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COMUNICACIÓN Y DIÁLOGO
Por Juan Miguel Batalloso Navas
Vivimos en un mundo sobresaturado de ruidos de todas las formas y soportes. Durante las veinticuatro horas de cualquier día y en todas las ciudades y pueblos el ruido de coches, camiones y máquinas nos acompaña permanentemente. Escuchar a los mañaneros gorriones urbanos es una tarea casi imposible. Sin embargo, a este ruido ambiental, además de al ruido lumínico que por las noches nos impide ver las estrellas, hay que sumar tres tipos de ruidos extraordinariamente complementarios al mismo tiempo que tóxicos, y contaminantes para nuestra conciencia: el ruido mediático, el ruido verbal y el ruido político. Los tres tienen como función impedir de forma directa o indirecta que los individuos podamos pensar con nuestra propia cabeza y a su vez generar confusión, desorientación disminuyendo o dificultando el desarrollo y el ejercicio de nuestra capacidad de discernimiento.
En cuanto al ruido mediático decir que una de sus consecuencias o efectos es la que resulta de la sobresaturación informativa. De este modo, se consigue elevar a la categoría de verdades absolutas, contenidos que se han multiplicado exponencialmente en las redes sociales de internet y en los informativos clásicos de prensa y TV. Implícitamente, la sobresaturación informativa tiene también como efecto hacernos creer que la realidad es lo que los medios nos cuentan y que necesaria y únicamente puede describirse y explicarse conforme a las secuencias y esquemas de estructuración informativa que los medios nos ofrecen como dada y factual. Son pues los medios de comunicación los que inducen a los individuos a pensar conforme a los criterios de veracidad que ellos mismos establecen y sin que las audiencias tengan nada que decir. Queda claro pues y en mayor o en menor medida, que las llamadas “parrillas informativas” o la “oferta de programas” de los medios, son indudablemente decisiones de carácter político, económico e ideológico que obedecen a los intereses de los grupos sociales y políticos que los financian y promueven.
Es tal el ruido mediático (prensa, radio, TV y redes sociales) al que estamos sometidos diariamente que es prácticamente imposible o muy difícil sustraerse. En este escenario, nuestra capacidad de comprensión y articulación de las informaciones que nos llegan a diario, hacen cada vez más difícil aprender y producir conocimientos coherentes, sistemáticos y contrastados. De tanto ruido, intoxicación e información producida por la “industria de la conciencia“ 1 Ref.El término “industria de la conciencia” lo utilizo aquí para designar el conjunto de grandes empresas, medios de producción y recursos tecnológicos que se encargan de la comunicación y de la información (prensa, radio, TV y redes digitales) y que junto a la “industria del ocio” de los grandes espectáculos de masas, así como la “industria cultural” de grandes editoriales y productoras cinematográficas y también de la “industria escolar” de todas las entidades formativas y educativas, configuran, orientan e imponen por diversos procedimientos y estrategias, los modos de pensar, sentir, comunicarse y vivir de las grandes mayorías del Planeta o de un determinado país. En general, la industria de la conciencia sirve para configurar, cohesionar, normalizar o naturalizar una determina visión o concepción del mundo, una especie de pensamiento único o de conciencia única y universal por la que se legitima o se considera como normal el orden social y político establecido. Se trata de una industria que bajo la apariencia de diversidad, creatividad y mediante los más sutiles procedimientos propagandísticos nos hace creer, que somos libres y dueños de nuestras opiniones, creencias y convicciones, cuando realmente estamos siendo conducidos y orientados por poderes impersonales que escapan a nuestro control y anulan o disminuyen nuestra capacidad de discernimiento, de crítica, autocrítica e imaginación, obstaculizando o impidiendo así que los ciudadanos podamos construir una cultura y una educación auténticamente liberadoras y unas relaciones sociales basadas en la colaboración, la cooperación y la responsabilidad individual y colectiva en el más amplio desarrollo de los Derechos Humanos Universales. nuestra capacidades de discriminación, discernimiento y pensamiento crítico son cada vez más difíciles de aplicar y desarrollar.
