Hace exactamente cincuenta años, le escuché decir a un profesor de la Escuela de Magisterio en la que estudiaba 1 Ref.Se trataba de D. Antonio Hiraldo Velasco, sacerdote, profundo conocedor del personalismo cristiano y de las implicaciones pedagógicas y educativas que el nuevo espíritu del Concilio Vaticano II estaba impulsando en toda la sociedad española de finales de los años sesenta del pasado siglo. Vaya desde aquí nuestro más cariñoso recuerdo de agradecimiento., que el proceso de crecimiento y maduración personal de un ser humano, siempre llevaba implícito al menos la consecución de tres grandes metas. Primera, la adquisición de un buen concepto de sí mismo. Segunda, la percepción objetiva de la realidad y tercera, la satisfacción de necesidades fundamentales. Recuerdo también que años más tarde se me ocurrió añadirle una cuarta, que denominé como “capacidad de control e intervención sobre el medio”. Y es que, de nada sirve estar psicológicamente muy equilibrado si tu capacidad para intervenir en tu medio social y desarrollar tus capacidades está reducida y obstaculizada por unas condiciones de represión y falta de libertades. Pero el tiempo y la propia evolución personal producto de la interacción con contextos en continuo cambio, me ha hecho también cambiar el modo en que interpreto aquella cita que D. Antonio dejó grabada para siempre en mi mente.
Ahora entiendo que el buen concepto de sí mismo (autoestima) puede convertirse muy fácilmente en soberbia, prepotencia y vanidad, negando así su función inmunizadora y protectora ante las pérdidas e infortunios. De hecho, una autoestima excesiva y desequilibrada, ocasiona siempre conflictos de competitividad, ambición, perfeccionismo, engreimiento, lucha por el poder, por ser el primero, por llevar razón, por vencer o por ser el centro de atención de los demás. De este modo, lo que superficialmente se nos presenta como una necesidad de autorrealización o de expresión y afirmación de nuestra singular identidad, en realidad no es más que una máscara del “mono saltarín” de nuestro Ego. Y así, los nuevos e innumerables disfraces del “mono” sirven para seguir alimentando y justificando sus insaciables apetitos, provocando nuevamente preocupaciones, ansiedad, angustia, inquietud, desasosiego, tensión y numerosas formas de sufrimiento psíquico.
En igual sentido, creo haber aprendido por experiencia propia, que la percepción objetiva de la realidad es siempre limitada, por no decir imposible ya que lo que llamamos real no es un objeto que está fuera de nosotros que percibimos e incorporamos a nuestra mente como si fuese el objeto mismo.2 Ref.Gracias a Heisenberg y su famoso principio de incertidumbre, desde 1927 sabemos, que a nivel subatómico, sujeto observador y objeto observado no son independientes, sino que por el contrario forman parte de un proceso en el que el acto de observación altera la naturaleza del objeto observado. A partir de este hecho, las definiciones, conceptos, ideas que tenemos acerca de la realidad poseen un valor limitado y las leyes de causa-efecto son insuficientes para explicar el funcionamiento de los sistemas, por lo que el conocimiento es de naturaleza probabilística, indeterminada y por tanto siempre provisional.
Nuestras representaciones no son copias más o menos precisas de la realidad, sino construcciones subjetivas y/o aprendizajes resultantes de nuestra interacción con ella. Unas construcciones que no son puramente mentales en el sentido de ser exclusivamente internas, sino que están acopladas e integradas con el medio social y natural. De esta forma, percepción, acción y experiencia, o mundo interno, mundo externo, intenciones y decisiones son inseparables. Algo de lo que se dio cuenta y formuló Francisco Varela en su conocida Teoría de la Enacción:
«…La mente no está en la cabeza (…) No podemos captar el objeto como si simplemente estuviera “ahí fuera” en forma independiente. El objeto surge como fruto de nuestra actividad, en consecuencia, tanto, el objeto como la persona están co-emergiendo, co-surgiendo (…) La cognición está enactivamente encarnada. “Enactiva” es una etiqueta que utilizo aquí en su sentido literal, ya que la cognición es algo que producimos por el acto de manipular, por medio de una manipulación activa: es el principio fundacional de lo que es la mente. Esto implica una profunda co-implicación, una co-determinación entre lo que parece estar fuera y lo que parece estar dentro. En otras palabras, el mundo ahí fuera y lo que hago para estar en ese mundo son inseparables…»3 Ref.VARELA, Francisco (2000) El fenómeno de la vida. Dolmen. Santiago de Chile

