NO HAY COMPASIÓN SIN JUSTICIA Y SOLIDARIDAD

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TAMAYO Compasión en un mundo injusto

Por Juan José Tamayo Acosta

En una conferencia pronunciada en el Seminario de Antropología de la Conducta, de la Universidad de Cádiz en 2012, la escritora y crítica literaria Anna Caballé, se preguntaba qué había sido de la piedad religiosa y de la compasión laica. Su respuesta fue la siguiente:

“No parecen tener cabida intelectual en el mundo moderno que las concibe como sentimientos reaccionarios, paternalistas, de arraigo feudal […]. La compasión cotiza a la baja, no tiene inversores”

Ciertamente, la compasión es hoy “una virtud bajo sospecha”, como afirma el filósofo Aurelio Arteta en su magnífico libro La compasión, Apología de una virtud bajo sospecha.  

¿A qué puede deberse tamaña amnesia, e incluso desdén, cuando no desprecio hacia la virtud que se encuentra en el quicio de la ética, de todas las éticas, las laicas y las religiosas? Quizá a su ausencia en nuestra vida personal y colectiva, o a que no se la considera una virtud, y menos aún, un principio moral, sino una actitud apagada y pusilánime propia de las personas débiles de carácter. Así pensaba Nietzsche, para quien la compasión es un “estado enfermizo y peligroso”, debilita la individualidad, comporta una merma de energía vital y es contraria a la razón. Más aún, en Así hablaba Zaratustra llega a aseverar que Dios ha muerto por exceso de compasión.

La manera como han entendido y ejercido con frecuencia la compasión las personas religiosas no ha facilitado precisamente una valoración positiva de la misma. Todo lo contrario, ya que con frecuencia la han practicado como un sentir pena desde fuera, un lamentarse con solo aspavientos y no mover un dedo por aliviar el dolor de quienes lo padecen. Con este modo de proceder lo que han hecho ha sido provocar rechazo hacia una virtud que suele estar en el centro de la vida y de los mensajes de los fundadores y reformadores de las religiones, de las místicas y los místicos: Zaratustra, Buda, Jesús de Nazaret, Ibn Arabi, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Baha’Ullah, etc.

En su uso normal oír hablar de “compasión” suena a sentimentalismo alejado de la praxis, a comportamiento que viene a encubrir las causas de la injusticia, a una vaga simpatía que se siente desde fuera o desde arriba con cierto complejo de superioridad. A la virtud de la compasión le ha sucedido algo parecido a lo que ha pasado con la caridad. Esta se ha identificado con el mero asistencialismo externo, se la ha contrapuesto a la justicia y se la ha confundido erróneamente con la limosna, hasta haberse generalizado la afirmación de que “lo que se necesita es justicia, no caridad”.

A la deformación, irrespeto y maltrato de la compasión contribuyen en buena medida los diccionarios de la lengua castellana. El DRAE la define como “sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias”. En la misma dirección apunta el Diccionario Enciclopedia de Larousse: “sentimiento de lástima hacia el mal o desgracia que padece alguno”. Ambas definiciones y otras similares refuerzan el sentimiento de superioridad de quien se compadece hacia la persona que está sufriendo. Así entendida, la compasión se asocia con sentimientos de poder, que llevan a la persona “compadecida” a decir con razón “no me compadezcas”. 

El verdadero sentido de la compasión es ponerse del lado del otro, más aún, en el lugar de los otros sufrientes en una relación de igualdad y empatía, asumir el dolor de las otras personas como propio, interiorizarlo, hasta identificarse con quienes lo sufren, algo que no resulta fácil pero que es necesario intentar. La compasión requiere participar activamente en el sufrimiento ajeno, pensar, conocer y mirar la realidad con los ojos de las víctimas, de las personas empobrecidas y luchar contra las causas que lo provocan.

Si no te afecta el dolor de los demás, no mereces llamarte humano”, Es una interpelación que he leído y oído con frecuencia durante la pandemia, La compasión es una “pasión” que se dirige espontáneamente al sufrimiento de los otros y de la naturaleza oprimida y nos hace realmente seres humanos y personas más conectadas con la naturaleza de la que formamos parte. Tal actitud requiere tomar en serio el mal que sufren las otras personas y la naturaleza y no banalizarlo. Para ser una persona compasiva no es necesario que exista un afecto previo, es suficiente con que consideremos a quienes sufren como iguales.

Ese es el verdadero significado de la compasión como principio y virtud, que Schopenhauer considera el fenómeno originario y el fundamento de la ética, así como el móvil moral más puro y auténtico. A su vez, el altruismo constituye el sello distintivo del valor moral que se mueve por el interés ajeno y no por el egoísmo, enemigo que mata la compasión. Max Horkheimer, bajo la influencia de Schopenhauer, considera la compasión como dimensión constitutiva de la ética y base del sentimiento moral. Pero a diferencia de Schopenhauer, que sitúa la compasión en el plano individual e interior, Horkheimer la ubica en la esfera colectiva y la entiende como protesta contra las estructuras sociales injustas que impiden a los seres humanos ser sujetos de su propio destino, diseñar su futuro y vivir con dignidad. “Es condición necesaria de la moral” y va más allá de la moral. En definitiva, como él mismo afirma, “puede superarse la moral, pero la compasión permanecerá”. El filósofo de la Escuela de Frankfurt reconoce el parentesco de los seres humanos con los animales, hacia quienes también tienen que mostrar compasión.

