

Mi siempre querido y admirado Paulo, hoy doy por terminada esta carta en la que he ido resumiendo las grandes enseñanzas que tú me has regalado. He dejado para el final, las que llenan más profundamente mi corazón.
Esperanza
Querido, tú siempre tuviste en todos y cada uno de los seres humanos una esperanza nueva y eterna, una fe en las extraordinarias potencialidades que nacen de su creatividad y libertad, una confianza en sus posibilidades de acción, posibilidades que le permiten afirmar que, aunque cualquier persona esté sometida a condiciones de explotación y de opresión, siempre podrá salir de ella a partir de su acción comprometida, reflexiva y consciente. Como tú mismo nos dijiste dos años antes de tu partida, estoy y estaré siempre contigo cuando afirmas:
Amor
Para mí tu has sido siempre el pedagogo del amor en todas sus dimensiones y formas. No en vano bebiste en las fuentes del personalismo de Mounier y del psicólogo del amor Erich Fromm. Pero no fue en los libros donde adquiriste ese amoroso, afable, cariñoso y tierno carácter tuyo. Lo aprendiste desde pequeño en tu familia y lo demostraste tanto en tus relaciones familiares, como con todos tus amigos, compañeros y alumnos.
El amor fue para ti una práctica cotidiana y constante, un amor incondicional, no solo a tus seres queridos y a tu vocación de educador, sino especialmente un amor comprometido con los más débiles y desfavorecidos de tu contexto, de tu país y de todos los países del mundo. No en vano, en todas tus obras repetías y repetías de una y mil maneras que “la educación es un acto de amor y de valor” y que el amor posee en sí mismo una energía revolucionaria que nos mueve a la acción, al compromiso, al cuidado, al conocimiento y a la responsabilidad.
Efectivamente, en todas tus obras, siempre hablabas de amor, de humildad, de cariño, de fe y de esperanza, por eso es imposible para mí no seguirte, admirarte y quererte. Recuerdo en este instante ahora unas citas preciosas que nos dejaste en tu obra “Cartas a quien pretende enseñar”:
En fin, querido, termino ya esta larga carta, para expresarte una vez más mi admiración y mi gratitud por todo lo que he aprendido de ti y de todas las personas que te han conocido y te siguen en los más diversos lugares del mundo. En realidad, podría decir, que, a lo largo de medio siglo, desde que aquella entrañable profesora de la Escuela Normal de Magisterio de Sevilla que se llamaba Pilar Vázquez Labourdette, no he dejado de seguirte. Sí, seguirte, pero no como un repetidor de tus citas, o un adorador devoto de tus enseñanzas, sino como un singular RE-creador de tu pensamiento y de tu obra en los contextos también singulares en los que he vivido y he realizado mi más auténtica vocación: la de maestro de enseñanza primaria.
Ojalá esta carta sirva, para abrir un poco los ojos y el corazón, de todos aquellos que te vituperan, insultan y denigran. Pero no importa, los perdonaremos porque no saben lo que hacen, como dijo Jesús en la cruz y porque además, como nos dijo Salvador Allende: «Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor»
Camas (Sevilla) -España-, 5 de mayo de 2021


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