La confianza ya sea como actitud individual o como característica que funda y sostiene las relaciones sociales, lo grupal, organizativo, institucional y/o colectivo exige necesariamente verdad, transparencia, claridad, sinceridad, honestidad, ausencia de manipulación, comprensión humana, empatía, sensibilidad, afecto y todo un conjunto de valores éticos que están más incluidos y conectados con la ética del cuidado de la cultura matríztica de Humberto Maturana y planetaria-ecoespiritual de Mark Hathaway y Leonardo Boff (“El Tao de la Liberación”) , que con la ética de la justicia y la imparcialidad articulada en el poder judicial y sus instituciones..
Como señala Carol Gilligan, la descubridora del carácter androcéntrico y sexista de la teoría del desarrollo moral de Lawrence Kholberg, mientras la ética de la imparcialidad y de la justicia se fundan en la igualdad de todas las personas ante la ley en el sentido de ser tratados de forma igual, la ética del cuidado se caracteriza por la necesidad de preservar la vida, de no causar daño, de no violentar. Así mientras la ética del cuidado puede describirse como personal, subjetiva, concreta, circunstancial y se basa en el amor y en la compasión, la ética de la imparcialidad es social, objetiva, abstracta, general y se basa en la igualdad.
En este punto me voy a permitir un excurso. La razón, por la que me alegré tanto cuando Pedro Sánchez, tras la victoria de la moción censura gracias a Unidas Podemos y otras fuerzas políticas nombró un Gobierno con mayoría de mujeres, es porque pensé y sentí con alegría y satisfacción, que por fin el encuentro, el diálogo, la confianza, la cooperación y la apertura de caminos para la unidad de la izquierda eran realmente posibles. Algo que después de un año no fueron más que ilusiones de un viejo que como yo, sigue y seguirá diciendo hasta el final de sus días lo que cantaba mi amigo y camarada Lorenzo Rastrero: DEJADME LA ESPERANZA .
Sin embargo, la confianza no puede surgir y desarrollarse sin la presencia permanente, viva y actuante de estas dos éticas (del cuidado y de la imparcialidad) que son las que garantizan al mismo tiempo la vida y la igualdad esencial de todos los seres humanos junto a la protección de sus Derechos Universales. Por ello entiendo que la confianza, ya sea individual-interpersonal o colectiva-institucional, nunca podrá surgir, construirse, reconstruirse o desarrollarse, en suma, si ignoramos las condiciones materiales, contextuales e históricas de partida en las que convivimos en el presente. La confianza exige reconocimiento legítimo del otro (individual o colectivo) al mismo tiempo que memoria histórica, es decir, conocimiento, reconocimiento, reparación, dignificación de los excluidos, oprimidos y víctimas olvidadas por la historia.
La creación de relaciones de confianza no es posible si no somos capaces de realizar análisis hacia atrás y hacia delante (retroprospectivos) y acciones concretas de reconocimiento del otro, acciones que necesariamente tienen que estar fundadas en los valores de la ética del cuidado, como ternura, afecto, tolerancia, generosidad o perdón, entre otros. Por ello, no se trata de realizar actos de contrición separados de la acción, sino de reconocer abiertamente sin subterfugios los errores de nuestra conducta pasada que provocaron la desconfianza y apostar sin miedo por la realización de aquellas acciones individuales y colectivas que abran nuevas posibilidades presentes y futuras de confianza.
Vivir y crear relaciones de confianza es algo consustancial para el ejercicio y el desarrollo de una convivencia pacífica y democrática, para lo cual no basta una buena voluntad abstracta expresada en normas y pliegos de garantías, o meramente conceptual o sensiblera, ni mucho menos el olvido del pasado. La confianza como actitud individual y colectiva de apuesta y fe en el ser humano, no puede emerger y desarrollarse sin el reconocimiento y la memoria de la injusticia, una memoria que no es un camino de revancha, venganza o victimismo, sino de reconciliación, reconocimiento y de reparación de todo aquello que se puede reparar.