Pero la compasión no puede quedarse en la esfera privada o en las relaciones interpersonales. Es necesario historificarla, vincularla con la justicia en un mundo injusto y desigual y traducirla en solidaridad política con quienes son víctimas de la irracionalidad del sistema y resistencia frente a todas las formas de dominación, opresión, explotación y sometimiento. No puede haber compasión si no va acompañada de la justicia.

La compasión es el principio fundante y la actitud ética fundamental de las diferentes tradiciones religiosas: judaísmo, cristianismo, islam, hinduismo, budismo, religiones originarias, bueno eso en teoría, porque en la práctica generan con frecuencia no pocos sufrimientos a sus fieles y adoptan comportamientos inmisericordes e insolidarios con los sufrimientos de las víctimas hasta buscarle sentido al sufrimiento, que ciertamente no lo tiene, y vincularlo con el pecado. Es a su vez, principio teológico. Sin el principio-compasión, los discursos de las religiones se tornan cínicos y desembocan en complicidad con los victimarios.

Creo fundamental tener referentes en personas que pensaron y vivieron compasivamente, algunas de las cuales pusieron en riesgo su vida y la perdieron por su coherencia entre su forma de pensar y de actuar. Ellas han influido en mi manera de entender y ejercer la compasión y me han hecho mejor persona, porque ejemplificaron con su vida, no de manera ocasional sino colocándola en el centro de su quehacer humano diario y convirtiéndola en la base de su existencia y de su compromiso moral.

Personalidades de diferentes tradiciones religiosas y laicas coinciden en que la compasión es principio de humanidad y su práctica imperativo ético para todo ser humano. Epicuro afirma que es vana la palabra del filósofo que no remedie ninguna dolencia del ser humano. El centro del mensaje de Jesús y de su praxis liberadora es la compasión como alternativa a los sacrificios, en sintonía con los profetas de Israel que anteponían la práctica de la justicia al culto. Todas las azoras del Corán, salvo la 9 comienzan con la expresión “En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso” y cada una de las azoras comentan dichos atributos. Uno de los más bellos comentarios a los “más bellos nombres de Dios” es el del sufí murciano Ibn Arabi en El secreto de los nombres de Dios y Las contemplaciones de los misterios, ambos publicados por la Editora Regional de Murcia en excelentes traducciones y comentarios de Pablo Beneito.

Herbert Marcuse apeló a la compasión poco antes de morir en diálogo con Jürgen Habermas. Ambos filósofos de la Escuela de Frankfurt se preguntaban en sus frecuentes encuentros cómo explicar la base normativa de la teoría crítica. Lo recuerda Adela Cortina. Marcuse solo respondió a esa pregunta dos días antes de morir, estando en el hospital acompañado por Habermas:

“¿Sabes? –le dijo-. Ahora ya sé en qué se fundan nuestros juicios de valor más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el dolor de los otros”

Del mismo parecer es la antropóloga Margaret Mead, quien, a la pregunta de un alumno sobre el comienzo de la civilización, respondió de esta guisa: “ayudar a alguien en momentos difíciles o cuando lo necesita es cuando comienza la civilización”. Cierto, sin el cuidado, la atención, la empatía y la ayuda a las personas sufrientes y en estado de vulnerabilidad, no hay civilización, sino que se impone la barbarie.

En resumen, justicia, solidaridad, cuidado y compasión son los principios éticos que han de guiar la vida de los seres humanos, y la práctica de los mismos es la que nos hace realmente humanos, y no la omnipotencia, la onmisciencia, la violencia, la independencia, la masculinidad hegemónica, la autosuficiencia, que nos alejan cada vez más de la humanidad. No se piense que esto es moralina. No lo es. En absoluto. Constituye la base de la antropología de la alteridad, de la projimidad, muy bien formulada en la filosofía Ubuntu: “Yo solo soy si tú también eres”.

Juan José Tamayo Acosta es teólogo vinculado a la Teología de la Liberación. Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III, en Madrid, y secretario general de la Asociación de teólogas y teólogos Juan XXIII. Conferencista nacional e internacional y autor de más de 70 libros. Articulista habitual en prestigiosos periódicos nacionales e internacionales, así como reconocidos sitios como Religión Digital.
Entre algunas de sus publicaciones se encuentran: San Romero de América, mártir por la justicia (Editorial Tirant, 2015);  Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2020, 2ª ed.)De la iglesia colonial al cristianismo liberador en América Latina (Tirant lo Blanc, 2019); ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías?  (Biblioteca Nueva, 2020, 3ª ed.); Hermano islam (Trotta, 2019).Pedro Casaldáliga. Larga caminada con los pobres de la tierra; (Herder, noviembre 2020); ¿La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye? (Icaria, 2020).
Su última obra, editada por Fragmenta en 2021, es la titulada La compasión en un mundo injusto, que puedes adquirir como todas las demás, AQUÍ
        Este artículo fue publicado en el diario EL PAÍS Religión Digital el pasado 5 de diciembre del presente año 2021
        Vaya desde aquí nuestro más sincero agradecimiento por honrar con sus colaboraciones este sitio.

One thought on “NO HAY COMPASIÓN SIN JUSTICIA Y SOLIDARIDAD

  1. Si el acaemico no revisa el diccionario de la lengua para modificar y completar en su esencia la definición de la compasión y por cuestiones politicas se inventa una terminología acomodaticia y disonante de género, todo queda descompensado. Está perfecto que cada individuo reconozca su género y avance socialmente en esa igualdad, pero no se trata de ser un elefante en la cristalería de la historia y menos del pensamiento.
    Muy acertado Juan José Tamayo

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