Mi siempre querido y admirado Paulo, hoy doy por terminada esta carta en la que he ido resumiendo las grandes enseñanzas que tú me has regalado. He dejado para el final, las que llenan más profundamente mi corazón.
Esperanza
Querido, tú siempre tuviste en todos y cada uno de los seres humanos una esperanza nueva y eterna, una fe en las extraordinarias potencialidades que nacen de su creatividad y libertad, una confianza en sus posibilidades de acción, posibilidades que le permiten afirmar que, aunque cualquier persona esté sometida a condiciones de explotación y de opresión, siempre podrá salir de ella a partir de su acción comprometida, reflexiva y consciente. Como tú mismo nos dijiste dos años antes de tu partida, estoy y estaré siempre contigo cuando afirmas:
«…Rechazo la afirmación de que nada es posible hacer debido a las consecuencias de la globalización de la economía y que es necesario doblar la cabeza dócilmente porque nada se puede hacer contra lo inevitable. Aceptar la inexorabilidad de lo que ocurre es una excelente contribución a las fuerzas dominantes en su lucha desigual con los “condenados de la Tierra”. Una de las fundamentales diferencias entre mi persona y los intelectuales fatalistas está sobre todo en el optimismo crítico y nada ingenuo, en la esperanza que me alienta y que no existe para los fatalistas. Esperanza que tiene su matriz en la naturaleza del ser humano (…)La esperanza de la liberación no significa ya la liberación. Es preciso luchar por ella en condiciones históricamente favorables. Si éstas no existen tenemos que luchar de forma esperanzada para crearlas. La liberación es la posibilidad, no la suerte, ni el destino ni la fatalidad. En este contexto se percibe la importancia de una educación, para la decisión, para la ruptura, para la elección, para la ética en fin…»1 Ref.REIRE, Paulo. A la sombra de este árbol. El Roure. Esplugues de Llobregat (Barcelona).1997. Págs. 35-36.
Amor
Para mí tu has sido siempre el pedagogo del amor en todas sus dimensiones y formas. No en vano bebiste en las fuentes del personalismo de Mounier y del psicólogo del amor Erich Fromm. Pero no fue en los libros donde adquiriste ese amoroso, afable, cariñoso y tierno carácter tuyo. Lo aprendiste desde pequeño en tu familia y lo demostraste tanto en tus relaciones familiares, como con todos tus amigos, compañeros y alumnos.
El amor fue para ti una práctica cotidiana y constante, un amor incondicional, no solo a tus seres queridos y a tu vocación de educador, sino especialmente un amor comprometido con los más débiles y desfavorecidos de tu contexto, de tu país y de todos los países del mundo. No en vano, en todas tus obras repetías y repetías de una y mil maneras que “la educación es un acto de amor y de valor” y que el amor posee en sí mismo una energía revolucionaria que nos mueve a la acción, al compromiso, al cuidado, al conocimiento y a la responsabilidad.
Efectivamente, en todas tus obras, siempre hablabas de amor, de humildad, de cariño, de fe y de esperanza, por eso es imposible para mí no seguirte, admirarte y quererte. Recuerdo en este instante ahora unas citas preciosas que nos dejaste en tu obra “Cartas a quien pretende enseñar”:
«…Es preciso sumar otra cualidad a la humildad con que la maestra actúa y se relaciona con sus alumnos, y esta cualidad es la amorosidad sin la cual su trabajo pierde el significado (…) Sin embargo, es preciso que ese amor sea en realidad un ‘amor armado’, un amor luchador de quien se afirma en el derecho o en el deber de tener el derecho de luchar, de denunciar, de anunciar. Pero sucede que la amorosidad de la que hablo, el sueño por el que peleo y para cuya realización me preparo permanentemente, exigen que yo invente en mí, en mi experiencia social, otra cualidad: la valentía de luchar al lado de la valentía de amar. La valentía como virtud no es algo que se encuentre fuera de mí mismo. Como superación de mi miedo, ella lo implica (…) No hay que tenerle miedo al cariño, no cerrarse a la necesidad afectiva de los seres impedidos de ser. Sólo los mal amados y las mal amadas entienden la actividad docente como un quehacer de insensibles, llenos de racionalismos a un grado tal que se vacían de vida y de sentimientos…»2 Ref.FREIRE, Paulo. Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI. México D.F. 1998. Págs. 62, 63, 77.
En fin, querido, termino ya esta larga carta, para expresarte una vez más mi admiración y mi gratitud por todo lo que he aprendido de ti y de todas las personas que te han conocido y te siguen en los más diversos lugares del mundo. En realidad, podría decir, que, a lo largo de medio siglo, desde que aquella entrañable profesora de la Escuela Normal de Magisterio de Sevilla que se llamaba Pilar Vázquez Labourdette, no he dejado de seguirte. Sí, seguirte, pero no como un repetidor de tus citas, o un adorador devoto de tus enseñanzas, sino como un singular RE-creador de tu pensamiento y de tu obra en los contextos también singulares en los que he vivido y he realizado mi más auténtica vocación: la de maestro de enseñanza primaria.
Ojalá esta carta sirva, para abrir un poco los ojos y el corazón, de todos aquellos que te vituperan, insultan y denigran. Pero no importa, los perdonaremos porque no saben lo que hacen, como dijo Jesús en la cruz y porque además, como nos dijo Salvador Allende: «Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor»
Camas (Sevilla) -España-, 5 de mayo de 2021
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