Memoria personal de los 60′ (14): profesores inolvidables

Virgen de Castillo 1963
Instituto “Virgen del Castillo” de Lebrija 1963. FUENTE: LIBRO CONMEMORATIVO


Desde los diez a los quince años los alumnos de aquel Plan de Bachillerato Laboral Elemental, estudiábamos mucha doctrina política y religiosa que se enseñaba en las asignaturas de “Formación del Espíritu Nacional” y por supuesto la “Religión” que entre las dos ocupaban tres o cuatro horas semanales. Pero lo que considero ahora más interesante y extraordinariamente positivo de aquel bachillerato era la cantidad de asignaturas prácticas en las que teníamos, además de trabajar con la mente, trabajar con nuestras manos y observando atentamente todas las operaciones y procesos que conducían a la elaboración de un producto concreto y real que era el resultado de tu trabajo.

        Recuerdo con satisfacción y alegría que en cada uno de los cinco cursos, teníamos la asignatura de Dibujo, que era impartida por don José María Tomassetti, el que sería, creo recordar, en la década de los setenta, el último alcalde del franquismo en Lebrija. Era un hombre bajito y con un recortado bigote, al igual que el que llevaban en aquella época muchos franquistas, incluido mi padre. Ahora que intento pensar en él, me acuerdo de que era del mismo corte serio y autoritario que tenían casi todos los profesores, sin embargo de vez en cuando nos sorprendía con alguna que otra ocurrencia que nos hacía a todos reír. Pero lo mejor de todo, es que con este profesor de Dibujo que me dio clase durante los cinco años, aprendí muchísimo en todos los aspectos del Dibujo, ya fuese artístico, lineal o técnico y a decir verdad sus clases, en las que cada alumno tenía una maravillosa y amplia mesa que se graduaba en altura, eran muy entretenidas.

        También recuerdo con regocijo a los profesores de Taller, que en mi opinión, a la luz de tan viejos recuerdos, eran los que nos trataban de forma más personal, humana y comprensiva. En este punto, no puedo olvidar a don Francisco del Valle, un hombre que tuvo conmigo una paciencia infinita y que me ayudaba mucho a hacer los trabajos con un mínimo de calidad, porque la verdad yo siempre fui extraordinariamente torpe en todo lo que se refiriese al trabajo manual. Y desde luego recuerdo igualmente al profesor de electricidad, del que no caigo ahora como se llamaba, cuya paciencia y amabilidad eran extraordinarias. Un día para advertirnos del cuidado que debíamos tener cuando probábamos las maquetas de las instalaciones, nos decía que no había que asustarse, sino simplemente poner mucha atención y cuidado. Así, para demostrar que la corriente eléctrica con la que trabajábamos no era peligrosa, se iba al cuadro de mandos y ponía dos dedos de su mano en los bornes de la corriente manteniéndolos durante varios segundos, algo que nos dejaba a todos muy impresionados.

        Aquellos profesores de Taller, con los que pasábamos incluso hasta nueve horas semanales cuando estábamos en 4º y en 5º, no solo eran muy competentes en la disciplina que impartían, sino que además ponían en práctica con todos nosotros una exquisita atención personalizada tanto en lo que enseñaban como en el trato que nos dispensaban. Y esto desde luego, siempre ha sido y seguirá siendo para mí lo más importante de cualquier proceso educativo o formativo y por eso precisamente nunca se me han olvidado.

        El culmen de la síntesis entre trabajo intelectual y manual creo que se conseguía entre la asignatura de Tecnología y las prácticas en el Taller durante 6 o 9 horas semanales y la de Agronomía y la llamada “Prácticas de campo” que si no recuerdo mal la dábamos en 3º. Aquellas Prácticas de campo, aunque desde luego suponían para nosotros un cierto esfuerzo físico, eran para casi todos un auténtico descanso del atiborramiento de libros y de estudios memorísticos al que estábamos obligadamente sometidos. Las jornadas semanales de asistencia obligatoria a clase eran realmente agotadoras porque íbamos a clase por la mañana y por la tarde, así por ejemplo, ya en 3º teníamos 39 horas a la semana que pasaron a ser de 42 en 5º. En cualquier caso en aquella asignatura de “Prácticas de Campo” de 3º aprendíamos a sembrar, a escardar las malas hierbas e incluso cosechar y si no recuerdo mal, también teníamos animales como algunas vacas e incluso gallinas. Pero lo que más me impresionó de aquellas “Prácticas” fue el aprender a conducir y manejar el pequeño tractor DEUTZ.

        En igual sentido, no puedo olvidar tampoco al profesor de Física y Química, don Epifanio Machuca Jiménez, que era por aquel entonces el director del Instituto. Era un hombre creo yo, según lo que recuerdo, de un carácter serio y un tanto distante. Nos hablaba de usted y desde luego su figura de una estatura considerable y un rostro en el que destacaba su fino bigote y una prominente nariz aguileña a mí por lo menos me infundía temor y respeto. Sin embargo sus clases eran para mí auténticamente maravillosas e incluso mágicas, cuando además siempre tenía detalles de cercanía cuando iba a nuestro puesto para darnos detalles o contestar a cualquier demanda que le hacíamos. Todas las dábamos en un magnífico laboratorio dotado con grandes mesas divididas en plazas individuales, cada una de ellas dotada con un mechero Bunsen que muchas veces utilizábamos para calentar líquidos y hacer experimentos que por lo menos a mí me dejaban atónito. Me acuerdo de las famosas reacciones de precipitación, o aquellas en las que un determinado líquido cambiaba de color y por supuesto el uso habitual del papel de tornasol. Con don Epifanio aprendí muchísimo y con él fue la primera vez que escuché y conocí el Sistema Periódico de Elementos, así como a observar toda clase de minerales que yo podía tocar con mis propias manos y que procedían de unas preciosas colecciones que estaban siempre en el laboratorio. De la observación de aquellos minerales recuerdo que teníamos que hacer una ficha completando una serie de datos que teníamos que deducir de nuestra observación sensorial.

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