
En mi paso por aquel bachillerato y hasta los 15 años, en líneas generales todo me fue bastante bien. Me concedieron una buena beca todos los años lo que permitía a mis padres la gratuidad total de mi enseñanza. Estas ayudas me estimulaban muchísimo de forma que me permitieron esforzarme cada vez más y estar más atento a las rutinas y exigencias que me hacían los profesores, consiguiendo así mejorar mi habilidad para superar pruebas y exámenes. Sin embargo, aunque me esforzaba mucho, entre otras razones porque mis padres me hacían un seguimiento constante, aprendí en gran medida a reírme, a burlarme y desconectar de todas las ceremonias e idioteces que hacían y decían algunos profesores, lo cual, como era normal, también me trajo desagradables consecuencias.
Formalmente era un buen alumno porque todos los exámenes los superaba con éxito, pero en conducta siempre me reprobaban acusándome de rebelde, desobediente y díscolo especialmente a partir de 4º y 5º. Llevaban razón porque muchas veces me saltaba algunas clases para irme de paseo al campo con algunos de mis compañeros, o abiertamente contestaba a algunos profesores o me burlaba de ellos a sus espaldas. Me puse muy protestón y desobediente contestándole con frescura y desparpajo a tres o cuatro profesores que desde luego no eran ninguno de aquellos que me trataban cuidadosa, comprensiva, paciente y paternalmente. Obviamente en 4º y en 5º mis resultados empeoraron dado que lo habitual era sancionar de forma explícita o implícita disminuyendo las calificaciones. En aquellos tiempos era algo normal que en cualquier momento y por que se le antojara al profesor o a la profesora de turno te pusieran un “cero” o también que sin avisar te pusieran una prueba o un examen. Por eso, a los 15 años fui suspendido en tres disciplinas que eran en aquellos años muy importantes: Lengua y Literatura, Religión y Formación del Espíritu Nacional. La verdad es que en aquellos años yo no era muy brillante en letras, como tampoco en el Taller, lo mío eran desde luego las Matemáticas y la Física y Química.
Todavía recuerdo con nostalgia aquellos problemas de ecuaciones que nos ponía don Manuel P. Guajardo o los conocidos problemas de velocidad y móviles que nos enseñaba don Epifanio. Ni las letras, ni los idiomas, ni tampoco los trabajos manuales se me daban bien, aunque los iba pasando con esfuerzo. Pero en 5º tuve la desgracia de que me tocara una profesora de Lengua y Literatura que por lo menos a mí me hizo odiar tan maravillosa disciplina a la que me acerqué por mi cuenta años más tarde leyendo algunos libros de mi padre. Aquella mujer y lamento decirlo, tenía que tener algún problema porque desde luego y a mi parecer estaba siempre de mal humor y con una cara de severidad extraordinaria. Nunca que yo recuerde tuvo ningún detalle de acercamiento ni conmigo ni con ninguno de nosotros. Sus clases no es que fueran insoportables y aburridas, sino lo siguiente. Su método si es que a eso se le puede llamar método, consistía en ponernos a leer en voz alta la lección del libro de texto, que creo tenía unas veintitantas lecciones, y sobre la marcha se paraba y nos soltaba un breve comentario o explicación de lo que estimaba conveniente. Absolutamente todo lo teníamos que aprender de memoria, especialmente algunos detalles de la biografía de los autores y por supuesto su listado obras. Tardé dos años en darme cuenta de que aquello no era ni Lengua ni Literatura y fue por eso tal vez que a lo largo de toda mi vida no haya tenido mucha afición por la narrativa, si bien la poesía años más tarde me salvó.
En aquellas clases, yo por lo menos, no entendía absolutamente nada y mi forma de superar las pruebas era aprender de memoria con puntos y comas cada párrafo de cada página a base de repeticiones interminables recitándoselas a la pared de mi habitación. Claro está que ni a Lorca, ni a Celaya, ni a Miguel Hernández, ni a Machado ni a tantos otros autores de la generación del 27 no podíamos conocerlos puesto que eran poetas proscritos. Recuerdo que nos insistía muchísimo en el Cantar del Mio Cid y en el Quijote. Lógicamente aquella profesora, creyendo tal vez que hacía lo mejor o porque no sabía hacer otra cosa, a mí me provocó un odio por las letras bestial, del que no me recuperé hasta que entre en la Escuela Normal de Magisterio.
Como no podía ser de otra manera, cada día que pasaba se me hacía más difícil estudiar Literatura aunque iba aprobando los exámenes por los pelos. Y yo ingenuo, pues cada vez que podía o bien “hacía rabona” (faltaba a clase) o de vez en cuando le contestaba a la profesora con alguna impertinencia. La consecuencia no se hizo esperar y al final de curso, en junio, recibí uno de los tres únicos suspensos de todo mi bachillerato. A Literatura, se le sumaron también la Religión y la Formación del Espíritu Nacional lo cual me dejó completamente destrozado porque desde luego hacer lo que hicieron conmigo tanto en aquel tiempo como ahora, sigo pensando que fue una tremenda injusticia.
Aquellos profesores cercenaron, tal vez sin proponérselo y con el único motivo de darme un escarmiento y que se me bajasen los humos, todas mis posibilidades de seguir estudiando con beca el bachiller superior. En realidad a quien fastidiaron verdaderamente fue a mi padre, porque a mí aquellos suspensos me vinieron realmente muy bien, primero porque me esforcé muchísimo para superar las tres materias en septiembre y segundo porque aprendí nuevas estrategias de desobediencia, evasión y huida más inteligentes y sutiles. Fueron aquellos profesores los que tuvieron el desgraciado mérito de hacer que mi padre multiplicase su jornada laboral para pagar en su integridad a su hijo los estudios de bachillerato superior en un internado. Desde aquel tiempo me hice extraordinariamente responsable al mismo tiempo que con un sentido de culpabilidad enorme porque verdaderamente los sacrificios que tuvieron que hacer mis padres para mantener al niño un año en el internado fueron sin duda grandes y me quemaban por dentro sin olvidar ni al cura, ni a la profesora de Literatura ni al chulito falangista de FEN. Todo el año entero los estuve maldiciendo, porque lo que ahí creo yo que comencé a odiar, despreciar y despotricar contra aquel fascista estado de cosas.
