La confianza es sin duda la actitud básica que sostiene, da soporte y fundamento a cualquier relación social por pequeña o insignificante que esta sea. Sin una confianza básica en el otro, sin una aceptación libre de prejuicios o ideas preconcebidas de lo que el otro me dice, me ofrece, me promete o me plantea, es imposible mantener una relación social. Sin una actitud mínima de apertura, atención y escucha libre de juicios, de que lo que el otro me dice o me muestra con su comportamiento, es comprensible, legítimo y verdadero, la confianza tampoco puede emerger e iniciar su desarrollo, como tampoco pueden nacer los afectos ni los compromisos.
Si de antemano yo prejuzgo que el otro me va a engañar, se va a aprovechar de mí, me quiere imponer su voluntad, desea humillarme, me quiere quitar la razón o quiere ganar a toda costa en una supuesta negociación tratándome de manera inequitativa e injusta, estaré cerrando toda posibilidad de confianza. En otras palabras: si me siento de antemano una víctima y solamente veo supuestos defectos en mi interlocutor o me siento de antemano agraviado por sus hechos reales o imaginarios del presente o del pasado, la confianza es imposible, sencillamente porque que la confianza no puede nacer de la desconfianza. A su vez, si yo deseo convencer (la forma socialmente aceptada de “vencer”), humillar, imponer mis razones, aprovecharme o utilizar al otro para mis intereses, pues evidentemente tampoco puede nacer la confianza. En otras palabras: si yo me siento superior al otro, o si me siento vencedor de antemano y exclusivamente persigo hacer prevalecer y conquistar a toda costa mis propios intereses, pues evidentemente la desconfianza está servida.
En consecuencia, la confianza no es solo confianza, sino que es también y sobre todo, aceptación incondicional, escucha atenta, ausencia de prejuicios, equidad e igualdad de trato, humildad y ausencia de prepotencia, vanidad o soberbia y desde luego minimización de los egos personales o colectivos y voluntad de comunicarse, entenderse, comprenderse e incluso de mantener vínculos afectivos más allá de las diferencias de visión, opinión o de interpretación de los hechos que cada uno de los iniciadores de una relación social puedan legítimamente tener.
La confianza, como cualquier otra actitud y la confianza desde luego lo es, posee tres tipos de elementos integrados que son de naturaleza cognitiva, emocional y conductual. Exige conocimiento y por tanto de atención y observación para poder discernir y permitirnos las dosis de seguridad necesarias para hacer frente a las situaciones. Y exige de conocimiento también que nos proporcione seguridad, de que lo que hacemos o nos hacen, sirve para nuestro desarrollo y es para nuestro bien, en el sentido de que lo que se nos presenta es fruto de la voluntad de hacer las cosas bien. De aquí la importancia del esfuerzo acompañado del placer y la conciencia de alcanzar un máximo ideal de perfección.
El desarrollo de la confianza exige pues así, un doble trabajo de aprendizaje: de un lado un esfuerzo deliberado por investigar, cuestionar, pensar críticamente o discernir en suma; y de otro, un esfuerzo consciente por dar lo mejor de nosotros en aquellas tareas que realizamos, algo por cierto a lo que la escuela viene prestando cada vez menor atención. El placer por la tarea bien hecha; el sentimiento de autocompetencia y alegría que se experimenta haciendo aquello en lo que creemos y que mejor se adecua a nuestras posibilidades; el cultivo de la paciencia, de la mediatización de los deseos, de la tolerancia a las frustraciones, del cuidado por el detalle, etc.. son elementos esenciales que contribuyen a desarrollar tanto nuestra propia confianza en nosotros mismos, como la confianza en los demás.
