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Por Juan Miguel Batalloso Navas
Para despertarse, el único camino es la observación. El ir observándose. El ir observándose uno a sí mismo, sus reacciones, sus hábitos y la razón de por qué responde así. Observarse sin críticas, sin justificaciones ni sentido de culpabilidad ni miedo a descubrir la verdad. Es conocerse a fondo.
El indagar e investigar quién es Jesucristo es muy loable, pero ¿para qué sirve? ¿Te puede servir para algo si no te conoces a ti mismo? ¿Te sirve para algo si estás controlado y manipulado sin saberlo?
La pregunta más importante del mundo, base de todo acto maduro, es: ¿QUIÉN SOY YO? Porque, sin conocerte, no puedes conocer ni a Dios. Conocerte a ti mismo es fundamental. Sin embargo, lo curioso del caso es que no hay respuesta para la pregunta ¿quién soy yo?, porque lo que tienes que averiguar es lo que no eres, para llegar al ser que ya eres.
Hay un proverbio chino que dice: “Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la visión. Cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la sabiduría, y cuando el espíritu no está bloqueado, el resultado es el amor.”
Hay que quitar las vendas para ver. Si no ves, no puedes descubrir los impedimentos que no te están dejando ver.
El observarte a ti mismo es estar atento a todo lo que acontece dentro y alrededor de ti, como si esto le ocurriese a otra persona, sin personalizarlo, sin juicio ni justificaciones ni esfuerzos por cambiar lo que está sucediendo, ni formular ninguna crítica ni autocompadecerte. Los esfuerzos que hagas por cambiar son peores, pues luchas contra unas ideas, y lo que hay que hacer es comprenderlas, para que ellas se caigan por sí solas una vez que comprendas su falta de realidad.
Hay que cuestionar todo esto para ver si se comprende como una verdad y entonces te pondrás a observarte. 1 Ref.DE MELLO, Anthony. Autoliberación interior. Lumen. Buenos Aires. 1988.
En principio conocerse a sí mismo significa identificar, analizar y sobre todo comprender cuales son los rasgos personales que nos caracterizan en el sentido de tener una idea lo más aproximada y objetiva posible, no de quienes somos, sino de cómo somos, es decir, de nuestras posibilidades y limitaciones, así como de nuestras tendencias a comportarnos de una determinada manera. Los psicólogos llaman a esto AUTOCONCEPTO, es decir, tener una idea lo más aproximada posible de cómo somos. Lo cual exige no solo identificar y analizar las características de nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y acciones, sino especialmente comprender por qué tenemos esas características y no otras. No obstante, reitero que el autoconocimiento no se agota en la descripción de características de muestra personalidad o de nuestra conducta dado que autoconocerse es un proceso continuo que dura toda la vida y aun, así siempre habrá preguntas que no podremos o no sabremos responder.
En definitiva, conocernos a nosotros mismos significa comprendernos, siendo capaces de ser autocríticos sin tener miedo a descubrirnos como realmente somos. Y esto obviamente exige hacernos preguntas que nos permitan distinguir nuestros deseos de la realidad; los motivos aparentes de nuestra conducta de nuestras intenciones reales; nuestros aciertos y nuestros errores; nuestros prejuicios y distorsiones de nuestros pensamientos de las supuestas verdades que damos como ciertas y en definitiva la diferencia entre lo que creemos ser y lo que realmente somos.
Conocerse a sí mismo es imposible si no somos capaces de hacernos preguntas y responderlas y las preguntas fundamentales son siempre dos: ¿Por qué? y ¿Para qué? No obstante, antes de comenzar a hacernos preguntas, es de suma necesidad que aprendamos a parar nuestra mente y descontaminarla de pensamientos tóxicos o distractores. Si queremos conocernos a nosotros mismos, lo primero que tendremos que aprender es a hacer silencio interior, para lo cual es necesario practicar algún procedimiento de relajación y de meditación de los numerosos que existen a nuestra disposición.
En este punto el propio Anthony de Mello en su obra Shadana, un camino de oración, nos ofrece numerosos y variados ejercicios dirigidos a calmar nuestra mente mediante la meditación y ponerla en disposición de practicar la autobservación mediante la atención, la concentración y el discernimiento. Veamos uno de ellos.
