KRISIS recomienda. Diccionario de las pasiones políticas: EL ODIO (1)

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Con el presente artículo continúo la nueva serie de publicaciones de KRISIS con las que pretendo destacar y ofrecer aquellos textos que me parecen de sumo interés para comprender la complejidad tanto de nuestras sociedades como la del propio ser humano.
Muchos de ellos, son replicaciones de publicaciones que me han interesado especialmente y que están disponibles en la Web. Otros son reelaboraciones de viejos escritos personales que almaceno desde hace décadas. Y finalmente también ofreceré breves reseñas y comentarios de viejos libros que han marcado mi devenir intelectual y personal.
Evidentemente todos ellos están vinculados y contribuyen significativamente al desarrollo y expresión de los objetivos de KRISIS, un espacio virtual para la Educación y el Desarrollo de la Conciencia.

Contra el odio

Diccionario de las pasiones políticas:
EL ODIO (1)

Por José Antonio Marina1 Ref.El presente artículo es una réplica del original publicado en la Web del autor el pasado 20 de enero del presente año 2023

Según Heródoto, la historia es una sucesión de venganzas. Si tuviera razón, puesto que el odio es el motor de la venganza, sería también el principal motor de la historia. Sin llegar a tales extremos, nadie puede dudar de que esa pasión está en el origen de muchos enfrentamientos, movilizaciones y violencias. Es, por lo tanto, un tema esencial para la PsicohistoriaLucien Febvre, uno de los fundadores de Annales creía que habría que escribir una historia del odio, dada su importancia histórica. En mi Archivo hay numerosas y desordenadas referencias a ella, que me gustaría organizar algún día.

¿Qué sé sobre el odio? Lo estudié en tres momentos de mi vida. Cuando escribí El laberinto sentimental (1996), el Diccionario de los sentimientos (1999) y la Biografía de la inhumanidad (2021). El término “odio” activa un enorme campo semántico que las distintas lenguas recogen muy bien, no en vano son en cierto modo un gigantesco depósito de la experiencia de la sociedad. En el caso del léxico emocional son el resultado de un minucioso y tenaz esfuerzo para analizar nuestra experiencia afectiva.

El odio es un sentimiento reactivo provocado por la aparición de algo repugnante, dañino, que amenaza el bienestar o la integridad del sujeto. Desencadena un movimiento en contra y un deseo de alejamiento o de aniquilación. Este dinamismo destructor o agresivo lo relaciona con la ira. Enojo significa “enfado”, pero etimológicamente procede de in odio esse. Por su parte, enfado significo primero “aburrimiento, pero ahora significa “ira”. En francés, haine significa “odio”, pero avoir la haine significa “estar furioso, encolerizado”. Tiene la misma raíz germánica que el inglés hate, que significa “aversión apasionada, enemistad”. El castellano odio procede del indoeuropeo od-, de donde derivan el griego odussomai, “irritarse” y el anglosajón atol, “cruel”. El hilo que une a todas es ir contra algo.

El castellano recoge bellamente el proceso que lleva al odio. La ira provocada por una ofensa, una injuria o una humillación busca desahogarse mediante la venganza, un deseo de hacer daño al culpable. “La ira es apetito de venganza con incandescencia del cuerpo”, define Tomás de Aquino. El tema de la venganza ya lo traté en una monografía. Cuando este desahogo no es posible esa cólera se estanca, se encona (se corrompe, se infecta como las heridas), y se convierte en rencorpalabra que deriva de “rancio” y que significa “ira envejecida”, “odio”. Juan Luis Vives en el análisis de las pasiones que hace en su De Anima corrobora la tesis del diccionario: “El odio es el enojo enraizado que hace que uno desee causar daño grave a aquel en quien recae la creencia de que nos ofendió”. La diferencia entre la ira y el odio es la extensión en el tiempo; “se acrecienta y confirma el odio con la ira frecuente, por lo que algunos dijeron que el odio no era sino una ira crónica”.

“El odio puede basarse en prejuicios aprendidos culturalmente, sin ningún tipo de experiencia directa que lo funde. Así funciona el odio al judío, al hereje, al homosexual, etc.”