Es tanto el ruido que acompaña a las informaciones y tantas las variables del contexto que es necesario considerar para analizar la veracidad de las mismas, que realmente es muy difícil disponer de todos los elementos de contrastación y verificación que serían necesarios. Pero además, si añadimos a esta situación, el hecho de que cualquier ser humano con un mínimo de habilidades de manejo de las redes sociales puede convertirse en un emisor de informaciones de mucha audiencia, estamos en mayor o en menor medida indefensos ante falsedades, manipulaciones y seducciones.
De algún modo podemos establecer, que si bien nuestras posibilidades de comunicación nunca han sido tan amplias y diversas, el contenido general de dichas comunicaciones tiende ser cada vez más pobre, superficial y carente de un mínimo de rigor. En consecuencia, asistimos a la paradoja de que a mayores medios de comunicación, menores son los estándares de calidad y rigor de las comunicaciones. Obviamente, este problema únicamente puede resolverse si los sistemas educativos y formativos de nuestro tiempo son capaces de ayudar a los individuos a adquirir procedimientos y habilidades de pensamiento crítico y aplicarlos en su vida cotidiana, social y profesional.
Además de las informaciones y comunicaciones que recibimos y establecemos a cada instante vía Internet, ya sea en nuestros smartphones o en nuestros ordenadores, están también las comunicaciones que establecemos “cara a cara” de forma presencial en reuniones, encuentros y eventos de diverso tipo. Comunicaciones en las que hay que poner en juego habilidades sociales, habilidades de expresión y comprensión oral, además de otras relativas a la creación de ambientes sociales pacíficos, armónicos, dialogantes y estimuladores de relaciones sociales de confianza mutua. Unas habilidades por cierto, a las que las instituciones formativas y educativas les prestan escasa atención.
En este contexto, las formas públicas dominantes de expresión oral, escucha y comunicación, por lo general presentan un carácter, si no violento, al menos agresivo, distorsionado y en muchos casos caracterizado por un lenguaje falaz, denigratorio, descalificatorio e incluso humillante. Nada más hay que observar el espectáculo de falta de respeto y de ausencia de cordialidad ya sea en programas de televisión o incluso en el Parlamento. De uno u otro modo y con mayor o menor intensidad todas las comunicaciones que establecemos con nuestros semejantes están dirigidas por un egocentrismo que muy a menudo no reconocemos: el imperioso deseo de “llevar razón” a toda costa y de salir vencedor en cualquier tipo de debate o discusión.
En este punto, se hace necesario aclarar que cuando hablamos de diálogo o cuando observamos o participamos en un proceso de diálogo, muy a menudo lo confundimos con un simple intercambio de informaciones, opiniones o experiencias. Y el diálogo no es eso, aunque exija formular argumentos, datos y valoraciones. El diálogo en realidad es mucho más que una conversación entre dos o más interlocutores y por supuesto, algo completamente diferente a lo que conocemos como debate y todo ese espectáculo de discusiones escasamente constructivas a las que nos tienen acostumbrados los líderes de la mayoría de los diferentes grupos, organizaciones e instituciones que componen el amplio espectro de la estructura social.
Es evidente que todo diálogo requiere indudablemente de una conversación o de un proceso de habla y de escucha inserto en un ambiente de serenidad, mutuo reconocimiento y referido a una temática específica. Sin embargo, no toda conversación temática se transforma en un diálogo significativo y relevante a efectos de aprendizaje, como tampoco en una síntesis constructiva sin ganadores ni perdedores.
El caso de los debates, aunque estos sean efectivamente un tipo de comunicación, es completamente diferente al del diálogo ya que el debate tiene como función con-vencer, es decir, vencer o dominar al interlocutor con la fuerza de los argumentos o con el poder de las argucias y falacias. Así pues, soy de la opinión que los debates en nada contribuyen a la convivencia pacífica y al desarrollo de actitudes de colaboración y cooperación. Un debate es una contienda, un escenario de lucha en el que uno o más interlocutores intentan alzarse con el triunfo sobre los demás en base a la posesión de una supuesta verdad o razón.
Desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados a conversar y a debatir mucho, pero a dialogar realmente muy poco, lo cual tiene evidentemente unos efectos devastadores, tanto en el ámbito de lo educativo, como en el social y en el político. Y es que, para dialogar, se requieren unas condiciones básicas sin las cuales es imposible crear o construir algo nuevo que sea capaz de dar una respuesta original a los problemas que se plantean y se pretenden resolver mediante el diálogo.
Cuando dos o más personas creen que dialogan, por lo general se produce un hecho que a menudo resulta desapercibido para los interlocutores: el del aferramiento a las propias opiniones o a las propias informaciones que ambos interlocutores desean dejar bien patentes y manifiestas. De este modo, más que escuchar y comprender auténticamente lo que el otro dice, lo que en realidad hacemos es pensar en qué y cómo podemos contestar, corregir o completar el mensaje recibido de nuestro interlocutor. Y esto es algo que hacemos sin darnos cuenta, de un modo automático, y cuya motivación se encuentra en el imperioso deseo de llevar razón y hacer posible que nuestras opiniones se sitúen siempre en un plano superior a las de nuestro interlocutor.
En realidad, y como dice Krishnamurti, un diálogo así no puede conducir nunca a ningún tipo de descubrimiento o de síntesis ya que al estar los interlocutores firmemente apegados a sus pensamientos no podrán sentirse realmente libres para poder investigar y aprender:
En consecuencia, la primera condición consiste en «darnos cuenta sin elección», es decir, suspendiendo los juicios, ya sean de alabanzas o condenas, o relativos a cualquier tipo de prejuicio, apriorismo o expectativa en relación con lo que nos va a decir nuestro interlocutor. Y es que como nos enseñó Paulo Freire, nadie educa a nadie y nadie se educa solo, sino que todos nos educamos, aprendemos y enseñamos en comunión. 3 Ref.FREIRE, Paulo. La Educación como práctica de la libertad. Siglo XXI. Madrid. 1976. Pág. 90.
Cada vez estoy más convencido de que no hay verdadero conocimiento ni educación que no se genere mediante la interrogación, la escucha atenta y el diálogo. La pregunta insertada en la práctica y el diálogo como reconocimiento mutuo de saberes son la fuente de todo aprendizaje significativo que siempre se construye y reconstruye mediante procesos cognitivos y emocionales inscritos en un ambiente y en un contexto que los alimenta. Esta es la razón por la que Paulo Freire siempre afirmaba que no hay pregunta tonta, ni respuesta definitiva dado que la necesidad de preguntar y responder forman parte de la naturaleza humana. Pero para que esta característica se visibilice, es necesario inscribir la pregunta en la práctica, en el contexto real y cotidiano en el que vivimos, por ello si queremos Educar y liberarnos de todas nuestras opresiones externas e internas, necesitemos construir una «Pedagogía de la Pregunta», ya que hasta ahora básicamente nos han enseñado a responder con respuestas prefabricadas que han sido elaboradas por otros y que nosotros reproducimos o evocamos para obtener éxito académico, titulaciones o prestigio social. 4 Ref.FREIRE, P. y FAUNDEZ, A. Por uma pedagogia da pergunta. Paz e Terra. Rio de Janeiro. 2002.
A partir de estas consideraciones podemos establecer entonces que todo proceso de enseñanza-aprendizaje o de construcción de conocimiento, es en realidad un amplio proceso de diálogo, comunicación e intercambio de experiencias. Proceso mediante el cual se intenta, no solo producir síntesis y construir conocimientos compartidos capaces de generar mejoras en el propio contexto natural, social y personal, sino sobre todo crear y sostener ambientes y climas de relación social más tolerantes, pacíficos y enriquecedores en el sentido en que lo expresa Erich Fromm:

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Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Ha sido miembro del Grupo de Investigación ECOTRANSD de la Universidad Católica de Brasilia y pertenece al Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofreció el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS cuya temática general está centrada también en temas educativos y transdisciplinares. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ.
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