«El silencio es la gran revelación”, dijo Lao-tse. Estamos acostumbrados a considerar la Escritura como la revelación de Dios. Y así es. Con todo, quisiera que, en este momento, descubrierais la revelación que aporta el silencio. Para recibir la revelación de la Escritura tenéis que aproximaros a ella; para captar la revelación del Silencio, debéis primero lograr silencio. Y ésta no es tarea sencilla. Vamos a intentado en este primer ejercicio.
Que cada uno de vosotros busque una postura cómoda. Cerrad los ojos.
Voy a invitaros a guardar silencio durante diez minutos. Intentaréis, en primer lugar, hacer silencio, el silencio más total, tanto de corazón como de mente. Cuando lo hayáis conseguido, quedaréis abiertos a la revelación que trae consigo el silencio.
Al final de los diez minutos os invitaré a que abráis los ojos y a que compartáis con el resto, si así lo deseáis, lo que habéis hecho y experimentado en este tiempo.
Para compartir con el resto lo que habéis hecho y lo que os ha ocurrido, que cada uno cuente los intentos que hizo para lograr el silencio y en qué medida lo ha conseguido. Que describa ese silencio, si es capaz. Que cuente algo de lo que ha pensado y sentido durante este ejercicio.
Las experiencias de la gente que se somete a este ejercicio son infinitamente variadas. Muchos descubren, para sorpresa suya, que el silencio es algo a lo que no están acostumbrados en absoluto. Hagan lo que hagan, son incapaces de detener el constante vagar de su mente y de acallar el alboroto emocional que sienten dentro de su corazón. Otros, por el contrario, se sienten cercanos a las fronteras del silencio. En ese momento sienten pánico y huyen. El silencio puede ser una experiencia aterradora.
Con todo, no existe motivo para desanimarse. Incluso esos pensamientos alocados pueden ser una revelación. ¿No es una revelación sobre ti mismo el hecho de que tu mente divague? Pero no basta con saberlo. Debes detenerte y experimentar ese vagabundeo. El tipo de dispersión en que tu mente se sumerge, ¿no es acaso revelador?
En este proceso hay algo que puede animarte: el hecho de que hayas podido ser consciente de tu dispersión mental, tu agitación interior o tu incapacidad de lograr silencio, demuestra que tienes dentro de ti al menos un pequeño grado de silencio, el grado de silencio suficiente para caer en la cuenta de todo esto.
Cierra los ojos de nuevo y percibe tu mente dispersa durante dos minutos…
Siente ahora el silencio que te hace posible concienciar la dispersión de tu mente…
En los ejercicios que vienen a continuación iremos construyendo este silencio mínimo que tienes dentro de ti. A medida que crezca te revelará más y más cosas sobre ti mismo. Esta es su primera revelación: tu propia identidad. En esta revelación, y a través de ella, alcanzarás cosas que el dinero no puede comprar, tales como sabiduría, serenidad, gozo, Dios.
Para alcanzar estas realidades a las que no se puede poner precio no basta con reflexionar, hablar, discutir. Es preciso actuar. Poner manos a la obra ahora mismo.
Cierra los ojos. Busca el silencio durante otros cinco minutos.
Cuando termines este ejercicio, trata de ver si los esfuerzos que has realizado en estos últimos minutos han sido más o menos positivos que los anteriores.
Observa si el silencio te ha revelado ahora algo que no habías percibido anteriormente. No pretendas encontrar algo sensacional en la revelación que el silencio te regala: luces, inspiraciones, perspectivas. Limítate a observar. Trata de recoger todo lo que se presenta a tu conciencia. Todo, aunque sea trivial y ordinario, lo que te sea revelado. Quizás toda la revelación se reduzca a caer en la cuenta de que tus manos están húmedas, a hacerte cambiar de postura o a tomar conciencia de que estás preocupado por tu salud. No importa. Es realmente valioso que hayas caído en la cuenta de todo esto. Es más importante la calidad de tu toma de conciencia que sus contenidos. A medida que mejore la calidad, tu silencio será más profundo. Y a medida que tu silencio se profundice experimentarás un cambio. Y descubrirás, para satisfacción tuya, que revelación no es conocimiento racional. Revelación es poder; un poder misterioso que transforma. 2 Ref.DE MELLO, Anthony. Sadhana. Un camino de oración. Sal Terrae. Santander. 1998.
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí y si es de tu interés, difunde por favor.
Cala (Huelva) —España— a 14 de noviembre de 2021
Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Localmente, participa y trabaja en la Asociación “Memoria, Libertad y Cultura Democrática” En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ.
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