
De la misma manera que no he olvidado a los profesores que tuve en las asignaturas más prácticas, tampoco puedo olvidar a algunos profesores de las asignaturas teóricas. En este sentido, siempre tengo presente al profesor de Ciencias Naturales de 1º que creo que era don Pascual Mendaro, así como tampoco al profesor de Matemáticas don Manuel Pérez Guajardo. Del primero y aunque solamente me dio clase un año, creo que era uno de los profesores más jóvenes, pero también el más animoso, abierto, desenvuelto a la vez que simpático y empático con los alumnos. Creo además que su figura, cuando ahora la recuerdo después de casi sesenta años, no encajaba allí en aquel ambiente tan serio, solemne y estrecho. Después de aquel primer curso ya no lo vi más en el Instituto, pero al año siguiente este profesor, puso una farmacia en el pueblo, creo que en la calle Cataño por la que yo pasaba todos los días y muchas veces entraba en su farmacia para saludarlo lo cual le producía mucha alegría.
Mención especial merece para mí la figura, profesionalidad y amabilidad del profesor de Matemáticas que lo tuve todos los años salvo en 2º en el que tuvimos a una profesora de la que lo único que recuerdo es que era muy estricta a la vez que muy guapa. Don Manuel Pérez Guajardo fue para mí, sin ningún género de dudas, el profesor más estimulante de todos los que tuve en aquellos siete años de bachillerato. Es verdad que era muy serio y no lo vi reír casi nunca pero conmigo desde luego tuvo un trato especial. Su figura era un tanto quijotesca: alto, muy delgado, con un bigote negro recortado al estilo de la época y siempre con su traje oscuro y encorbatado. Parece que lo estoy viendo ahora mismo paseando por los pasillos entre las mesas de los alumnos y con las manos detrás moviendo los dedos y produciendo un sonido rítmico con sus siempre flamantes y limpios zapatos.
Sus clases eran para mí extraordinariamente claras y entendibles y yo disfrutaba mucho con ellas. Fue este profesor el que me hizo amar con pasión las Matemáticas y todavía recuerdo con placer aquello de la “Regla de Rufini“, el “Triángulo de Tartaglia” o el “Binomio de Newton” sin olvidar los logaritmos y los teoremas de Trigonometría. La verdad es que yo era un alumno excelente en Matemáticas, algo que se me dio siempre muy bien a lo largo de todos mis estudios a pesar de que al final me decanté por hacer Magisterio y Filosofía y Ciencias de la Educación. Pero de lo que no tengo dudas, además de un inmenso agradecimiento, es de que don Manuel, no solo era un extraordinario profesor sino sobre todo una buenísima persona, que en definitiva es lo primero que hay que tener y mantener siempre para llegar a ser un buen profesor.
En varias ocasiones don Manuel me invitaba a su casa para prestarme libros de ampliación y de problemas y ejercicios. Fue su atención y cuidado conmigo, los que me permitieron en gran medida no tener nunca miedo a algo que de entrada no entendía, porque después aparecería la explicación si me esforzaba. Para mí fue el mejor profesor que he tenido en todo el bachillerato, incluyendo el superior. Un día me lo encontré en un cine de Sevilla, a mediados de los 70 y de inmediato fui a saludarle y a agradecerle con toda sinceridad todo lo que hizo por mí. Recuerdo que emocionado me estrechó la mano fuertemente y me expresó su agradecimiento y alegría por el encuentro. Lo vi satisfecho y orgulloso de su trabajo como profesor sobre todo cuando le dije a que me dedicaba y que sus clases de Matemáticas siempre las llevaba y llevo en mi corazón.
