del mundo contemporáneo con el espíritu del Concilio Vaticano II, que estaba acabando.
Tal vez de la llamada del Papa Pablo VI a luchar contra el ateísmo y este Decreto 29 de la Congregación General XXXI de 1965, marcan el embrión de lo que luego sería ASINJA.
El texto del decreto 29 (CG XXXI) comienza por recordar la importancia de ello:
Años más tarde, la Congregación General XXXIV de la Compañía de Jesús (celebrada en el año 1995), en su Decreto 16 alude a la tradición intelectual y a la presencia de los jesuitas en ambientes intelectuales. Esto implicaba una sólida formación universitaria junto a una profunda espiritualidad. Y además, esto no es una tarea de unos cuantos, sino una dimensión transversal de la Misión de la Compañía. Y esta Misión no puede separarse de la promoción de la justicia, la ecología y la espiritualidad.
Evangelización desde la realidad natural y científica
Los jesuitas que fueron a América y los que más tarde entraron en la Compañía, valoraron en gran manera las culturas, las tradiciones y los valores de los dueños de América.
Muchos dedicaron parte de su vida al conocimiento y la investigación. Y son frecuentes los trabajos de investigación sobre estos temas.
Así, en profesor Eduardo G. Ottone ha publicado muchos trabajos referidos a las aportaciones geológicas de los jesuitas Más modernamente, en estos últimos años, el profesor Miguel León Garrido ha publicado diversos trabajos científicos sobre el avance de los conocimientos geológicos y paleontológicos de los jesuitas en América. Y en Argentina se han editado textos manuscritos de jesuitas naturalistas que se creían perdidos y la profesora Maria S. Justo en Paraguay investiga la obra naturalista de los jesuitas, así como el profesor Fermín del Pino, que ha publicado muchas cosas sobre jesuitas naturalistas. Pero sobre todo, destaca la monografía editada en 1989 por la entonces Dirección General del Medio Ambiente, José Sánchez Labrador y los naturalistas jesuitas del Río de la Plata.
Pero ahora acaba de editarse este libro que vamos a comentar:
Ignacio Núñez de Castro, La quina, el mate y el curare. Jesuitas naturalistas de la época colonial. Prólogo de Fernando García de Cortázar. Ediciones Mensajero, Bilbao, 2021, Colección Jesuitas, número 12, 262 páginas, ISBN: 978-84-271-4582-5
El presente estudio profundiza y amplía estos trabajos con nuevos datos inéditos y sistematiza la obra naturalista de los jesuitas en el Nuevo Mundo. Los primeros jesuitas, fieles a su misión evangelizadora y educativa, llegaron en 1562 a la América dependiente de la Corona de España. Durante 200 años, hasta su expulsión por Carlos III en 1767, los jesuitas hicieron una gran labor misionera en el Nuevo Mundo. Pero también defendieron a los indígenas americanos e desarrollaron una gran labor como naturalistas. Está demostrado que, tanto Humboldt como Darwin bebieron en estas fuentes para elaborar sus hipótesis sobre la distribución y evolución de plantas y animales en América. De ahí la importancia hoy de estas fuentes, algunas de ellas todavía inéditas.
Este estudio del profesor Ignacio Núñez de Castro ofrece una narración amena, novedosa y profunda. El autor, jesuita y catedrático jubilado de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Málaga ha visitado en Latinoamérica muchos de los lugares citados en el texto de este documentado estudio. El presente libro, dedicado al papa Francisco, incluye un prólogo del jesuita historiador Fernando García de Cortázar, y pretende rescatar del olvido a una parte de la historia de la ciencia. Al final, ofrece una bibliografía muy actualizada y completa y unos índices onomásticos excelentes que permiten seguir el rastro a todos los nombres citados.
Jesuitas en el Nuevo Mundo durante 300 años
No hay duda de que la expulsión de la Compañía de Jesús de España y de sus colonias a mediados del siglo XVIII propició la aparición de un nuevo género literario, conjunto de historia civil y natural, llevado a cabo en Europa por una pléyade de jóvenes jesuitas expulsos. Sobre ellos existe abundante bibliografía. Pero no son tan conocidos muchos jesuitas que dedicaron parte de su tarea evangelizadora desde 1562 a la observación minuciosa de la naturaleza, a la anotación de datos, a la elaboración de hipótesis explicativas, al desarrollo de una metodología científica moderna y a la redacción y – cuando fue posible – a la publicación de sus resultados.
Desde el comienzo, los jesuitas en el Nuevo Mundo dedicaron muchos esfuerzos a la evangelización a través de colegios y universidades. Llevaron a América miles de libros que enriquecieron las primeras bibliotecas. Y desde el Nuevo Mundo los jesuitas difundieron conocimientos y experimentaron remedios médicos indígenas basados en plantas americanas.
Estructura del estudio
El volumen que comentamos se estructura en ocho capítulos que vertebran los contenidos. El primer capítulo se dedica a los primeros naturalistas jesuitas en América, los padres José de Acosta (el naturalista jesuita más brillante y al que se considera padre de la biogeografía) y Bartolomé Cobo. Cuatro capítulos se centran en la labor botánica de los jesuitas y sobre todo a las plantas medicinales: la quinina, la yerba mate y el curare.
El capítulo segundo describe los primeros herbarios (el hermano jesuita Pedro de Montenegro, el hermano Johannes Steinhöffer, el padre Segismundo Aperger, el hermano Georg Kammel (al que se dedica la Camelia). El tercer capítulo se centra en los estudios sobre la quinina y sobre la yerba mate. El cuarto capítulo describe los descubrimientos botánicos de los jesuitas en los grandes ríos: Amazonas, Orinoco y Magdalena (los padres Cristóbal de Acuña, José Gumilla y Antonio Juliá)
En una segunda parte, los últimos cuatro capítulos se centran en la labor de los jesuitas naturalistas que fueron expulsados de América. Unos desarrollaron su apostolado en el Gran Chaco (los padres Pedro Lozano y José Solís y en especial José Sánchez Labrador, capítulo 5), y sobre todo el chileno Juan Ignacio Molina (capítulo 8), a quien se considera inspirador de algunas de las ideas de Humboldt y de Darwin.
En resumen: un estudio riguroso que da a conocer muchos aspectos de la obra naturalística de los jesuitas en el Nuevo Mundo. Como ha puesto de manifiesto en 2016 el Académico de la Historia argentino Miguel de Asúa, “fueron los misioneros jesuitas los que en su proyecto de escala continental proporcionaron la primera imagen consistente de la naturaleza americana”.
Referencia