A su vez, la confianza posee igualmente, elementos emocionales que se activan a partir de actitudes de acogida, calidez afectiva, horizontalidad, sencillez y sobre todo de empatía. No puede entenderse el aprendizaje de la confianza sin el aprendizaje de la empatía, sin ese saber comprender al otro situándonos en su punto de vista y en su situación. Por ello el aprendizaje de la confianza no puede darse mediante el miedo generador de hostilidad, las argucias argumentales (falacias), las amenazas, los chantajes, los celos, las envidias, la frialdad, el distanciamiento, el desencuentro, la antipatía o también desde el prejuicio y los estereotipos que aceptamos sin más, por no haberlos pasado por la criba del discernimiento.
Emocionalmente también, la confianza se aprende a partir de lo que podría denominarse como un “dejarse llevar“, como una especie de abandono ante la actitud del que nos escucha, acoge y nos nutre, permitiéndonos así eliminar tensiones, estrés y cualquier tipo de ansiedad. No en vano, los primeros generadores y productores de confianza son los padres y especialmente las madres, cuando acogen, acunan, abrazan y acarician a sus hijos que “se abandonan” a un estado de tranquilidad, serenidad y relajación, en el que ya la seguridad no es sólo producto de lo puramente conocido, sino de la vivencia de un presente nutritivo de afecto y amor incondicional. De aquí, el extraordinario e importantísimo papel que juegan los procesos de dar y recibir afectos en el aprendizaje y el desarrollo de la confianza. De otra manera: sin dar unas mínimas muestras físicas y verbales de afecto, cariño, acogida, comprensión, ternura e incluso de humor (“el humor es el amor con H”) la confianza no puede crecer y desarrollarse.
Pero a su vez, la confianza se nutre de decisiones, de actos, conductas, hechos, porque a la postre, son siempre las acciones las que muestran, clarifican y hacen visible la confianza, aportando la necesaria credibilidad y coherencia tanto de nuestra propia conducta como de la conducta ajena. Son pues los hechos, nuestras decisiones, nuestros comportamientos físicos y verbales (desde la expresión del rostro, la mirada, la sonrisa y la postura corporal hasta lo que decimos o dejamos de decir), los que proporcionan el soporte, la base, o el pedestal al partir del cual la confianza se aprende integrándose con nuestros procesos cognitivos y emocionales.
Podría decirse incluso, que la confianza es la actitud o el valor que está en la base del aprendizaje multidimensional y retroprospectivo en el sentido de que exige una triple visión o percepción. La confianza necesita de observación y atención para discernir, permitiéndonos así conducir nuestra vida mediante la información que nos aportan los espejos retrovisores de nuestra experiencia existencial, ya sean laterales o traseros. Necesita igualmente de sensibilidad presente y en el instante, o si se prefiere de atención sensible al flujo que nace en la comunicación verbal y no verbal, siendo capaz de dar y recibir afectos, siendo capaz en suma de agradecer y de acoger con esmero lo que recibimos prestando atención a los sentimientos y emociones que emergen que es necesario expresar y en su caso, modular realizando los movimientos pertinentes para que la conducción de nuestra vida sea suave, placentera, exenta de tirones, frenazos y brusquedades que son precisamente las iniciadoras de la desconfianza. Y necesita finalmente de visión de futuro, de amplias perspectivas de visión de horizonte, de ser capaz de llevar nuestro propio volante de forma relajada, sin tensiones, lo cual comporta la aparición tres elementos nuevos esenciales que aparecen en su aprendizaje: la fe, la esperanza y el compromiso. Pero de estos tres elementos de la confianza ya hablaré otro día. Muchas gracias por haber llegado hasta aquí.
Estoy totalmente de acuerdo contigo de que la confianza es el lazo imprescindible para establecer una buena amistad y unas buenas relaciones sociales. Lo que propones para conseguir esa confianza no es nada fácil y requiere una educación y un aprendizaje . Propones cosas admirables como: escucha atenta, ausencia de prejuicios, equidad e igualdad de trato, humildad y ausencia de prepotencia, vanidad o soberbia y desde luego minimización de los egos personales o colectivos y voluntad de comunicarse, entenderse, comprenderse e incluso de mantener vínculos afectivos más allá de las diferencias de visión, opinión o de interpretación de los hechos.