Francisco Varela (1946-2001)
Biólogo. Neurocientífico. Filósofo.Pero además de que nuestras percepciones y cogniciones son siempre enactivas, en nuestras interacciones intervienen también preconceptos así como rasgos y condicionamientos de nuestra propia biografía, lo que hace que toda percepción de la realidad tal cual es, o como si fuese una foto fija, sea imposible.
En cuanto a la satisfacción de necesidades fundamentales, también me he dado cuenta, que las mismas pueden ser creadas por instituciones y fuerzas sociales ajenas y extrañas a nosotros mismos que nos esclavizan y enajenan. Y así, nos inducen a creer que nuestras elecciones y decisiones son realmente libres, cuando en la práctica son motivadas por impulsos producidos y estimulados por entidades que pretenden que nos comportemos de una determinada manera, de la que por lo general, no somos conscientes.
Y por último, respecto a nuestras capacidades y posibilidades para intervenir en la realidad y las condiciones necesarias para ello, he comprobado también, que dichas condiciones pueden emerger y ser creadas como consecuencias recursivas de nuestra acciones, aun cuando las circunstancias se nos presenten formalmente como desfavorables. Y es que cualquier aspecto de nuestras interacciones y relaciones con nuestro medio social y natural o con nuestro mundo interno es siempre complejo, no lineal y por tanto sometido a emergencias, retroacciones, recursiones y sobre todo al principio de ecología de la acción del que nos da cuenta Edgar Morin:
«…En el momento en que un individuo emprende una acción, cualesquiera que fuere, ésta comienza a escapar de sus intenciones. Esa acción entra en un universo de interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesión, en un sentido que puede volverse contrario a la intención inicial. A menudo, la acción se volverá como un boomerang sobre nuestras cabezas. Esto nos obliga a seguir la acción, a tratar de corregirla (…) la acción supone complejidad, es decir, elementos aleatorios, azar, iniciativa, decisión, conciencia de las derivas y de las transformaciones…»4 Ref.MORIN, Edgar Introducción al pensamiento complejo. Gedisa. Barcelona.2000. Pág. 115

Edgar Morin
Antropólogo. Sociólogo. Filósofo.Lo hermoso de este concepto, no es tanto el comprender que un efecto puede ser a su vez causa de nuevos acontecimientos y que en esa cadena los efectos pretendidos con la acción inicial pueden volverse en contra de nuestras intenciones y objetivos, sino sobre todo el darse cuenta de que si bien navegamos en la incertidumbre permanente, siempre existe la esperanza. Una esperanza que no es un deseo, ni tampoco un sueño, sino una posibilidad real e insospechada que abre infinitas salidas para enfrentar y superar las dificultades y obstáculos que percibimos en el presente como insalvables. Y esto para mí es algo de extraordinaria importancia tanto en el desarrollo personal en todas las dimensiones, como en el manejo y control del Ego. Por eso no puedo evitar traer aquí la famosa cita de Martin Luther King, que si bien éll la pronuncia desde la óptica ético-espiritual o del hombre de fe, en realidad tomando esta cita en el sentido en que formula Edgar Morin en su principio de ecología de la acción, está cita tiene para mí un valor universal desde el punto de vista ético y lógico.

«…Aunque supiera que el mundo se acabara mañana, esta misma tarde plantaba yo mi manzano…»

Referencia