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Por Juan Miguel Batalloso Navas
Cuando concluyó, dijo el Maestro:
«Lo que tú conoces no es la realidad, sino la percepción que tienes de ella. Y lo que experimentas no es el mundo, sino tu propio estado de ánimo».
«Entonces, ¿es que la realidad no puede ser captada?»
«Sí… Pero sólo por los que van más allá de sus pensamientos».
«¿Y qué clase de personas son ésas?»
«Las que se han liberado de ese gran protector que llamamos el ‘yo’; porque, cuando el yo desaparece, cesa también la protección… y se ve el mundo en su desnuda belleza»1 Ref.DE MELLO, Anthony. Un minuto para el absurdo. Sal Terrae. Bilbao. 2004.
Hace mucho tiempo que he venido manteniendo que toda persona madura es aquella que ha conseguido desarrollar cuatro aspectos esenciales de la personalidad: 1) Un buen concepto de sí mismo; 2) Una percepción objetiva de la realidad; 3) La satisfacción de necesidades fundamentales y 4) Capacidad de control sobre el medio externo e interno.
¿Qué es un buen concepto de sí mismo? ¿Qué hay que entender por “buen” concepto de sí mismo? ¿Se puede tener un “buen” concepto de sí mismo si no soy capaz de conocerme con honestidad, sinceridad y humildad? Pues evidentemente no. Por eso a estas alturas, creo que la clave está, no tanto en el autoconcepto sino en el autoconocimiento. La persona madura no es exactamente aquella que tiene una “buena” valoración de sí misma y es capaz de autodescribirse, sino la que se conoce a sí misma y sabe distinguir pensamientos, emociones, impulsos, reacciones al mismo tiempo que se pregunta sobre “quién es realmente”.
A su vez, hoy estoy convencido de que la “percepción objetiva de la realidad” es imposible. A lo sumo, podemos aproximarnos a conocer la realidad siempre que sepamos distinguir los obstáculos internos y externos que impiden la percepción. Y, por otro lado, es obvio, que somos sujetos y no objetos, en consecuencia, nuestra percepción será siempre subjetiva. Es más, nuestra mentalidad cartesiana y objetivista nos ha inducido a creer que la realidad es algo que está ahí fuera e independiente de nuestro ser y esto, como han demostrado Humberto Maturana y Francisco Varela desde la biología, no es exactamente así.
El conocimiento, más que una representación y/o la interpretación que un sujeto observador hace de los hechos y objetos de una realidad exterior, es una emergencia que el organismo vivo produce como efecto del acoplamiento estructural con el medio y sus interacciones con él. 2 Ref.MATURANA, Humberto y VARELA, Francisco. El árbol del conocimiento. Buenos Aires: Lumen. 2003. Dicho de forma más sencilla: ni los hechos, ni los objetos nunca pueden ni podrán hablar por sí mismos, a no ser que haya un sujeto que los convierta en experiencia y los interprete.
Pero, en este punto de la supuesta objetividad de nuestras percepciones, sabemos que el conocimiento está siempre sujeto a la posibilidad de todo tipo de errores, ya sean perceptivos, mentales, intelectuales o racionales, así como también a «cegueras paradigmáticas». Como dice Edgar Morin:3 Ref.MORIN, Edgar. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París: UNESCO. 1999. Pág. 5.
En cuanto al asunto de las necesidades fundamentales, cabe preguntarse ¿Cuáles son las necesidades fundamentales de un ser humano? Obviamente las de supervivencia biológica, psicológica y social, pero ¿Acaso somos solamente estómagos con cerebro? ¿No hay acaso necesidades que nos son impuestas mediante los más sofisticados procedimientos de seducción? ¿Todo lo que consideramos necesario es realmente necesario?
Y por último, ¿Hasta qué punto tenemos capacidad de controlar los acontecimientos y el devenir de nuestro medio natural y social? ¿No será que estamos dirigidos por fuerzas económicas, culturales y comunicativas que escapan siempre a nuestro control? 4 Ref.FROMM. Erich. Sobre la desobediencia y otros ensayos. Paidós. Barcelona. 1984.
En suma, que ya no tengo yo tan claro esos cuatro principios que siempre he mantenido sean los indicadores de la madurez personal, sobre todo porque me he dado cuenta de que los humanos son especialistas en el “Arte de amargarse la vida”5 Ref.WATZLAWICK, Paul. El arte de amargarse la vida- Herder. Barcelona. 1992.
Y es aquí donde el mensaje de Anthony de Mello adquiere toda su fuerza y su valor. Así pues, si no soy capaz de descubrir ese Ego que me lleva siempre a justificarme, a llevar razón, a considerarme el centro (egocentrismo) de todo lo que existe y sucede o caer en numerosos errores de percepción, jamás podré conseguir esa madurez que me proporciona armonía, equilibrio y paz interior.
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí y si es de tu interés, difunde por favor.
Camas (Sevilla) a 26 de diciembre de 2021.
Juan Miguel Batalloso Navas, es Maestro de Educación Primaria y Orientador Escolar jubilado, además de doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, -España–.
Ha ejercido la profesión docente durante 30 años, desarrollando funciones como maestro de escuela, director escolar, orientador de Secundaria y formador de profesores.
Ha impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado, así como Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal. También ha publicado diversos libros y artículos sobre temas educativos.
Localmente, participa y trabaja en la Asociación “Memoria, Libertad y Cultura Democrática” En la actualidad, casi todo su tiempo libre lo dedica a la lectura, escritura y administración del sitio KRISIS. Su curriculum completo lo puedes ver AQUÍ.
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