Esa concepción del odio remite a un deseo, a la futura venganza. Pero hay otra versión léxica más íntima y compleja: el resentimiento, “resentimiento”, que subraya la presencia permanente de la herida. Es un sentimiento que hace presente el pasado, que no descansa. En ruso se denomina  zlopamiatstvo, “memoria del mal” (Jankélévitch). El Petit Robert da una precisa descripción: “Es el hecho de acordarse con animosidad de los males o daños que se han padecido (como si se los “sintiera” todavía)”. Va unido, según María Moliner, a la amargura, que puede teñir toda la visión del mundo del resentido. Por eso, dice Scheler que es un “sentimiento tóxico”. Se diferencia del odio en la conciencia más expresa de la permanencia del recuerdo, porque implica también un sentimiento e impotencia para vengarse, y porque deriva directamente de la experiencia. En cambio, el odio, como veremos, puede basarse en prejuicios aprendidos culturalmente, sin ningún tipo de experiencia directa que lo funde. Así funciona el odio al judío, al hereje, al homosexual, etc. En este complejo campo semántico -ofensa, ira, odio, deseo de venganza, rencor, resentimiento- hay que incluir todas las fobiasen las que pueden mezclarse también la repugnancia y el miedo, y una modalidad de la furia -la indignación- cuyo desencadenante es la percepción de un injusticia. Este enlace con la justicia es relevante, porque permitía a los moralistas escolásticos  distinguir entre una ira pecado capital  y una santa ira, y esta diferencia se extendía a la venganza, considerada como una restitución, como una restauración de la justicia. Lo traté en Pequeño tratado de los grandes vicios y en la monografía sobre la venganza.

El odio se da en muchos escenarios. Hay un odio íntimo, de persona a persona, fomentado por el desengaño, la traición, o el fracaso. Como ha escrito Jacqueline de Romilly, “es el dominio privilegiado del odio y del odio peor, el que se da entre próximos”. (La haine et la inimitie en Homere”). En Antígona, Creonte se deja llevar por el odio a su hijo Hemón, al que conduce a la muerte. En Medea, Eurípides cuenta el paso del amor apasionado al odio devastador. “En el teatro clásico el odio es “una herida de amor” que revela la falta, la ausencia, el desarreglo, y su poder de destrucción. Es una manera de recordar a la ciudad las normas que el pobre mortal desprecia, sometido a las pasiones. De ahí el lamento de Medea: ¡Ah que mal pueden causar los amores humanos” (v. 331)! Aparece así la relación entre amor y odio. La persona amada está en situación de herir más profundamente por su desamor o su traición.

“La postura ante Schmitt sirve como test de urgencia para separar la política ancestral de la política ilustrada”

En este post solo voy a mencionar una de las redes que derivan del odio; su relación con la política. El primer “chivato” que se activa en mi memoria me dirige a Carl Schmitt, para quien la estructura básica de la relación política es la oposición amigo/enemigo.  El enemigo es «el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo». Es, en suma, hostis. En segundo lugar, el enemigo schmittiano se equipara a la idea de hostilidad. Y «enemigo es en suma hostis» como criterio definidor del ellos colectivo: «enemigo es… un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo». afirma que «es constitutivo del concepto de enemigo el que en el dominio de lo real se dé la eventualidad de una lucha», que es lucha armada, sea «lucha armada entre unidades políticas organizadas» (guerra) o «en el seno de una unidad organizada» (guerra civil). Lo cual significa concebir el antagonismo como potencial violencia porque, en verdad, «los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y se mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente» «los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse… en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos», pues «no estamos hablando de ficciones»(El concepto de lo político, Alianza 2008, p. 57-59)  Por supuesto, este antagonismo como base de la configuración social contradice abiertamente la posición de neutralidad para con la sociedad civil que prodiga el Estado de Derecho liberal, cuyo rechazo por Schmitt es absoluto. A mi juicio constituye el paradigma de la “política ancestral”, basada en el conflicto y en la liquidación del enemigo. El odio se convierte en el acompañante inevitable de la política. Raphael Gross ha puesto de manifiesto una de las manifestaciones de ese odio político en Schmitt: su antisemitismo, su xenofobia (Gross, R., Carl Schmitt und die Juden. Eine deutsche Rechtslehre, Surkhamp Verlag, Frankfurt, 2000). La postura ante Schmitt sirve como test de urgencia para separar la política ancestral de la política ilustrada.

Frente a esta política ancestral, basada en el conflicto, el odio al enemigo, y el ánimo belicoso, aparece la política ilustrada, basada en los derechos individuales y la democracia. Pero el corazón humano urde complejas relaciones, y la democracia, como veremos en el siguiente post puede convertirse en una fuente de resentimiento.

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