En este sentido, nos dice Reyes Mate «…No hay justicia sin memoria de la injusticia (…) La respuesta filosófica a la injusticia irreparable causada a las víctimas, es mantenerla viva en la memoria de la humanidad, en no darla por prescrita mientras no sea saldada. La injusticia cometida sigue vigente, con independencia del tiempo transcurrido y de la capacidad que tengamos para reparar el daño causado (…) Hay un daño personal (muerte, mutilación, secuestro, amenaza, etc). Otro daño político: el que mata está mandando un mensaje político, a saber, que la víctima es irrelevante para la sociedad por la que el criminal “lucha”, de esta forma se le está negando el concepto de ciudadanía. Y un daño social: la violencia fractura la sociedad entre quienes lloran el asesinato y quienes lo festejan. Hablar de justicia en este caso significa hablar de reparación de lo reparable y memoria de lo irreparable (en relación con el daño personal); hablar de reconocimiento de su ser ciudadano (en relación con el daño político) y de reconciliación, con todos los matices (en relación al daño social). La “ética del cuidado” tiene que ver con este nuevo horizonte de la justicia. Es una modalidad inspirada por la ética feminista y que coincide con lo expuesto en el sentido de que se pone el acento, al hablar de justicia, en la reparación del daño causado a la víctima y no en el mero castigo al culpable…»
Cuando hoy escuchamos con frecuencia, el descarnado discurso de políticos y banqueros sin escrúpulos que nos repiten y justifican diariamente sin cesar, que la condena a la pobreza de pueblos y países enteros es debida a lo que llaman “falta de confianza de los mercados”, estamos sin duda ante la perversión más descarnada, injusta y cruel de lo que aquí estamos planteando como aprendizaje de la confianza. Por ello, la confianza, no es bajo ningún concepto el olvido, ni la expectativa de ganancia, ni tampoco el recurso para conservar privilegios, o supuestas condiciones ventajosas para ambas partes. No obstante, la confianza tiene también una dimensión colectiva, que es al mismo tiempo social, cultural, económica y política que se nutre evidentemente de la ética del cuidado, la justicia y la solidaridad.
Analizada la confianza como el constituyente que sostiene y alimenta de energía a grupos, organizaciones e instituciones, no cabe duda de que su función va mucho más allá del reconocimiento del hecho social. Es a través de la confianza como los individuos que interactúan y se comprometen en grupos y organizaciones sociales contribuyen al ejercicio de las funciones y la consecución de los fines y objetivos de estas. Pero es también por medio de la confianza, como se establecen relaciones de interdependecia y cooperación mutua entre las diferentes instituciones y sociedades, permitiendo así reducir la incertidumbre al apostar por expectativas de beneficio mutuo que excluyen el miedo como componente que bloquea e inhibe las relaciones.
La confianza no es sólo pues, un rasgo o actitud de la conducta individual, sino también de las relaciones entre grupos, organizaciones, sociedades y Estados, un aspecto que cobra una transcendental importancia en el plano económico y en el político, ya que la desconfianza está en el origen de la codicia, la ganancia, el abuso de poder, el autoritarismo o el puro teatro representacional de las democracias de mercado de nuestro tiempo. La manipulación; la ausencia de interiorización de valores democráticos; la exigencia de delegación de cada vez mayores espacios de participación y empoderamiento personal y grupal; la relaciones de mando/obediencia; la presencia permanente de violencia, guerra y conflictos bélicos; el poderío simbólico y mediático de la industria de la conciencia; el pensamiento único que ciega, bloquea y deslegitima continuamente las posibilidades de transformación social, así como toda la variada gama de conductas organizativas (locales y globales) basadas en la dominación, la conquista, el chantaje y en la escandalosa e injusta distribución de la riqueza, tienen su base en la desconfianza y en el miedo. En una desconfianza que hunde sus raíces en la cultura del patriarcado que promueve y legitima la ambición, la jerarquización, la agresión, la violencia, el autoritarismo y la exclusión de las mujeres.
Un gran trabajo sobre la confianza que es la que sostiene y alimenta las relaciones personales y colectivas. Es imprescindible que la confianza, como tú dices, se alimente de la verdad, de la transparencia, de la claridad, de la sinceridad, de la honestidad, de la ausencia de manipulación, de la comprensión humana, de la empatía . Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices sobre todo cuando afirmas que la confianza exige reconocimiento legítimo del otro (individual o colectivo) al mismo tiempo que memoria histórica, es decir, conocimiento, reconocimiento, reparación, dignificación de los excluidos, oprimidos y víctimas olvidadas por la historia. Enhorabuena, sigue así. Un gran abrazo, José Melero.