Por Concepción Ojeda Córcoles☛
Ningún ser humano posee la cualidad de la verdad absoluta. Desde el más común e indiferenciado de los mortales hasta los más encumbrados y poderosos, nadie es infalible. Esta es la razón por la que creo que el pensamiento en el que tengo la suerte de “estar”, me permite contemplar bajo una mirada menos juzgadora, menos poseedora de la razón, menos proclive a resolver todo aquello que está fuera de mi y de mis capacidades.
A veces me he preguntado por qué a lo largo de la humanidad nos hemos encontrado con tantas plagas, epidemias, calamidades y una larga ristra de catástrofes , más o menos duras, peligrosas y letales que nos han conducido casi a la extinción de la especie.
Nadie nos ha explicado cómo y qué sentía el ser humano del pasado, pero no a niveles instintivos de supervivencia, sino en cuento a las preguntas que han pivotado a lo largo de nuestra vida. Unas preguntas que han ido dejando rastros en pinturas, cuevas, enseres; que se han plasmado en escritos que han llegado hasta nosotros. Preguntas que son: ¿de dónde vengo? ¿ quién o para qué soy? y ¿a dónde voy?, preguntas que engloban prácticamente la línea de vida, desde el nacimiento a la desaparición material física.
En una valoración sobre nuestra sociedad altamente competitiva, consumista, hedonista y sumergida en el pantano materialista del neocapitalismo, estas preguntas han sido en su mayoría obviadas y llevadas a lo privado. El trepidante ritmo de vida y los distintos estímulos ejercidos sobre el ser humano, lo han impedido y se han aparcado. Y es que estas preguntas no se ajustan a una dinámica colectiva, dado que los valores del espíritu han sido reducidos o acomodados a un remanso momentáneo, donde todo se mezcla y la tecnología con sus avances y descubrimientos, obnubilan el futuro a merced de ese espejismo que se ve, pero no se toca.
Podríamos pensar que el futuro será mejor, pero ¿hasta qué punto faltaríamos a la honestidad ante este eufemismo? Puede que se trate de todo un sistema de valores que intentemos, con buena intención, sostener pero que se nos cae encima, al perder el contacto con la realidad, al subvertir el orden natural o que cómo en la medicina tradicional llamada china y que no es ni china y tampoco sabemos sus orígenes, pero que está llena de belleza y armonía. Una medicina enraizada en una filosofía ancestral, en la que se situaba al ser humano en el centro de los elementos formadores y que ahora está ya desde hace mucho tiempo fuera de ese lugar privilegiado al ser abatida por el miedo. Ese fantasma que nos reduce al inmovilismo, pero que desmantela toda nuestras armas de reflexión, la fuerza del pensamiento en su totalidad, es la misma que nuestros antepasados utilizaría para vivir o sucumbir.
El miedo lo contamina todo y se extiende al ser difícil detenerlo pues se sabe que es un vector muy rápido y eficaz para bajar nuestras defensas y prepararnos para enfermar.
El tiempo que vivimos los humanos es una media de 70 – 80 años un espacio muy corto para los cientos de millones que tiene la vida en la Tierra. Una pandemia puede ser cómo un broche a toda esa estructura donde vivimos, que se nos muestra aparentemente sólida pero que en realidad está sometida al mismo tiempo por las leyes de la impermanencia, el miedo a enfermar, a la muerte y a la desaparición. Esto no niega que existan enfermedades altamente peligrosas y muy letales. Por eso creo que se deben abordar estos temas mucho más calmados, cada uno en su ámbito privado, donde preguntarse lo que aparentemente no tiene respuesta, algo tan simple cómo: Si pienso en agrandar un problema, es decir, magnificarlo, me debilito, es decir lo hago aún más inaccesible para el que lo vive. Y lo que aún es más importante, la solución no puede llegar en base de lo que aún no tengo.
El problema es interno y la respuesta tiene que llegar con honestidad desde nuestro interior.
CONCEPCIÓN OJEDA CÓRCOLES estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Sevilla. Siempre fue y sigue siendo una lectora incansable y una observadora permanente del mundo interior de los seres humanos a través de las más diversas búsquedas de autoconocimiento y del análisis de la realidad social y los vínculos que unen a las personas.
Ha explorado e investigado en las más diversas corrientes espirituales de Oriente y Occidente buscando siempre apasionadamente conocimiento y sabiduría. Durante más de veinte años ha estudiado la filosofía china, profundizando en los más diversos métodos de sanación corporal y mental basados en la medicina tradicional china, llegando especializarse y graduarse en la Escuela de Tian.
Profesionalmente se dedica a ofrecer servicios terapéuticos basados en la medicina tradicional china por medio de los más reconocidos y contrastados procedimientos y técnicas de sanación y bienestar psicofísico, actividad que realiza tanto en su consulta como mediante servicios a domicilio.
Personalmente la he conocido hace muy poco tiempo gracias a las redes sociales, pero sobre todo por tener un amigo y Maestro común: Leandro Sequeiros San Román. El hecho de traerla aquí es debido a que comparto con ella una visión espiritual del mundo, de la realidad y del ser humano en el sentido de que lo queramos o no, realmente existe un “orden implicado” como dice David Bohm o una infinita realidad icognoscible en la que todo está conectado. Como ella dice de sí misma y yo comparto “surfeo en la ola de la vida intentando mantener el equilibrio”. Vaya desde aquí mi más sincero agradecimiento por participar en este humilde sitio que es KRISIS.